Tupi Saravia: influencer top, hija y nieta de Los Chalchaleros
Martina es pionera entre las instagramers locales no famosas. Empezó posteando sobre moda y hoy comparte sus experiencias de viajes por el mundo con sus casi 270 mil seguidores.
Tuve que romper con muchos prejuicios. Vengo de un ambiente conservador, cerrado y muy clásico", asegura Martina Saravia (25) –alias Tupi–, una de las primeras influencers –netamente instagramer– de nuestro país. Es hija y nieta de dos Chalchaleros: Facundo (58) y Juan Carlos (88), respectivamente.
Una semana después de la nota, viaja de Fez a Chefchaouen, en Marruecos para mostrarles a sus seguidores las bondades del destino. Todo mientras un cúmulo de marcas –"con las que genero una relación a largo plazo y me identifican"– le pagan para que lo haga. Siempre con una estética inapelable, entre un feed que la muestra dinámica, divertida y sensual. Y stories que la desacralizan. Eso es @tupisaravia para sus 267.289 seguidores.
–¿A qué prejuicios te referís?
–Fui contra mucho de lo que me habían inculcado. Me eduqué en un colegio de monjas, el Michael Ham, de Vicente López. Al principio mis amigas no entendían. "¡Guau, la influencer!", ironizaban. Además, hasta que empecé la facultad nunca había estado con chicos en una clase. Mi papá siempre me decía: "Quiero que estudies una carrera". Por eso hice publicidad. Ahí abrí la cabeza. Muchos me juzgaron por mostrarme, pero nunca me detuve en la crítica.
–Y habrás llamado la atención con las fotos sexy en lugares exóticos…
–¡Por suerte mi papá no tiene Instagram! Pero por ahí la hija de su actual mujer le manda alguna foto mía en bikini. O los amigos lo boludean. O lo que le pasó en la tele… (En Podemos Hablar, Andy Kusnetzoff lo sorprendió con una foto de Tupi en ropa interior). No las había visto y por eso se puso incómodo. Mi hermano, Facundo (29) también me cuenta que sus amigos le dicen cosas. Pero bueno, represento una marca de bikinis. Intento no subir tanto… Y son fotos cuidadas.
–¿Dirías que mostrarte en las redes en bikini y ropa interior tiene que ver con el empoderamiento que está alcanzando la mujer actual?
–Sí, creo que hoy en día estamos mucho más plantadas, mucho más seguras y más fuertes. Estamos siempre en búsqueda de la libertad de expresión. Y ahora las mujeres nos damos cuenta de que podemos mostrarnos como queremos. Mi trabajo tiene un poco de eso. Por eso tuve que ir en contra de tantos prejuicios.
–Es interesante el contraste: del folclore y las tradiciones, a Instagram y lo instantáneo.
–Sí, son dos realidades muy distintas… Soy fanática de Salta. Nací en Buenos Aires pero toda la vida veraneé en Chicoana. Acompañé a mi papá a mil recitales por toda la Argentina. Pero ni mi abuelo, ni mi papá, así como mucha gente, entienden lo que hago. Es lógico. Yo simplifico: "Manejo las redes sociales de varias marcas". Y por suerte en mi familia está Felicitas Pizarro, hija de mi tía Carolina, que es chef y trabaja en El Trece. ¡A ella sí le entienden el laburo!
Cuando terminó la licenciatura en publicidad, Tupi hizo cursos de producción de moda, asesoría de imagen y fotografía. Abrió un Instagram cuando pocos tenían, experimentó y fue creciendo. "Subía fotos bien editadas y de moda. Ponía hashtags y jugaba con los algoritmos. Así llegué a los mil seguidores, que hace cinco años, era un montón", revela sobre su comienzo amateur, mientras se toma un café en un bar sobre la Plaza Vicente López, en Recoleta, a metros de su casa.
"Cranberry Chic desembarcó en la Argentina y me contactaron por una amiga en común. Es una aplicación chilena enfocada en la moda, que etiqueta marcas y genera shop online. Buscaron actrices, cantantes, modelos y también chicas reales, como yo. Así empecé a contactarme con marcas importantes y cada vez que me etiquetaban, mi Instagram crecía. Me dio un flujo de seguidores inmenso. Fui pionera entre las no famosas. Pero fue todo un proceso", apunta Tupi.
–¿Cuándo y cómo empezaste a viajar? El sueño de cualquiera.
–Hace tres años hice un click. Empecé a cuidar más la calidad del contenido. Leí de todo. Me reuní con fotógrafos. Me compré una cámara. Y me junté con Barbie Pérez, una amiga que hacía lo mismo. Llegué a los 10mil seguidores. Entonces se nos ocurrió viajar con las marcas. Les proponíamos hacer campañas en el Exterior y posteos. Algunas nos cerraron la puerta. Otras apostaron a nosotras. Así nos fuimos a Costa Rica, con el apoyo de cinco firmas –no tenían nada que ver entre sí– y un fotógrafo.
–Y conociste casi todo el mundo.
–En el 2017 viajé por 25 países. Conocí mucho, pero me quedan lugares pendientes. Aprendí a subir material mientras disfruto del viaje. Es un ejercicio. Porque tengo cámaras, pero todo se edita con el teléfono y me lleva quince minutos. Tengo acuerdos con aerolíneas, hoteles, ropa. Pero para triunfar en Instagram tenés que ser genuino, mantener una identidad y cuidar al extremo la calidad. Muestro los lugares con una mirada joven. Y si bien muchas marcas me contactan, a otras tantas las busco yo. A muchas les digo que no, porque no soy un kiosco.
–¿Vivís de esto?
–Sí, vivo de las redes sociales. Hace cuatro años que me pago mis cosas. En el pasaporte pongo "estudiante" porque no paro de hacer cursos. Pero soy Influencer, porque así dice en los contratos. Aunque no sé si me la creo. Y mi viejo alguna vez me dijo: "Si cierra Instagram, ¿qué hacés? No pongas todos tus huevos en una misma canasta". Así que con mi novio y mi cuñado estamos dando workshops. Los comuniqué y ¡fueron sobre vendidos en diez minutos!
–¿Cuál es el lado B de ser Instagramer?
–Generar contenidos todo el tiempo es cansador. En las redes sociales todo es para ayer. Siempre hay que mostrarles las estadísticas a la marca. A veces viajo sola, a veces con mi novio o amigos. No me quejo, pero tal vez estás en Noruega, hacen menos diez grados y tenés que hacer fotos para subir en ese momento. En Indonesia me quedé varada porque se me mojó el pasaporte. Además, siempre viajamos con muchas cámaras y computadoras. El drone es un tema. Nos lo retuvieron en la frontera de Jordania. En Cuba no nos dejaron volarlo y en Rusia ¡casi vamos presos! No siempre el escenario es el ideal. Y además hay muchos mercenarios que cada tanto se quieren aprovechar de uno. Lo importante que entre los Instagramers estamos conectados. Una vez me escribí con @Doyoutravel, que tiene casi tres millones de seguidores y su novia, @gypsea_lust, que son los pioneros en esto. ¡Gran emoción!
Tupi está de novia hace un año y medio con el fotógrafo y filmmaker, Rodolfo Pirovano. Se conocieron por intermedio de una marca. Y desde entonces, además de viajar juntos, dan los workshops junto con Aquiles, el hermano mellizo de Rodo. "Muestro bastante pero no subo todo a mi Instagram. La exposición implica críticas. Y soy demasiado sensible. Tengo claro que el feed es súper aspiracional y por eso en las stories interactúo, hago humor y genero un vínculo más personal. Me siguen un 70 por ciento mujeres y un 30 por ciento, hombres. La mayoría de entre 18 y 24 años. Es fuerte cuando me reconocen en la calle", asegura Tupi y agrega que el otro día, a una chica casi pisa un auto a la salida de un colegio por cruzar la calle sin mirar para ir a saludarla.
–¿Te gustaría estar en el Bailando? Como hicieron otros influencers.
–No. No me gusta lo masivo. Incluso me pongo ansiosa cuando una cuenta internacional me suma 10 mil seguidores en un día. Me ha pasado. Siento calor en todo el cuerpo. Es demasiada la exposición de la tele y además, no la manejo yo. Es cierto que tengo la esencia escénica de mi papá, pero soy más vergonzosa que cuando era chica. Cuando mi papá era jurado de Operación Triunfo, yo iba siempre a la tele. Estudie actuación y toco el piano. Quedé en un casting de Casi Ángeles, pero tenía que dejar el colegio y no me dejaron.
–¿Qué aprendiste de tu papá?
–Llenó estadios en Rusia con Los Chalchaleros. Tocó con Mercedes Sosa y Fito Paez, por decir algunos. Cuando se retiraron, en el 2002, yo tenía 8 años. No me daba cuenta de lo que pasaba. Hoy tomo dimensión de lo que fueron. Me gusta cuando algún seguidor me dice: ’Soy fanático del folclore o de Los Chalchaleros’. Siempre fue un tipo humilde y fiel a si mismo. Se negó a hacer música para campañas políticas. De él aprendí códigos y valores inquebrantables.
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