Medios22/09/2024

Un artículo del New York Times que genera polémica: "El poder de unos senos más pequeños"

Por Lisa Miller /The New York Times

Las mujeres entran en las consultas de los cirujanos con fotos preparadas en sus teléfonos. Miley Cyrus. Keira Knightley. Bella Hadid. Quiero que mis pechos sean así, dicen. Ya han pasado horas en YouTube viendo infomerciales de cirujanos plásticos, en Instagram viendo fotos de antes y después y en TikTok, donde un ejército de mujeres comunes y corrientes publican sus reducciones de pechos. “Pregúntame”, dicen. Si ha cambiado la sensibilidad de sus pezones. Qué dijeron sus novios. Si les importó.

A veces una mujer acude a su consulta inicial con el sujetador que espera llevar puesto. O dice: “Estoy deseando que llegue el verano sin sostén”. O que está deseando comprar un top de bikini de 15 dólares en Target, algo bonito y brillante o floral, que indique una vida tan despreocupada que su portadora no vuelva a necesitar tirantes gordos ni broches. Las pacientes de reducción mamaria usan palabras como “en forma” y “fuerte”. Hablan de “pechos de yoga”.

Las amigas cuentan a sus amigas sus reducciones de pechos. Un cirujano llamado Donald Mowlds, de Newport Beach, California, ve una foto en la línea de tiempo de sus redes sociales de un grupo de mujeres almorzando y se da cuenta de que las ha operado a todas. Kelly Killeen, cirujana en Beverly Hills, dice que una de sus pacientes enseñó sus pechos a una amiga en el mostrador de maquillaje de Neiman Marcus y la amiga cruzó la calle para pedir cita. Jamie Hanzo, que tiene 26 años y vive en Nueva Orleans, recurre al mismo cirujano plástico que su madre.

Tiffany Dena Loftin, de 35 años y organizadora sindical en Atlanta, se animó a someterse a una reducción de pechos tras escudriñar por FaceTime los pechos desnudos de su amiga Jamira Burley, de 36 años: sus vendajes, sus incisiones, sus pezones amoratados. A Loftin no le gustan los hospitales. Las agujas la aterrorizan. Pero, dijo Burley, “Tiffany, el alivio y la alegría que yo siento también están disponibles para ti al otro lado de tu miedo”.

Después de la liposucción, el aumento de pechos es la intervención de cirugía estética más popular del país, con unas 300.000 mujeres que eligen implantes cada año. Pero el área de crecimiento de la cirugía estética mamaria está en hacer los pechos más pequeños. En 2023, más de 76.000 mujeres estadounidenses se sometieron a cirugía electiva de reducción de senos, un aumento del 64 por ciento desde 2019, según la Sociedad Estadounidense de Cirujanos Plásticos. (Ese número no incluye las cirugías superiores de afirmación de género o las reconstrucciones mamarias después de una enfermedad). El aumento se refleja en todos los grupos de edad, pero especialmente entre las mujeres menores de 30 años, que son consumidoras entusiastas de la cirugía plástica en general, incluidos los estiramientos faciales y de frente, procedimientos preferidos principalmente por mujeres de la edad de sus madres. Las menores de 19 años representan una parte pequeña del mercado, pero en rápido ascenso.

Las cirugías de reducción consideradas “médicamente necesarias” y cubiertas por el seguro representan un grupo mucho más reducido que las operaciones estéticas, pero las líneas generales de la tendencia —un aumento reciente y repentino, sobre todo entre las mujeres más jóvenes— son las mismas, según un análisis del Health Care Cost Institute.

No solo hay más mujeres que quieren ser pequeñas; también quieren serlo mucho más. Jerry Chidester, cirujano plástico de Salt Lake City, dijo que sus pacientes solían pedir copas C. Ahora quieren talla B. A menudo hace cinco reducciones de pechos a la semana, sobre todo a madres jóvenes que acaban de dar a luz.

Las mujeres estadounidenses están en conflicto perpetuo con sus cuerpos, que no alcanzan la perfección encarnada por modelos e influentes. Al 70 por ciento de las mujeres de todo el mundo no les gusta el tamaño de sus pechos. Esto puede deberse a que los pechos de una mujer son objeto de evaluación y crítica constantes. Siempre a la vista, los pechos aluden al cuerpo desnudo de una mujer. Evocan en los demás pensamientos y sentimientos sobre su feminidad, su disponibilidad sexual, su edad, su peso, su atractivo, su papel maternal. Los pechos pueden ser objeto de fascinación, deseo y fetichización. También repulsión y escarnio. Los pechos grandes llaman más la atención —positiva y negativa— que los pequeños. Un estudio de mercado realizado en 2013 por un fabricante de lencería situaba la talla promedio de copa de las estadounidenses en DD, un dato que circula ampliamente por internet. La mayoría de las pacientes de reducción mamaria tienen los pechos más grandes que quienes usan esa talla. El peso de los pechos grandes puede causar dolor de espalda, cuello y hombros. Pueden impedir la movilidad y la hacer ejercicio.

Así que decidir reducirlos, hacerlos más ligeros, más pequeños, más fáciles de llevar y cubrir —más discretos— puede verse como un acto de amor propio y empoderamiento, la priorización por parte de una mujer, por fin, de su propia comodidad e independencia por encima de lo que otros han considerado tradicionalmente sexy. O puede interpretarse como autodesprecio, un acuerdo con una cultura sexista que también puede considerar repulsivos los pechos más grandes que no son juvenilmente redondos y erguidos: caídos, flácidos, movedizos, difíciles de contener.

O la elección de someterse a una reducción mamaria puede ser, de algún modo paradójico, pragmática. Percibiendo, con razón, que no puede cambiar la cultura en la que vive, una mujer puede considerar que el camino más fácil para amar su cuerpo es alterarse a sí misma.

Los médicos dicen que sus pacientes parecen dispuestas a vivir con las cicatrices, que rodean el pezón, se extienden por la parte inferior del pecho como una línea de longitud y, a veces, delinean las costillas bajo el pecho, donde podría ir el aro de un brasier. Durante sus sesiones FaceTime, Loftin habló con Burley, que vive en Oakland, sobre lo que estaba sacrificando —ser convencionalmente agradable para los hombres— y sobre si su novio mostraría rechazo por las cicatrices o se resentiría en privado por el drástico cambio en su figura. Pero Burley solo parecía mucho más brillante, dijo Loftin, así que se inspiró para también llamar a un cirujano. Loftin está agradecida con su pareja, que pagó la consulta y la acompañó a todas las citas y durante la recuperación. Si tenía sentimientos contradictorios, se los guardó para sí.

Y muchas mujeres no se dejan disuadir por la posibilidad de que la cirugía pueda impedir la lactancia. Según una investigación, las mujeres que se han sometido a una reducción tienen tres veces más probabilidades de no poder dar de lactar. Cheyenne Lin, de 26 años y profesora sustituta en Fresno, California, está casada y dijo que probablemente quiera tener hijos algún día, pero la mayoría de las mujeres de su familia han tenido dificultades para dar el pecho.

Tiffany Dena Loftin, de 35 años, decidió someterse a una operación de reducción mamaria después de que una amiga le dijera lo contenta que estaba con sus nuevos pechos. Desde la pubertad, dijo Loftin, ha tenido “esta noción, esta especie de estigma, de que del crecimiento de los pechos era algo malo”.Credit...Wulf Bradley para The New York Times

“Así que cuando me dijeron: ‘Es posible que no pueda dar de lactar’, pensé que ni siquiera estaba en mi lista de preocupaciones”, dijo Lin. Se sometió a la operación de reducción en julio.

El pecho “ideal”

En 2012, un cirujano plástico inglés llamado Patrick Mallucci publicó en una revista médica su artículo “Conceptos de dimensiones estéticas mamarias: análisis del pecho ideal”, un intento de definir la perfección mamaria. Comparó este esfuerzo con las delineaciones de Leonardo da Vinci del rostro humano en tercios y quintos. ¿Cómo podían los cirujanos esperar remodelar y mejorar los senos de las mujeres, argumentaba Mallucci, sin saber cuál era su objetivo?

Era la época de la voluptuosidad aspiracional: las Kardashian llegaban a lo más alto y el sitio de cotilleos de famosos TMZ informaba de que “¡Los pechos de Kate Upton desafían la gravedad!”. En 2007, los cirujanos plásticos realizaron casi 350.000 aumentos de pechos, un récord, y el procedimiento siguió siendo el más popular del país hasta 2021.

Mallucci basó su análisis en un examen de 100 fotos de mujeres en topless que aparecían en la página web del tabloide The Sun, infiriendo que sus pechos reflejaban un consenso sobre el atractivo. Muchos lectores de The Sun consideraron que las fotos eran porno ligero (y The Sun dejó de publicarlas más tarde), pero Mallucci se opuso cuando lo llamé y se lo señalé.

“Esas chicas fueron seleccionadas por un consejo editorial”, dijo. “Se puede criticar, pero lo único que representan son pechos naturalmente atractivos”.

En su artículo, Mallucci describía, en el lenguaje de los polos, las curvas y los ángulos, lo que estos pechos tenían en común. Eran redondeados por debajo del pezón, no demasiado redondeados por encima y el pezón se asentaba alto en el pecho. En los pechos “poco atractivos”, escribía, los pezones apuntaban hacia abajo.

Killeen recuerda que se enteró del estándar de Mallucci cuando era médica residente y que echó humo. Los pechos de la mayoría de las mujeres simplemente no se ven así. “Odio la palabra ‘ideal’”, dijo en una entrevista. Si un pecho ideal solo se consigue mediante cirugía, añadió, “¿debería ser ideal?”.

“Escuchar a los hombres decirnos cómo deben ser las partes de nuestro cuerpo era repugnante”, afirmó. “¿Qué está pasando aquí? ¿Hay alguna situación en la que haya un grupo de mujeres discutiendo —sin ninguna participación de los hombres— cómo deberían ser las partes personales, sexuales, de su cuerpo?”.

Solo alrededor del 20 por ciento de los cirujanos plásticos son mujeres, y las pacientes que se plantean una reducción mamaria describen que a menudo se encuentran con una cultura profesional sexista. En el tablón de Reddit r/Reduction, las mujeres hablan de cirujanos que hacen comentarios sobre su peso, expresan sus preferencias por pechos “bonitos y redondos” y se remiten a sus esposos o parejas en la sala de exploración. Suma Kashi, que tiene 41 años y vive en Los Ángeles, recuerda haber hablado con un posible cirujano que le dijo: “No creo que a tu marido le vaya a gustar esto”.

“¿Qué tiene que ver mi marido con esto?”, dijo Kashi en una entrevista. “Vamos, hombre. Por favor”.

Estas ideas sobre la perfección de los pechos impregnan el mundo de las chicas jóvenes. Las adolescentes con pechos grandes a menudo tienen dificultades por baja autoestima y trastornos alimentarios. Cuando Cheyenne Lin estaba en sexto curso, dijo, estaba haciendo fila en el recreo cuando un profesor le tiró del cuello de la camisa, que se le había descolgado por el hombro, hasta el cuello. Rae Wolk, una estudiante universitaria de Bedford, Massachusetts, bromeaba con sus amigas de la secundaria diciendo que estaba “mal dibujada”.

Las jóvenes aprenden a taparse bajo sudaderas y camisetas extragrandes. Se comprimen con sujetadores dobles y dejan de patinar, bailar y correr en pistas. Oyen las palabras negativas que se dirigen a sus cuerpos —caídos, desinflados, “estirados como el demonio”, en palabras de un cirujano plástico con el que hablé— y vuelven estas descripciones contra sí mismas. Antes de su reducción, Lin tenía los pechos “como panqueques, planos y caídos”, dijo. Empezó a odiarlos tanto que apartaba la mirada cuando se secaba con la toalla después de la ducha.

Desde la pubertad, dijo Loftin, ha tenido “esta noción, esta especie de estigma, de que el crecimiento de los pechos era algo malo”. Cuando su cuerpo empezó a desarrollarse, su madre la acusó de tener relaciones sexuales —no las tenía— y “sentí que me castigaban”, dijo Loftin. Incluso cuando sus amigas admiraban su cuerpo, Loftin se encogía de hombros. “Cualquier atención era mala”, dijo.

Lo que la decidió a someterse a una reducción de mamas fue el día en que se vio a sí misma como imaginaba que la veían los demás. La mañana siguiente a su cumpleaños 35, una amiga le envió un breve video de su fiesta de la noche anterior. En él, Loftin cantaba y perreaba en un karaoke de Los Ángeles. Llevaba un top sin mangas. En el video, Loftin solo podía ver sus propios pechos.

“Estaba mirando cuánto movimiento tenían mis pechos, cuando mi intención era mover el trasero”, dijo, empezando a reírse. “El objetivo del baile no es mover las tetas. Pero hacia allí se dirigía mi mirada por lo grandes que eran. Y no resultaba incómodo, pero me hacía sentir” —aquí hizo una pausa— “harta”.

Según ella, el video fue el empujón que necesitaba, un recordatorio de que “en realidad soy grande y pesada. Me siento incómoda con ello. Y no me gusta. Y me estorba”.

¿Quién paga?

Si un único procedimiento puede aliviar el dolor de espalda y los dolores de cabeza, favorecer la movilidad y la forma física y, además, permitir a una mujer lucir sin complejos un top sin tirantes, ¿se trata de un procedimiento médico o estético? Para la paciente, por supuesto, puede ser ambas cosas. Pero desde el punto de vista de una compañía de seguros, es una u otra, reembolsable o no.

La mayoría de las aseguradoras quieren pruebas de la necesidad médica: dolor de espalda, hombros o cuello; surcos en los hombros por los tirantes del sujetador; erupciones cutáneas. Exigen pruebas de que la paciente ha probado remedios no quirúrgicos, como analgésicos, fisioterapia y sujetadores a medida. Y la mayoría de los planes incluyen mínimos para el número de gramos de tejido mamario que deben extraerse en función del tamaño, la estatura y el peso de la mujer.

Suma Kashi mide 1,58 metros y antes de la reducción llevaba un sostén de copa H. Cuando se planteó la operación, pesaba 80 kilos y su compañía de seguros le dijo que tendría que extirpar 755 gramos por pecho para que se lo reembolsaran. Pero su cirujano calculó que para llegar a la copa C deseada tendría que extirpar mucho menos: 415 gramos por pecho. Kashi intentó reducir lo que la compañía de seguros denominó su “superficie corporal” perdiendo unos 11 kilos. Aun así, le denegaron la solicitud.

“Solo fijaron unas pautas imposibles”, dijo. Acabó pagando de su bolsillo unos 23.000 dólares. Jamira Burley, por su parte, medía 1,67 metros y pesaba 84 kilos antes de la reducción. Llevaba un sujetador 34DDD y su seguro cubrió la operación. Ahora lleva una copa B y, tras adelgazar un poco más, pesa 70 kilos.

Cheyenne Lin no habría podido pagarse ella sola la reducción de pechos. Odiaba cómo le colgaban los pechos hasta la barriga, cómo uno era una talla de copa más grande que el otro y las limitaciones que le imponían a la hora de vestir. “Cuando vas a comprar un sujetador para pechos más grandes, te dicen: ‘Aquí tienes las opciones. Negro y tostado’”, dijo. “Imagino que no quieren que nos sintamos lindas”.

Pero sobre todo le dolía. Desde su segundo año en la universidad, sufría un dolor agudo y constante entre los omóplatos. La diferencia entre el tamaño de sus pechos había afectado a su postura, cargando un peso desigual sobre su espalda. No podía ir de excursión con sus amigas ni hacer snowboard con Jaylen Lin, el estudiante de intercambio que se convirtió en su esposo. Lin empezó a sentir que no podía participar en su propia vida; Jaylen incluso tenía que ayudarla a sacar la ropa de la secadora. A los 21 años, dijo, “me sentía como atrapada en el cuerpo de alguien de 70”. Le diagnosticaron depresión.

Lin no procede de una familia acomodada. Estaba cubierta por Medi-Cal, el programa de Medicaid de California, y su médico de cabecera no estaba interesado en ayudarla a recorrer el camino hacia la cirugía de reducción, dijo. Cuando buscó en Google al cirujano que aceptaba su seguro en Fresno, sus calificaciones eran tan malas que no hizo la llamada.

Los padres de Jaylen en Taiwán intervinieron después de que él hablara con ellos por teléfono. Ayudaron a la pareja a encontrar un plan de seguro con una opción fuera de la red y dieron a los Lins una tarjeta de crédito para pagar los 15.600 dólares a Killeen.

Antes de la operación, el padre de Jaylen envió un mensaje a la pareja. “Decía: ‘No se preocupen por nada. Papá se encargará’”. Lin espera que su seguro le reembolse entre 2000 y 4000 dólares y considera que el regalo de sus suegros le ha cambiado la vida. Su dolor de espalda ha desaparecido. No toma antidepresivos desde la operación.

¿Qué significa querer tenerlos pequeños? ¿Unos pechos más pequeños reflejan un rechazo a seguir habitando las fantasías de los hombres? Tiffany Loftin cree que su reducción de pechos es una señal de su confianza y autonomía. Gastar su propio dinero para vivir en un cuerpo que le va mejor es poder, no importa lo que le digan las mujeres mayores de su vida sobre lo guapa y perfecta que era antes.

Las mujeres de su grupo de amigas “no necesitan las expectativas de la belleza occidental o masculina para vivir. Este es mi cuerpo. No lo hago por los hombres”, afirmó. Una generación anterior podría haber necesitado la aprobación masculina para su físico. Pero para ella, “eso no es cierto. Y no quiero tener ese aspecto”. Un mes después de la operación, Loftin tuvo que ir a urgencias por una infección mamaria, lo que le obligó a someterse a más operaciones. Aun así, no se arrepiente de nada.

Cheyenne Lin considera su reducción un acto explícitamente político, una salva en las guerras culturales en torno a la reproducción y la maternidad. Al sacrificar potencialmente su capacidad de amamantar, está dando prioridad a su propia salud y felicidad sobre el papel evolutivo que se espera que desempeñe.

Más de la mitad de las mujeres de 18 a 34 años dicen que no quieren tener hijos o no están seguras. Con la Corte Suprema y las legislaturas estatales recortando los derechos reproductivos, “ya tenemos a mucha gente intentando quitarnos nuestra autonomía corporal”, dijo Lin.

Sarah Thornton, socióloga de 59 años residente en San Francisco, tenía una talla B antes de su doble mastectomía. Después de la reconstrucción mamaria tenía una D, que le parecía enorme: “voluminosa y caricaturesca”, escribió en Tits Up, su reciente historia social sobre los pechos. Finalmente, se sometió a otra operación para reducir el tamaño de los implantes. Pero ella no calificaría la decisión necesariamente de liberación.

“Pasé de un implante incómodo que realmente odiaba a uno más pequeño que está colocado de forma ligeramente diferente”, dijo.

Tras sumergirse en las ideas y sentimientos de las mujeres sobre sus pechos durante los cuatro años que dedicó a la investigación de su libro, Thornton apoya cualquier decisión que una mujer quiera tomar sobre su mitad superior. Pero le preocupa que la reducción mamaria se considere únicamente una emancipación feminista. Por un lado, dijo, “la cirugía plástica es una opción de consumo. Suele haber mucho dinero de por medio”. Por otro, la insatisfacción corporal de las mujeres, que circula viralmente por internet, es “perniciosa” y “contagiosa”, dijo Thornton, lo que contribuye a la idea de que siempre hay algo en el cuerpo de la mujer que hay que arreglar.

“Nada de lo que hagas será nunca suficientemente bueno, y si haces algo por razones puramente estéticas, nunca estarás completamente contenta con tu aspecto”, dijo Rae Wolk, la estudiante universitaria.

Puede que los pechos pequeños no llamen tanto la atención en el metro o en la calle como los grandes, pero también son una moda. Mientras que los pechos grandes indican maternidad y disponibilidad sexual, los pechos pequeños pueden transmitir juventud, ingenuidad, pubertad, delgadez, androginia. Sin sostén, un pezón descubierto puede excitar tanto como un escote. Wolk cree que sus pechos pequeños la hacen más femenina, más “coqueta”, dijo.

También pueden indicar clase. En marzo, un meme circuló por X y ha sido visto 32 millones de veces. “HOMBRES”, decía. “¿Qué prefieres? ¿La elegancia aristocrática de la mujer de pechos pequeños O la nietzscheana pro-sexo y pro-belleza mujer de pechos grandes?”. Thornton está de acuerdo en que los pechos pequeños indican la seguridad en sí misma de la riqueza, mientras que el aumento de pechos puede significar ambición social: el deseo de alcanzar riqueza y estatus a través de la atención de los hombres.

“Las mujeres de clase media alta tienen distintos tipos de valores que pueden aprovechar”, añadió. “Pueden tener un título universitario. Pueden tener un poco de dinero o apoyo. Pueden llamar a mamá o a papá. Tienen ‘gusto’”.

Para una mujer, alejarse de la mirada masculina, reafirmarse en su negativa a ser observada, aliviar su propio dolor, poder entrenarse cómodamente para una maratón o bailar en su propia fiesta de cumpleaños, eso es liberación. Pero es una liberación personal e individual, dijo Thornton.

“Si las mujeres van a tener un pecho emancipado”, dijo, “entonces los hombres tienen que cambiar”.