Entrevista a Camilo Mohamed “Alí”: Formador de boxeadores

De sus manos y de sus rings salieron los mejores talentos locales. Conocé la historia de este luchador de la vida.

Deportes 08/12/2016

Al hombre lo desarrolla su invención. Pues, qué futuro más incierto, de quien no inventa. Y vaya si este hombre le dedicó por años, a la mejor invención cotidiana, como crear personas de bien. Aunque no lo crean, lo hizo con puños y mucha modestia. Todo comenzó con un par de sogas, unas bolsas colgadas y una sobredosis de pasión.

Había un niño que caminaba desde la localidad de Chicoana, buscando mirar el sol con valor y la luna con amor. Tenía la mirada de la bondad, las cejas muy firmes y la mano pesada. Traía con él su sombra y un bolso cubierto de ilusiones.

A los 11 años, tomó la decisión de que el boxeo sería su profesión. Que el gimnasio sería su hogar, los pupilos su familia, los guantes, algo así como sus pulmones. Era cuestión de tiempo para pasar de ser un joven aficionado, a un profesional. Físico de privilegio, agallas de fábrica, mentalidad de acero. Y desde allí, rozarse con todos los grandes de la historia del boxeo argentino.

Carlos Monzón, Ringo Bonavena, Nicolino Locche. Vivencias en Buenos Aires, en gimnasios, concentraciones, viajes. Mientras lanzaba golpes miraba de reojo el banquillo , lejos de pensar en la toalla, mas bien en educar. Siempre pensó que el boxeo fue su vida y podía ser la de muchos otros chicos de la calle.

Fue allí que de a poco empezó a dejar de entrenar para si mismo y pensar en otros. A esa altura ya tenía desarrollado el olfato para detectar cualquier potencial talento derrochado por allí. Estuvo en miles de sitios, con cada detalle de su gimnasio realizado de manera artesanal. Desde las cuerdas del ring, hasta los manteles de la mesa, que vestían el recreo cuando algún boxeador cumplía años. Es que el hombre no era cualquier entrenador. Era un hombre bendecido desde la cabeza a los pies, con el don de la vocación, la sabiduría, la honestidad. De esos tipos que no los modifica ni el dinero ni el poder. De esos que, ¿cuántos habrán? Con los huevos más grandes que la sartén.

Tuve la fortuna de conocerlo en el gimnasio del Club Atlético Independiente. A Camilo Mohamed “Alí” le corría la misma sangre que a los caballos pura sangre. Con la seriedad de los nobles, la verdad de los leales, la fe de los ciegos. Allí estaba el hombre, expirando por la nariz, saltando la madera y la goma como un niño. Con la toalla en el hombro, limpiando el rostro de cada joven entusiasta que buscaba dignamente, el primer trozo de pan.

Empezaron a salir los mejores talentos de los campeonatos de barrios, que se organizaban en la ciudad. La cuna estaba allí, en ese rectángulo que parecía miseria, basural, pero que era la mejor escuela del mundo. Así, sin delantal, sin muchos mangos ni melones, con un par de naranjas y la voluntad infinita, el señor Camilo, te ofrecía sin cargo, hacerte lobo en el ring y cordero en la vida. Y digo señor, porque si usted lo conoce, si sabe de su vida, de su historia, si alguna vez escucho hablar de él , sabrán el por qué de mis respetos. Con decirle que al hombre que se jubiló con honores y despedida en la sala estelar del poder judicial,  se le arrodillaba la corte a sus pies.

Es por esto, mi memoria en vida, para su persona, a quien fue vendedor, chofer, boxeador, hijo, hermano, padre y maestro. Por quien muchos enderezaron el tren de sus vidas, por quien dio la vida por su convicción con ideales, códigos de conductas, que nunca quiso el regalo político, más bien lo justo y necesario, de bebida jugo o agua, de infusión te de te, de comida, empanaditas de su señora o asadito con sus hijos.

¿Qué desea? Seguir enseñando.

¿El más grande la historia? Cassius Clay o Mohamed Ali.  

¿El mejor talento que haya conocido? Tal vez, el Piojo Corimayo.

¿Una deuda pendiente? Haber entrenado de joven al Potro Abregu.

¿El boxeo? Mi vida. Se los recomiendo a todos. Es más que un deporte, más que una manera de vivir. Es un arte. Insisto por una pregunta más.

Jubilado, ahora descansando. No, cuando me muera descansare. Sigo enseñando. A particulares y profesionales. Y en el mejor gimnasio del país, en el Fits, en Tres Cerritos.

A sus 74 años, ¿algún otro deseo? Morir enseñando boxeo.

Entrevista: Nicolás Cortés

 

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