Medios19/02/2024

“Sabía que lo iban a matar y tuve que limpiar su cuerpo”, dijo la mamá del motochorro asesinado en La Matanza

A Franco Ezequiel Rodríguez Miño lo mataron de un balazo en la cabeza cuando intentó robarle a un hombre.

Marcela Liliana Miño, la madre del motochorro de 21 años que fue asesinado en Virrey del Pino, no se sorprendió cuando recibió la llamada y le contaron que su hijo había sido asesinado por la policía de un disparo en la cabeza, porque ya le había advertido varias veces que pare con esa forma de vivir. “Con la vida que llevaba, era cuestión de días que esto pasara”, le dijo a TN. Sin embargo, hay algo que no puede dejar pasar.

Marcela expresó su consternación al contar el traslado del cuerpo de su hijo desde Puente Doce hasta la morgue de Lomas de Zamora, describiendo el lugar como sumamente descuidado. Al recibir el cuerpo, decidió llevarlo a la cochería Nuestra Señora del Valle. Sin embargo, tanto ella como sus amigos denunciaron una serie de irregularidades que experimentaron durante este proceso. Sus testimonios resaltan la necesidad de una atención más rigurosa y respetuosa en momentos tan sensibles, exponiendo la importancia de una gestión adecuada en situaciones de pérdida y duelo.

“Comencé a preparar a mi hijo, lo limpié, no quería que me lo toquen más”. Durante el velorio, que se extendió por seis horas, surgieron inquietudes sobre la conservación del cuerpo. Ante esta preocupación, consultaron a los responsables de la cochería si disponían de un espacio refrigerado para preservar dignamente los restos de su hijo, recibiendo una afirmación tranquilizadora. Sin embargo, la cruel realidad se hizo palpable al día siguiente, cuando regresaron para seguir con el sepelio y se encontraron con el peor de los escenarios: el cuerpo de su hijo en avanzado estado de descomposición. Este hecho desgarrador expone las falencias y negligencias en el tratamiento de los fallecidos, resaltando la necesidad imperiosa de una atención más escrupulosa y compasiva en momentos de duelo.“Dejaron que mi hijo se pudra como un perro”, dijo Marcela, a TN.

Ante la ausencia de respuestas por parte del personal de la cochería, la indignación y el malestar entre los presentes comenzaron a intensificarse, dejando un amargo sabor de injusticia en el aire. La falta de transparencia y la negativa a asumir responsabilidades por parte del dueño de la empresa solo sirvieron para exacerbar los ánimos. “El dueño no dio la cara y yo quiero escracharlo”, expresó Marcela, reflejando la profunda frustración y la necesidad de justicia. Este incidente subraya la importancia de la rendición de cuentas y el respeto hacia las personas en momentos de vulnerabilidad.

Hace una semana en Virrey del Pino. Comenzaron los disparos y el motochorro terminó con un balazo en la cabez
a, lo que lo llevó a su muerte y el acompañante se dio a la fuga.

Quién era Franco Ezequiel Rodríguez Miño, alias “Millo”

El joven estaba sin trabajo, había formado una familia y tenía una hija pequeña, pero “el consumo de pasta base, paco, lo llevó a la perdición, viviendo de noche y durmiendo de día”, comentó su mamá, Marcela Liliana Miño, a TN.

“Su sueño era tener un taller de motos, le gustaba mucho la velocidad”, agregó Marcela. Pero las giras eran largas y Franco había tomado un camino que lo llevaría al final de su vida.

Primero comenzó con marihuana y después terminó con el paco. “Al tranza le mandas un mensaje y si querés lo tenés en la puerta de tu casa”, contó Marcela a TN. La mujer describió la dura realidad que se vive en el barrio: “Acá en González Catán consiguen la droga como caramelo, los chicos de 11 años van y vienen como hormigas de los lugares que venden”.

Franco luchaba contra la adicción al paco, no recibía ayuda de ningún lado ni tampoco asistencia de alguna institución para su recuperación, “lo internaban y se escapaba”.

“No había forma de que tuviera una rehabilitación. Mucha gente del barrio le hablaba, también sus amigos y la familia”, dijo Marcela.

En cuestiones de cuidado, Franco siempre estuvo a cargo de su abuela, porque su mamá trabajaba varias horas, conoció a su papá, pero sus padres se separaron hace quince años.

“Cuando el padre se separó de mí, también de sus hijos”, concluyó Marcela.

Para Marcela, el desenlace trágico de su hijo representa un dolor sin fin, un abismo de sufrimiento del que nunca podrá salir. Sin embargo, en medio del pesar y la desesperación, se hace evidente que esta terrible pérdida era una eventualidad que temía, pero sabía que era inevitable. Con el peso de la adicción sobre los hombros de su hijo, cada llamada entrante era una amenaza latente, una señal de que el destino inexorablemente se acercaba con la peor noticia que una madre puede recibir. La cruel realidad de la adicción y la violencia les arrebataron la esperanza de un final diferente, dejando a Marcela sumida en un dolor que nunca desaparecerá. /TN