El paradisíaco pueblo de Costa Rica que los argentinos eligen para vivir: “podes trabajar de cualquier cosa”
En Costa Rica, a seis horas de la capital, hay un pequeño pueblo con playas de arena blanca y clima tropical que en los últimos años se convirtió en el destino predilecto de cientos de argentinos y un refugio para muchos en plena pandemia. Se trata de Santa Teresa de Cóbano, un paraíso ubicado en la provincia de Puntarenas, frente a las aguas del Pacífico.
Es la mañana de un miércoles y mientras el mar se revuelve, Pía Plant, porteña de 53 años, recuerda la primera vez que pensó en mudarse a un lugar de estas características cuando viajaba en tren con su mamá desde Buenos Aires a Bariloche. “Vi un documental de un nene en la Polinesia y quedé impactada”, dice. Pasaron los años, creció, se dedicó a la gastronomía, pero la idea de vivir en un destino diferente siempre estuvo presente.
“Tuve un restaurante al cual venía a comer el cónsul de Costa Rica con una mujer que también trabajaba en la embajada. Cuando los veía y me hablaban del país, sembraron la semillita en mi cabeza”, dice.
Pía, que entonces tenía 25 años, debió cerrar el restaurante por la crisis del Tequila e inauguró una consultora con una amiga, pero la economía argentina nunca dejó de ser un motivo de padecimiento. “Yo lo sufría mucho y soñaba con vivir en un lugar donde no tener que preocuparme por llegar o no a pagar mis cuentas a fin de mes”, dice.
Pero un hecho puntual la obligó a replantear su vida. “Tuve un accidente muy tonto en bicicleta, me rompí la cara y los dientes, y eso me llevó a preguntarme qué me quería decir la vida. Me encerré en mi casa y decidí que lo que tenía que hacer era ir por mis sueños de vivir en el lugar paradisíaco que llevaba en la mente”.
El pueblo está ubicado a 160 kilómetros de San José
Pensó en viajar a la Polinesia, pero lo descartó porque no sabía francés. Entonces se acordó de Costa Rica. “No averigüé nada, saqué un pasaje y llegué al aeropuerto de San José. Estudié un mapa, me dije que ya conocía el Atlántico, y me decidí por el Pacífico”.
Con sus valijas y montada sobre unos tacos (”que eran ridículos”, dice hoy) hizo una travesía en autobús y ferry que la llevó hasta Montezuma. Al tiempo se trasladó a Santa Teresa, donde vive ahora. Fue una de las primeras argentinas en llegar y asegura que desde el primer momento se sintió identificada con la forma de vida del país. Hoy Pía trabaja como consultora de salud y empoderamiento. “Costa Rica es un país de gente amable que abre sus puertas. Es un lugar pacífico con una vibración altísima, que nos ayuda a encontrarnos con nosotros y a conectar con la tierra y la naturaleza. Nunca sentí esa cosa de empezar de vuelta, para mí fue al revés, liberación. Yo estaba convencida de que algo iba a pasar y que iba a estar todo bien, porque era eso, un salto de fe”.
Y desde ese salto de fe pasaron muchas cosas: abrió un restaurante, se mudó y se volvió a mudar. Mientras tanto, decidió ser vegetariana. “Yo iba siguiendo el flow de la vida y me iba bárbaro”, recuerda.
“Vos acá podés llegar y está todo bien. Ahora puedo desarrollarme en lo que quiera”, agrega. En ese momento había estadounidenses, canadienses, franceses e italianos, pero pocos argentinos. “Cuando llegué los argentinos éramos muy poquitos, cinco o seis. En este pueblo nos conocíamos todos y el círculo social era uno solo. En esa época, el 90% de todo lo que se ve acá no estaba”.
Sobre la calle principal semiasfaltada que conecta al pueblo aparecen varios locales que ofrecen parrilladas, choripanes o empanadas. La cultura argentina está a la vista. El mate y el termo tampoco faltan y reconocer el acento argentino es habitual en las calles de tierra, donde reinan las motos, los cuatriciclos y las personas se resguardan del abundante polvo con pañuelos y anteojos. Ante la consulta de argentinos que viven en el lugar, donde la población total es de 10.200 habitantes, desde el Consejo Municipal de Cóbano indicaron que no hay datos específicos.
Desde la Dirección General de Migración y Extranjería señalaron que en el 2020 se registraron un total de 10.707 ingresos de argentinos al país y solo 7884 salieron de Costa Rica. En enero y febrero de este año ya ingresaron 1850 argentinos, de los cuales solo 1616 salieron del país.
Punto turístico
Guillermo Bernasconi es alto, de ojos celestes y le dicen “el flaco”. Tiene 52 años, nació en Mar del Plata y llegó a Santa Teresa con su exmujer, dos años antes del corralito. “Cuando llegamos nos fuimos de camping y me enteré de que cuatro familias eran dueñas de todo esto. Las tierras no estaban a la venta, pero cuando se transformó en un punto turístico, empezaron a venderlas. En ese entonces compramos un terreno a cuatro dólares el metro”, recuerda ahora, sentado en la mesa de “Chori Not Dead”, un local de comida argentina.
En Santa Teresa trabajó en la construcción y edificó dos casas en los terrenos que había adquirido. Años después se separó, pero en lugar de regresar a la Argentina, se quedó en Costa Rica. Guillermo habla despacio y, al igual que Pía, asegura que cuando llegó “no había nada” y que en ese entonces vivían más ticos que argentinos. Para Pía, el cambio se produjo después del 2001. “Empezaron a llegar muchísimos argentinos, muchos vinieron y se volvieron a ir, pero algunos se quedaron. El pueblo empezó a desarrollarse más”, dice. Y agrega: “La masa argentina viene en temporada y hay un porcentaje que se queda, el argentino puede trabajar de cualquier cosa y trabaja bien”.
Alan Fresco
Lucila Bugarini y Andrés Diz se fueron de la Argentina hace 20 años. Después de viajar y conocer otros lugares, llegaron a Santa Teresa en 2010, atraídos por las olas, en busca de un lugar que les permitiera surfear y trabajar al mismo tiempo. “Cuando llegamos conocimos a César, que ahora es nuestro socio. Un día, en el hostel, cada grupito hacía una comida típica de su país para todo el resto, cocinamos pizzas a la parrilla y triunfamos. Ahí él nos dijo si queríamos hacer algo juntos”.
Un año después empezaron un negocio de pizzas a la parrilla en Casa del Mar. Hoy ofrecen asados, hamburguesas y hasta platos vegetarianos. “Lo más importante fue que buscamos un estilo de vida. Mi papá tuvo una pizzería toda la vida, las pizzas marcaron a mi familia, sabíamos hacerlo”, dice Lucila, mientras prepara los cubiertos del restaurante. El surf, cree, es uno de los motivos que seducen. “Este es un lugar con olas muy constantes que te permite surfear todo el año, la playa es muy bonita y el agua está caliente”, dice.
“Para mí es una característica de los pueblos chicos en crecimiento que te permiten ser lo que quieras ser. Es una cuestión de quererlo y tener constancia. La situación de Argentina no acompaña a la juventud”, agrega.
Guillermo Bernasconi tiene 52 años, nació en Mar del Plata, y llegó a Santa Teresa con su exmujer, dos años antes del corralito
El pueblo de Santa Teresa está ubicado en una superficie de 317 kilómetros cuadrados que comprenden el distrito de Cóbano, dentro del cual se encuentran otras localidades como Montezuma, Malpaís, Playa Hermosa. Se trata de uno de los lugares más atractivos y cosmopolitas, no sólo por la gran comunidad de argentinos, sino por la diversidad de personas de todas partes del mundo que llegan cautivadas por el surf y la posibilidad de vivir en contacto con la naturaleza. Se suma que, en plena pandemia, Costa Rica se volvió un destino por demás llamativo por tratarse de uno de los pocos países a los que se puede ingresar con un pase de salud, un seguro médico por Covid y pasaje de regreso.
Fátima Díaz Sola lleva puesta una malla color bordó. En una de sus fotos de Instagram su silueta se ve dibujada por los colores del atardecer. “Lo que es para vos te encuentra”, dice el texto del posteo. Y Santa Teresa la encontró. Tiene 23 años, es de Pilar y está cursando el último año de Arquitectura en la UBA. En marzo de 2020, en el inicio de la pandemia, volvió a la Argentina después de un intercambio en Italia. Pasaron los meses y un día, cuando las fronteras ya estaban abiertas, un conocido le dijo que se iba a Costa Rica. Fátima dice que fue “como una ventanita de aire fresco” después de varios meses de encierro. “Me voy a Costa Rica a pasar todo el verano a estar al lado del mar y a vivir en patas”, le dijo un día a su mamá.
Y así, decidida y sin vueltas, compró el pasaje y junto a una amiga llegaron a Santa Teresa el 29 de diciembre pasado. “Cuando llegamos hacían 100 grados, salimos corriendo a la playa y era como wow”, dice. Para Fátima, que cambió su pasaje de regreso y planea quedarse hasta agosto, ya que puede cursar la universidad online, Santa Teresa es “una burbuja en el mundo” y “tiene algo de simpleza, de energía y de oportunidades” que –asegura– la atrapó por completo. “Nunca me imaginé viviendo acá. Es un lugar de intercambio cultural que te acuna y te acompaña. Siento que fue un refugio. Agradezco la pandemia por darme esta oportunidad”, sostiene.
Ritual diario
Para algunos el atardecer podría ser un momento más, pero para este pueblo ubicado a 160 kilómetros de San José, contemplar la caída del sol forma parte de un ritual diario. “Todo el mundo frena y te das cuenta que todo gira en torno a eso, frenar dos minutos para contemplar algo que va a pasar todos los días, tiene su magia”, dice Fátima. Como testigos están los argentinos que se acercan a presenciar el momento, como aquellos que aprovechan para vender alfajores, churros con dulce de leche, cervezas o empanadas.
Costa Rica es uno de los países con mayor biodiversidad del mundo. Quizás ello explique el sentido del “pura vida”, uno de los lemas del país. “Hay vida en todos lados, lo ves en los troncos de la leña, donde salen plantas. La vida se reproduce”, dice Lucila. Guillermo, por su parte, sostiene: “El ‘pura vida’ es un eslogan que existe desde siempre porque lo vivís. Capaz me estoy volviendo un poco loco, pero yo veo que las hojas te saludan, se adaptan al movimiento del viento. Todos sabemos que todo tiene vida. La naturaleza entiende mucho más que el ser humano”.
La Casa del Mar
Alan Frescó tiene 32 años, es fotógrafo y creador de contenido. Llegó a Santa Teresa el 10 de diciembre en busca de otro estilo de vida. En Buenos Aires tenía una productora y trabajaba como editor de video en Telefe Noticias, pero dice que estar ocho horas encerrado en un lugar no era lo que él quería. “Descubrí que puedo viajar haciendo contenido para marcas, hoteles. Me di cuenta de que con mi profesión puedo trabajar desde cualquier parte del mundo”, dice.
Alan, que había conocido el pueblo 15 años atrás, sostiene que Santa Teresa es un lugar de oportunidades. “El argentino acá puede ser mesero, recepcionista, manejar un hotel, es muy bueno y lo valoran. Comparado a una gran ciudad, hay menos competencia”. Y enseguida agrega: “Hay gente que va trayendo su gente y le dice ‘mirá se puede vivir en un lugar así’. Creo que lo que atrapa es que, al ser un lugar chico, todos llegan en busca de algo parecido, vivir en la playa de lo que sea y eso hace que todos estén en la misma. Vivir como puedas en un lugar hermoso”.
Lucila coincide. “Cuando llegamos pudimos conocer a la gente de acá y también a otras comunidades de extranjeros. Sentía que estaban todos buscando lo mismo. ¿Cómo la pasaste hoy? Buenísimo, surfeé bárbaro”, dice. Para ella Santa Teresa es “un lugar turístico que te permite trabajar y la relación esfuerzo y calidad de vida es muy buena”. Aunque luego sostiene: “Ahora no sé qué va a pasar, hay mucha gente buscando el negocio. Pero bueno eso también le permite crecer al pueblo”.
Un artículo del diario The New York Times describió en 2016 a Santa Teresa como “el próximo Tulum”. Sobre ello, Pía, dice que en la actualidad hay un “boom inmobiliario”, aunque a ella le hubiera gustado que todo se quede “como en el 2000”. “La nota sobre el nuevo Tulum nos entristeció muchísimo. Los que vivimos acá preferiríamos que no se desarrolle. Nos gustaría que esté más organizado. Es un pueblo que está en transición hacia un desarrollo mayor”, agrega luego.
Lucila piensa que si el crecimiento va acompañado de una regulación consciente, Santa Teresa puede crecer armoniosamente. “Es una calle sola, yo digo que mucho no puede ser –dice y se ríe– algo van a tener que inventar si sigue llegando gente”. Y por último sostiene: “Para mí este lugar es mágico, yo siempre lo sentí. En esta pandemia agradecí que las elecciones de mi vida me trajeran hasta acá para pasar este año o lo que haya que pasar”. /La Nación