9 de Julio, día de la Independencia: los hilos invisibles de un sueño inconcluso

Los grandes aniversarios son ocasiones propicias para la reflexión y los balances. Cierto es que ha pasado mucho tiempo desde aquel día en que se declaró la Independencia de nuestro pueblo del yugo español, y que tal distancia temporal torna compleja la empatía o intento por revivir los sentimientos de época. Sin embargo, está allí para interpelarnos, desnaturalizar, volver sobre la construcción del sentido de la misma.

Sociedad 09/07/2017

Un día como hoy, se firmaba en nombre de las Provincias Unidas de Sud América el Acta de declaración de Independencia que conformaba a las mismas como una Nación libre e independiente de los Reyes de España y su Metrópoli, poniendo fin a la opresión española sobre el territorio nacional. La Revolución de Mayo había abierto el camino para que se sumasen el resto de las ciudades, luego provincias, de lo que posteriormente sería Argentina y así, once que hoy son las capitales provinciales, más cuatro del entonces Alto Perú, aceptaron y firmaron el Acta. Sólo las del litoral y la Banda Oriental (hoy Uruguay) no lo hicieron.

Aquel martes de 1816, a partir de las dos de la tarde y bajo la presidencia del representante sanjuanino don Francisco Narciso Laprida, el Congreso concluía con la redacción de la famosa Acta de la Independencia. Era en sí misma la concreción de un acto de coraje, de rebelión contra el statu quo que trascendía las contingencias locales. En efecto, en el norte del continente, Bolívar había sido derrotado; Chile estaba nuevamente en manos de los realistas; los españoles amenazaban Salta y Jujuy y apenas si eran contenidos por las guerrillas de Güemes. La situación se tornaba más enmarañada aún, ya que Fernando VII había recuperado el trono de España y se preparaba una gran expedición cuyo destino sería el Río de la Plata; la Banda Oriental estaba virtualmente ocupada por los portugueses; y en Europa prevalecía la Santa Alianza, contraria a las ideas republicanas. En ese momento crítico los argentinos decidimos declararnos independientes. Fue un gran compromiso, el rechazo valiente de una realidad adversa. Era empezar la primera navegación de un país independiente, sin atender las borrascas ni los riesgos.

Independencia hoy

Doscientos años después, la idea de independencia ha sufrido sin duda cambios sustanciales en cuanto a lo que el concepto implica. Si bien siguen existiendo hegemonías de unos sobre otros, incluso con guerras más violentas o con la aplicación de fundamentalismos económicos, religiosos y políticos, la interrelación generada por el proceso de globalización ha hecho resignificar la idea original independentista que alentó a nuestros patriotas en 1816. ¿Qué entendemos por independencia?, ¿De qué debemos independizarnos hoy? ¿El individualismo? ¿La indiferencia? ¿El espíritu sectario? ¿La corrupción? ¿El narcotráfico? ¿La pobreza? ¿Qué tan libres somos para pensar lo precedente?  Tanto si creemos que somos independientes como si pensamos que no, estamos en lo correcto, pues claramente la independencia es un proceso, cuyo inicio podemos datarlo el 25 de mayo de 1810, su punto máximo el 9 de julio de 1816, y su proyección ad infinitum.

Largo tiempo ha transcurrido de un pronunciamiento que indiscutiblemente constituye el más alto suceso en toda nuestra historia como proclama de libertad y autonomía, y sin embargo, se torna tan escurridizo su significado, tan vacilante su proyectual sentido. La historia no siempre ayuda en este punto, la distancia temporal tan vital para la ilusión de objetividad del historiador, acrecienta el abismo emocional, entre el mundo significante de nuestros antepasados y el nuestro. Sin embargo, ello no obtura la posibilidad de reconstruir el imaginario, de hacerles honor recordando sus luchas, las razones por las que estaban convencidos, que valía la pena vivir o morir.

Ciertamente resulta imposible pensar que tal proceso hubiese emergido sin el sustento de una comunidad unida, no solo por el hecho fáctico de la cohabitación de un territorio, sino fundamentalmente, por el acuerdo en torno a un ideal común. La independencia requería de un proyecto capaz de mantenerse y de crecer más allá de las divergencias políticas, que tuviera por horizonte una sociedad mejor y más justa, trascendiendo a las personas y los tiempos. Esta ruptura, el quiebre definitivo con el poder monárquico de España, constituye la materialización de la madurez de un pueblo que quería ante todo hacerse cargo de su propio destino.


Signados por un devenir político atestado de antinomias: unitarios y federales; radicales y peronistas; izquierda y derecha; dicotomías tan vacías de contenido como los ismos que las sustentan; los argentinos debemos empezar por reconocer que para ser una Nación libre e independiente no basta con hacer declaraciones grandilocuentes, pues es un derecho cuya contrapartida ineludible es la necesidad de crecer como sociedad y fortalecer nuestra identidad. Ejercer el derecho a decidir sobre nuestro futuro como Nación, requiere de un nivel de consenso que sólo es posible a través del diálogo, la tolerancia y la solidaridad. Demanda tener una visión de largo plazo orientada hacia la construcción en común que dé cuenta que estamos juntos por convicción y no por conveniencia. El lograrlo descansa en gran parte en evitar el cortoplacismo y la revancha, pues ambas actitudes hablan más de nuestras limitantes que de las potencialidades. Es indiscutible, que el clima de incertidumbre y enojo que nos rodea, tras años de democracia bipartidista, caudillismo retrogrado, seudo estado benefactor, y sus inevitables consecuencias: corrupción estructural, pobreza educativa, económica y política, vuelven cuasi inevitable que ante cada discusión sobre el futuro la pasión nuble la razón y aliente las aguas de la división. En doscientos años hubo logros, y no pocos. Pero la libertad faltó muchas veces, y la unión todavía más. Estanislao Zuleta, filósofo colombiano de tradición existencialista afirmaba “Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de los conflictos y las diferencias, de su inevitabilidad y su conveniencia, arriesgaría a paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Sólo un pueblo (…) maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”.

Hoy como cada día, aunque quizá el calendario nos lo evoque de un modo especial, tenemos la opción de alejarnos de aquello que construye murallas infranqueables a lo largo y ancho de nuestro vasto territorio, para comenzar a construir un horizonte que exalte el carácter libre e independiente que heredamos. En definitiva, de eso se trata la independencia: de decidir quiénes queremos ser. El pacto con los hombres del 1800 es no claudicar en la lucha de mejorar con cada paso, como ciudadanos y compatriotas; la promesa a las futuras generaciones, levantar con orgullo la bandera de nuestra identidad como República. Esa que lleva tallado en el pecho el sol que asoma, que viste de blanco sus ideales humanitarios, que iguala bajo el celeste cielo a un pueblo que tiene la fuerza de levantarse ante cada golpe, la sed de seguir caminando. Solo necesitamos romper con la peor de las cadenas, aquella que nos impide mirar a nuestro lado, reconocer la mano extendida, la voluntad forjada, la Patria herida. Y preguntarnos, pensarnos, sentirnos, escucharnos…encontrarnos, reconocernos en esa historia, y reconocerla a ella en nosotros.

Esta Argentina de hoy, este pueblo que celebra sus 201 años de vida independiente, no puede relegar ni desprenderse de ese legado, aunque padezca períodos de temor y desorientación, aunque se yerre mientras se avanza, siempre nos debe guiar la voz de la libertad, de la dignidad humana, de la responsabilidad ante nosotros mismos. Los fervores de mayo se han apagado hace mucho tiempo, pero las voces de la Revolución todavía están ahí y reclaman lo mismo de entonces: libertad, justicia, igualdad, independencia. ¿Son utopías? ¿Asignaturas pendientes? No importa el nombre que se les dé. Son deudas que tenemos. Nada de patrioterismo mesiánico ni de nacionalismo venal: sólo la insistencia en construir, algún día, una patria en la que sus habitantes puedan sentir que están buscando lo mejor para todos y no la fortuna de unos pocos. Ahora los héroes son estampas congeladas. Ya no rugen Moreno y Castelli, no se desmaya de hambre Belgrano en el campo de Tucumán, no enloquece French ni enfrenta San Martín el dilema de Guayaquil. Nada que evoque la pasión de aquellos fundadores que no amasaban plata sino ilusiones. Sin embargo, por ridículo que parezca, todo está por hacerse. En alguna recóndita parte nuestra se enhebran los hilos invisibles de un sueño inconcluso.

 Por Lic. María Florencia Barcos - Exclusivo para InformateSalta

Te puede interesar
Lo más visto

Recibí en tu mail los títulos de cada día