Nacional08/03/2020

El crimen que conmueve a todo un pueblo y es similar a la trágica muerte de Fernando Sosa

Yamil Mercado agonizó tres días producto de la paliza recibida por dos rugbiers

Faltaba poco más de una semana para las fiestas navideñas en Andalgalá, una comarca de 20 mil habitantes en el centro norte de Catamarca, y la gente aprovechaba las ofertas de ocasión. Los comercios estaban adornados con guirnaldas y los habituales rostros de Papá Noel en las vidrieras. Matías Rojano atendía un taller de reparación de motos y, a pocos metros, su hermano Juan Carlos una peluquería, ambos situados a dos cuadras de la plaza principal y de la comisaría. Nada parecía alterar la calma del día, agitado levemente por la fiebre del consumo. Pero la fatalidad no diferencia entre pueblos pequeños y ciudades grandes. Tan sólo cuestión de minutos para que todo salte por los aires y la vida de alguien se interrumpa de golpe, en ese instante de la rutina que nadie espera.

Los vecinos iban y venían por las calles céntricas y se saludaban como siempre en este pueblo del interior catamarqueño, caracterizado por la vida rural, el clima seco, la gran cantidad de empleados públicos y la incesante actividad minera. Era el atardecer del 12 de diciembre de 2017. Yamil Saúl Mercado (30), nacido y criado en esta tierra de ruinas arqueológicas y paisaje montañoso, regresaba con sus dos hermanos de una temporada de trabajo en el proyecto Veladero, en San Juan, una mina a cielo abierto. Esta vez, un amigo los había ido a buscar en su auto a La Rioja para acelerar el paso. La madre de Yamil había tenido un infarto.

Según informó el medio Infobae, cerca de las 19.30 giraron con el vehículo por la calle San Martín casi Nieva de Castilla de Andalgalá. Debieron frenar en la calle para dejar pasar otro coche y entonces vieron a Matías Rojano que les hacía burlas desde la puerta de su taller. Más precisamente, un gesto: la típica amenaza de muerte que consiste en pasar la mano en diagonal por el cuello, ladeando la cabeza hacia arriba. Yamil y sus hermanos se enfurecieron. El amigo que fue a buscarlos a San Juan trató de contenerlos, pero ya era tarde. Los Rojano habían ido demasiado lejos. Minutos después se llegaría a un extremo difícil de detener, cuando los vecinos no comprenderían el charco de sangre alrededor de Yamil Mercado, golpeado por un caño en la cabeza.

Matías y Juan Carlos Rojano eran sobrinos de Yamil y hacía unos días, cuando él estaba trabajando en San Juan, habían visitado a su madre. No fue una visita amistosa. En realidad, el puntapié lo había dado el padre de ellos, Juan Nicolás Rojano, quien la fue a ver en los primeros días de diciembre. Y el conflicto familiar se hizo piel.

 

Era frecuente que los Rojano concurrieran al terreno donde vivía la madre de Yamil, una señora llamada Cristina Mercado. Allí, al lado de su casa, había una pequeña fábrica de envasado de aceite. En general, le golpeaban las manos, pasaban al negocio, agarraban tachos de aluminio y otros materiales. Luego se iban. En el fondo, Cristina tenía un criadero de animales. Pero aquel día de comienzos de diciembre Juan Nicolás Rojano había ido con otro humor.

-¡Ustedes son unos muertos de hambre, están viviendo de prestado! –le había gritado a Cristina, que vivía con otro de sus hijos. Ella, desconcertada, lo invitó a retirarse y como él se negaba, le dijo que llamaría a la policía. Juan Nicolás Rojano continuó con las agresiones verbales hasta que el hijo de Cristina lo sacó por la fuerza.

Guiado por la sed de venganza, Juan Nicolás contó el episodio a sus hijos, que a las pocas horas fueron por su cuenta a la vivienda de Cristina Mercado. Así fue que Juan Carlos y Matías Rojano se aparecieron de improviso, le rompieron una reja y le patearon un auto, destrozándole un espejo retrovisor. Presa del pánico Cristina Mercado -ahora estaba sola, sin la presencia de su hijo-, que tenía problemas de salud por hipertensión y diabetes, se descompensó y a las pocas horas le dio un infarto.

 El padre de Yamil era de apellido Rojano y tío de Juan Nicolás. Pero como falleció antes que naciera, Yamil adoptó el apellido de su madre, Mercado. En este intricado mapa de vínculos familiares -algo imprescindible para ubicar el contexto de los hechos-, Yamil Mercado, entonces, era primo de Juan Nicolás, y tío de sus hijos, Matías y Juan Carlos.

Los que, sin que Yamil lo hubiera sospechado jamás, serían sus asesinos.

 

Todo se desencadenó, en principio, por una herencia. Y se agravó por ofensas acumuladas de años que estalló en una escalada agresiva iniciada por los Rojano. Un tema tan antiguo como la humanidad, el de la disputa familiar por bienes materiales, se transformó en el crimen más violento en la historia de un pueblo catamarqueño, donde los vecinos dejan abiertas las puertas de sus casas sin llave y cuyo índice delictivo apenas pasa de hurtos y cuatrerismos.

Aquel 12 de diciembre de 2017 Yamil Mercado nunca volvería a ver a su familia: lo mataron en el camino a su casa, cuando regresaba de trabajar en San Juan. En el medio del altercado en la puerta del taller de motos, después de la amenaza de muerte de Matías Rojano, los primos se desafiaron en una pelea con agresión verbal y física. Entonces alguien avisó a Juan Carlos Rojano, que estaba en su peluquería y, según testigos, agarró un caño hueco de 90 centímetros. Juan Carlos era un aficionado al rugby, de espalda ancha, robusto. Nadie podría pararlo.

La autopsia diría que Yamil fue golpeado por la espalda. El impacto del caño en la cabeza le produjo una fractura de cráneo que se agravó por los golpes que recibió cuando cayó desplomado. La autopsia, además, señaló que Yamil no había peleado. Lo trasladaron al Hospital San Juan Bautista de San Fernando del Valle, capital de Catamarca, a 240 kilómetros de Andalgalá. Falleció el 15 de diciembre de 2017.

“A mi marido lo mataron salvajemente, como a Fernando Báez Sosa –dice María Fernanda Bidegain, quien encabezó recientemente la marcha local por el crimen de los rugbiers de Villa Gesell-. Cuando estaba indefenso en el suelo, los Rojano le siguieron dando patadas y golpes. Nadie pudo defenderlo porque Juan Carlos agarró el caño con violencia y lo movía con velocidad, amenazando a quien se metiera. De hecho, a Marcos, un hermano de Yamil, le quiso dar un golpe en la cabeza pero como se cubrió le fracturó un brazo”.

Las similitudes con el caso de Baéz Sosa, según Bidegain y su abogado querellante, Fernando Contreras, son precisas. “Primero, el salvajismo con el que actuaron -explican, a dúo-. Luego, el aprovecharse del estado de indefensión del otro. Y también el matar por placer y golpear en la cabeza con la clara intención de matar. Además, los asesinos de Yamil también jugaban al rugby, y de hecho ahora están en un equipo en el penal. Se aprovecharon de un uso desmedido de su fuerza. Otro punto es que los Rojano se sentían impunes por tener familiares cercanos al poder”.

 

Juan Carlos y Matías Rojano están detenidos en el penal de Miraflores, en Catamarca, y comparten la imputación por “homicidio agravado por alevosía”: el primero es considerado “autor” y el segundo, “partícipe necesario”. Además, Juan Carlos está acusado por “lesiones leves” por la golpiza propinada a Marcos Mercado, hermano de la víctima.

El caso ya tuvo más de dos años de instrucción en la justicia y la querella habla de maniobras dilatorias. Temen que el juicio oral no llegue a buen puerto. Mientras tanto, el abogado defensor, Luciano Rojas, está expectante. “Estamos esperando que los Rojano salgan en libertad. Ya transcurrieron más de dos años de prisión preventiva sin que el expediente siquiera se eleve a juicio”, explica Rojas.

De acuerdo a su versión, los Rojano actuaron en legítima defensa. “Entiendo que hay una inflación punitiva en su contra. Ellos se vieron superados en número y se defendieron de insultos y provocaciones. Podemos hablar de una excesiva defensa, de un hecho salomónico, pero no de un homicidio agravado por alevosía”. Además, el letrado sumó otro dato: que los hermanos Mercado entraron borrachos al local, con intención de vengar lo que había pasado con su madre.

Pero el expediente deja en claro un importante caudal probatorio en contra de sus defendidos. “Es mentira lo de la borrachera –aclara María Fernanda Bidegain-. Por los golpes a mi marido se le hizo una hemorragia en el hospital y salió muchísima sangre, los Rojano embarran la cancha diciendo que había vomitado vino. Yamil era un muchacho noble, trabajador, nunca había tenido una pelea. En cambio los Rojano son personas que siempre hicieron daño desde chicos, es una familia de discordia. Conociéndolo a Yamil, entiendo que él se metió a separar a sus hermanos, no quería pelear”.

 

Los amigos lo recuerdan como un tipo bromista, respetuoso. Cierta vez, en su trabajo, defendió a una compañera que había sido acosada por otro compañero. “Tenés que ser respetuoso con las mujeres”, le dijo, retándolo.

“Era de armar asados, encuentros familiares, de salir en mountain bike –agrega Bidegain-. Conmigo era muy compañero, cuando yo salía para estudiar se quedaba con los chicos y me esperaba hasta tarde. Acá se lo sigue extrañando. Sus anteriores jefes dejaron todo para ir a verlo cuando estaba en terapia intensiva, nunca había faltado a trabajar. Hace poco nació un sobrino y le pusieron Yamil. Sigue presente”.

El periodista local Carlos Monroy cubrió el caso de Yamil Mercado para FM La Perla y se asombró del ensañamiento, de la violencia desmedida. “Esto se desató por un quilombo familiar, tanto los Rojano como los Mercado no estaban asociados al delito y eso sacudió a la comunidad -dice, en diálogo con Infobae- porque además eran comerciantes y tenían roce social. El pueblo se dividió, porque acá todos nos conocemos y el que no es conocido de uno, es conocido de otro. Fue un hecho doloroso, una familia quedó destruida. Y el crimen fue antes y un después, no es casual que después de lo de Yamil hayan ocurrido otros homicidios, como el de Nicolás Vega, apuñalado por un joven en 2018, y Humberto Saracho, muerto a golpes en mayo de 2019”.

Andalgalá es conocida en el país no por sus calles anchas, su clima desértico o sus casas bajas, sino por Bajo La Alumbrera, la mina de oro y cobre más grande del país y una de las más importantes del mundo, caso testigo de la minería a gran escala -con su combo de contaminación y daño ambiental- a cargo de un consorcio de empresas suizas y canadienses. Allí trabajó Yamil Mercado, que de pequeño fue oficial minero. Su trabajo en el proyecto Veladero de San Juan, sumando los viajes de ida y vuelta, le hacía pasar sólo una semana del mes con sus hijos: Fernando, de 19 años –que en realidad era hijo del primer matrimonio de su mujer, aunque lo había criado como tal-, Valentina, de 10, Felipe, de 6, y Antonia de 3 años y 8 meses. Era algo que lo enojaba. No había nada más importante, para él, que su familia.

 

“A Yamil le gustaba ir a los actos escolares, hacer la tarea con sus hijos. Era alguien pacífico, amoroso, hogareño, muy querido por los vecinos y sus familiares. Cuando se enteró lo que había pasado con su madre, me dijo que sentía una impotencia bárbara por estar tan lejos, pero era el sacrificio que hacía por sus hijos. No tenía ningún interés material por la herencia, era un tipo sencillo. Nos hicimos la casa con mucho esfuerzo”, dice María Fernanda Bidegain, de 37 años, que agrega otro componente “fundamental” al caso. “Me consta que no fue una pelea azarosa, sino que existió premeditación. Antes del hecho, un testigo fue a la peluquería y Juan Carlos le comentó que iba a matar a uno de los Mercado. Y cuando fueron a la casa de mi suegra los Rojano se despidieron diciendo ´a ustedes los vamos a cagar matando´”.

María Fernanda Bidegain es secretaria de Cultura de Andalgalá, locutora y profesora de letras en el secundario. Dice que a su hijo mayor se le grabó la imagen de su padre agonizando en terapia intensiva y juró vengarse con los asesinos. “Le dije que se sacara eso de la cabeza, y lo entendió. Él vio a Yamil con el cuerpo destrozado por los golpes, y en un pueblo los sentimientos de furia se exacerban con estos hechos”.

El día que la llamaron para anunciarle que Yamil estaba en el hospital, avisó a la niñera y preparó una muda de ropa para su marido. Creyó que a los pocos días estarían de regreso y pasarían la fiesta juntos. El momento más difícil, dice, llegó cuando volvió a su casa sin él. “Senté a mis hijos más pequeños en sus camas, a los que les había dicho que su papá estaba internado porque le había picado una araña. Les dije que su papá ahora no iba a volver más. Pensaron que nos habíamos separado, era lo más grave que se podían imaginar. Otra cosa increíble fue que el mismo día que Yamil falleció, a su mamá le dieron el alta en el hospital. Cosas del destino, ¿no?”.

Ante la posible salida de los imputados por la muerte de su marido, a Bidegain le da un cosquilleo en el cuerpo. “El daño es tan irreparable y lo siento cuando miro todos los días a mis hijos -enfatiza-. Ellos dicen ´quiero que vuelva mi papá´. En el fondo, los Rojano tienen más miedo de mí que yo de ellos. Sé que si salen libres, vienen por mí. Mi único temor es que mis hijos queden huérfanos. No hay arrepentimiento de los Rojano, incluso su padre después del velorio de Yamil dijo que iba a matar a otro de sus hermanos. Son gente cruel, despiadada, cuando los metieron presos ahí recién mucha gente se animó a denunciarlos por robos, por agresiones, por violencia de todo tipo, como que en el campo le disparaban balinazos a animales ajenos y a un profesor de educación física le rompieron la nariz y lo amedrentaron para que no hiciera la denuncia. Les cabe la máxima condena, fue un homicidio salvaje y no puede existir impunidad”.