Balance: acallar el ruido

Opinión 07/08/2022 Lic. Maria Florencia Barcos
mirar por la ventana

La caña con ruda lo anuncia: llegamos a mitad de año. En el auto, la radio local revela, sin matices, aumentos y reducciones, Ismael Serrano implora “Vértigo que el mundo pare”, solo silenciado por el grito ahogado  “viruela”, “invasión” que pone en jaque el juego. 

La tentación es doble, esconderlo y escondernos, pasar página rápidamente, acallando el eco de la conciencia. Esa voz que nos habla de la siempre presente, aunque negada, incertidumbre; pero también de la impermanencia. Que nos susurra para que despertemos del victimismo, tomemos el timón y observemos la tormenta con la seguridad de que tenemos lo necesario para sortearla.

Ahora que Agosto nos arranca la manta, conviene recordar la rotundidad con la que Sócrates advertía que “una vida no examinada no merece la pena ser vivida”. El conocimiento de uno mismo sigue siendo, entonces como ahora, la piedra angular sobre la que se apoya nuestro bienestar emocional y la felicidad.

Para vernos, escucharnos, abrazarnos, necesitamos detenernos, bajarnos de la montaña rusa y volver a casa, a nosotros mismos. Es momento de balance, de aprender de todo lo pasado y vivido desde ese 1 de Enero atestado de esperanzas. 

Para muchos aquel abre la puerta al toro intempestivo de la autoexigencia y la ansiedad que nace y se alimenta del querer controlar lo que está fuera de nuestro alcance. Un espectáculo taurino lleno de frustración por objetivos no cumplidos, un barrial en el que se revuelca el ego herido que se viste con harapos de superhéroe, incapaz de aceptar el metro cuadrado que le es propio. Ese que implica elegir, más allá y más acá de los contextos. Decidir cómo ver la tormenta, si apreciamos la belleza de su fuerza y sus colores o le tememos.  

Balancearnos, supone observar los hechos y nuestras interpretaciones, separarlos para jackear estas últimas, poner en perspectiva con lo que nos es valioso e identificar “lo bueno” en “lo malo”. Recordar nuestro norte,  ese no-lugar al que ansiamos llegar, qué nos encontramos en el camino, las decisiones que tomamos, los resultados, qué hicimos bien, los errores cometidos, los grises, las tibiezas….y aprender, valorar, hacernos cargo de nuestras experiencias en su totalidad, soltar la disociación y la “lectura selectiva”. 

Balance viene del francés balance que significa balanza. Un balance necesita sopesar por lo menos dos factores.  Una embarcación para poder zarpar debe estar balanceada en su carga, condición sine qua non para no acabar escorada a babor o estribor. Para lanzarnos a la segunda parte de la travesía, necesitamos contrarrestar las tendencias a oscilar entre los extremos: creer que todo ha ido muy mal o indiscutiblemente bien. 

Poner en palabras las experiencias, listarlas, facilita el poder tomar la distancia justa para evitar el enjambre de pensamientos que solo nos sumergen en el sufrimiento. Con el pasado reciente allí, preguntarnos cuáles fueron los hechos: Rendiste, cambiaste de trabajo, te casaste, te divorciaste, enfermaste, sanaste, para luego ir al plano interpretativo y ampliar la mirada al proceso. Quizá tu objetivo era otro trabajo, pero este te habilitó construir relaciones, adquirir habilidades y conocimientos que te acercarán más al deseado. En el tablero de objetivos la sociedad exitista te diría que le pongas “no alcanzado” pero ¿Dónde ubicarías lo logrado?. Los objetivos no cumplidos a menudo esconden éxitos importantes. La clave: la lectura que hagamos, cuán cerca estamos de la propia experiencia: de los pensamientos que emergen, las emociones y sensaciones que nos disparan. 

Cuando comprendemos la importancia de iniciar balanceados, los balances se vuelven parte de la cotidianeidad, una práctica que frecuentamos con la almohada o el café de la mañana. Pues ¿qué hacemos cada día si no es construir quienes queremos ser?. Aprehender el camino, requiere del coraje de crecer potenciando nuestras fortalezas, visualizar nuestros puntos de mejora, los recursos que tenemos y aquellos que quizá nos faltan, sin apegarnos ni a uno ni a lo otro. Agradecer y levantar la mirada para poder observar la huella, el legado, el impacto que sabe a propósito y trascendencia. La plenitud brotando de la completud de la vida, en el aquí, en el ahora, en ese hoy que es siempre todo lo que realmente tenemos. 

La autoestima no depende de lo que haya sucedido desde aquel 1 de enero, sino de lo que seamos capaces de recordar, significar y resignificar a la luz de las metas que son el faro que ilumina el camino mostrándonos lo que hay allí, guiándonos cuando la tormenta nos dificulta ver con claridad para decidir. Las metas son esperanza. 

Si pudiéramos acallar el ruido del exitismo, oiríamos el sonido del mar calmo y embravecido, el de nuestros pasos, las risas y el sollozo, la voz que suplica y la que agradece, aquella que habla de entusiasmo y temores, que es abrazo y consuelo. Seríamos más compasivos y humanos. 

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