"No veía nada pero sabía que estaba atrás mío, solo quedó rezar": aterradora anécdota de un cazador

Nacional 27/04/2022
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Un cazador oriundo de Tucumán relató, a través de la red social Facebook, las espeluznantes experiencias que vivió en los montes santiagueños.

"Saludos amigos, la historia que voy a contarte la viví yo junto a mi padre un fin de semana de un mes de julio, en las vacaciones del 2015. Por ese entonces yo tenía 16 años, me gusta ir al campo y salir a cazar además de pasar un tiempo con mi viejo al cual no lo veía mucho por sus cuestiones de laburo. Sabíamos ir a los montes Santiago del Estero", comienza.

"Mi viejo tiene unos amigos en un pueblo cercano que no recuerdo el nombre y nos llevaron a ese lugar donde había una casita abandonada casi venida abajo que nos sirvió de refugio como campamento. Estos amigos de mi padre se quedaron con nosotros casi todo el día y salieron monte adentro. Yo tenía mi rifle así que salí a recorrer a ver si cazaba algunas palomas o lo que se presentara. Entré a caminar y a adentrarme en el monte", sigue.

"Habré caminado una hora, todo era muy tupido, pero tenía caminos propios que hacen los animales y que junto con los arboles arman una especie de tuneles que se van enlazando, todo muy sombrío y escaso de luz por los matorrales y arboledas. Hasta aquí todo venía normal. Yo había hecho unos tiros sin éxito y al caminar sentí que las ramas era como que se partieran, como si alguien más las pisara y me sentí observado... Volteaba a ver y nada, y así una otra vez, lo mismo varias veces, hasta que en un momento sentí una presencia en mi espalda. Entré en pánico, pero intenté mantener la calma", continua.

"Volví al campamento por otro sendero cuando encontré tres cruces de metal en la tierra en el medio del monte que estaba a escasos metros de la casa. Me persigné (nombre del padre) y llegué al campamento. Me puse a buscar algo para comer, pero me seguía sintiendo observado. Al rato vinieron mi papá y sus compañeros, hicimos una picada, y los amigos emprendieron viaje al pueblo y mi papá y yo nos quedamos solos, por lo que prendimos unos mecheros y unas luces de emergencia que habíamos llevado. A eso de las 23.30 ya estábamos acostados cuando empezó a lloviznar muy fuerte. Yo no le dije nada a mi viejo de lo que vi, ni tampoco lo del monte, que me sentía perseguido y observado. Mi padre es una persona muy tosca, no habla mucho y es muy cerrado, pero aquí fue cuando me sorprendió...", relata.

"Mi papá me empezó a preguntar si creía en fantasmas o espantos... A lo que le dije que no... Solo me pidió que no me asuste y que reze antes de dormir. La verdad me quedé preocupado. No podía dormir pensando en lo que podría pasar, hasta que ocurrió... En un momento de la noche, me quedé medio dormido y empecé a escuchar a lo lejos el galope de un caballo, que cada vez se sentía mas cerca hasta que estuvo al lado nuestro (del lado de afuera) y se detuvo... Alguien bajó del caballo, se escuchó las pisadas, caminó alrededor nuestro y luego se escuchó un llanto muy feo de un bebé. Mi papá y yo estábamos callados escuchando todo. Yo no podía creer esto. Luego de ese llanto, se escuchó nuevamente el galopar del caballo y el llanto que se alejaban de nosotros y cada vez se iban haciendo menos audibles. Esto duró alrededor de 5 minutos pero parecieron horas...", detalla.

"Al amanecer tomando mates entre asombrados y asustados con mi viejo, llegó uno de sus amigos del campo que venía arreando vacas y se quedó a tomar mates con nosotros y nos contó la historia. En ese lugar, hacía muchos años, vivió un hombre con su mujer que estaba embarazada. La mujer dio a luz y murió en el parto. El bebé murió al poco tiempo también, por razones desconocidas. El hombre buscó salvar a su mujer y bebé, subiéndolas al caballo y galopando hacia el pueblo pero fue en vano, ya que era muy tarde y no pudo salvarlas. El paisano, luego de un tiempo, se sumergió en una inmensa depresión y al poco tiempo se ahorcó, pensando que así podría reencontrarse con su familia amada. Hoy sus cuerpos descansan ahí y siempre en noches de frío se escuchan ruidos de ese galope eterno y desesperado", narra.

 "Para concluir esa mañana de domingo, nos volvimos al pueblo tipo 11.30 de la mañana y volvimos a Tucumán. Gracias a Dios mi papá nunca más quiso ir para ese lugar, pero lo que escuchamos esa noche fue real y terrorífico", concluye.

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