Opinión03/02/2017

El legado de nuestros héroes

Hoy 3 de febrero se recuerda el combate de San Lorenzo, el único hecho militar que comandó el general San Martín en suelo patrio y que marcó la historia latinoamericana. Lo que dejó para el futuro de las generaciones.

En la formación del Estado argentino hubo hechos históricos considerados como los grandes hitos que forjaron nuestra identidad como Nación.

Pero un hecho marcó para siempre el inicio de la etapa libertaria, ya que consolidó la revolución. Ese hecho fue el "Combate de San Lorenzo", un 3 de febrero de 1813, donde el entonces Coronel don José de San Martín enfrentó por primera vez, con un ejército regular recién formado, los legendarios granaderos, a las tropas españolas que subían río arriba en busca de provisiones y con la férrea intención de asegurarse el control del tráfico fluvial hacia el interior del territorio nacional.

Según cuentan los historiadores, el combate fue rápido y la jornada triunfal, en el único hecho militar que comandó el Santo de la Espada en suelo patrio y que marcó la historia latinoamericana. No todos estaban seguros de su lealtad hacia la nueva Argentina. Pero los hechos no sólo demostraron su fidelidad y entrega, sino que el tiempo lo erigió como el máximo héroe de nuestra patria, defendiendo su autonomía estratégica, y conduciendo eficazmente también la liberación de Chile y del Perú. Este único triunfo en tierra propia consolidó el proceso revolucionario, y fortaleció el espíritu de los demás hombres decididos por la liberación como Belgrano y Moreno.

Es innegable la trascendencia de un merecido homenaje cada 3 de febrero y, sin embargo, contamos con la fecha, están escritos a fuego los hechos, pero sin temor a equivocarme, han sido enterrados en el inconsciente de un imaginario colectivo para el que la concepción de héroe ha sido vaciada del sentido otrora consensuado. Habiendo transcurrido 204 años de aquel glorioso verano, resulta interesante plantearnos de qué manera aquellos héroes nos interpelan en el presente. Cierto es que el hombre siempre ha contado con héroes.

El legado

Ya Aristóteles señalaba en su Poética que la imitación podía hacerse de tres maneras: pintando a los personajes mejores de lo que son, pintándolos como son en la realidad o haciéndolos aparecer como peores de lo que son. Al tomar como referencia a los seres humanos para indicar las cualidades de los personajes, Aristóteles estaba ofreciendo un modelo de conducta. Ante los mejores es necesario admirarse, ante los iguales reconocerse y ante los peores precaverse. El héroe clásico es un modelo de los valores que la sociedad entiende como positivos, él encarna las virtudes e ideales a las que los hombres aspiramos. Entonces, la condición esencial para que aparezca el héroe es la presencia de una sociedad con un cierto grado de cohesión que permita hablar de valores reconocidos y comunes a todos. Sin valores, no hay héroe, se torna impensable la mera existencia de un personaje que permita la ejemplificación heroica. La condición de héroe, por tanto, proviene tanto de sus acciones como del valor que los demás le otorgan.

Altruismo, honor, dignidad, valentía, honradez…son solo algunos de los valores enarbolados por hombres como San Martín y cada uno de los que lo acompañaron en esta contienda. La presencia real de estas virtudes, o mejor dicho, del valor que tienen hoy en nuestra sociedad, es lo que hace ruido y torna compleja la celebración y exaltación de esta fecha y tantas otras del calendario histórico. ¿Cuál es nuestro ideal como sociedad, la meta hacia la que dirigirnos? No podemos celebrar lo que hemos vaciado de contenido, resulta evidente que la existencia de San Martín como héroe depende de la adhesión social a los valores que encarna, del grado de acuerdo que exista en torno a aquellas virtudes.



Pensar en San Martín, en Cabral el soldado heroico que logra la inmortalidad al ofrendar su vida, se erige como algo atípico, anormal, e inútil en el contexto de una sociedad argentina deshabitada de sentidos comunes, de acuerdos y pactos sociales. Hoy la lucha de estos hombres se da en el fango discursivo de revisionismos que van más allá de una necesaria humanización para caer en la eterna deconstrucción. Estos héroes histórica y socialmente construidos, tendrán entonces que luchar ya no contra los enemigos de la Patria soñada, sino contra la opinión de sus los herederos sociales a quienes deben convencerles de qué es un héroe.

La historia que vivimos, aquella en la que están creciendo nuestros hijos y nietos, es la de oportunistas que quieren los beneficios de la fama y el reconocimiento social. No quieren trascender siendo fieles a su conciencia sino, sencillamente, sobresalir. Quienes pululan en el imaginario como personajes a emular, ni siquiera piensan entrar en la historia, sino en las tarimas del efímero aplauso de una sociedad en la que cada uno ocupa un lugar conforme a lo que tiene y no a lo que es realmente. La astucia se ha vuelto la condición necesaria, la premisa que permite ir subiendo puestos en la escala social recurriendo a cualquier tipo de artimaña. Estamos rodeados de seductores, de hipócritas redomados, de fingidores, que entienden que la sociedad no está conformada por seres auténticos sino por máscaras que esconden la mediocridad general.

El héroe prototípico de este tiempo ya no necesita principios, sino cuentas bancarias; no necesita apoyarse en la verdad, sino en amigos influyentes; en este contexto, los principios no ennoblecen, sino que son más bien un lastre en la carrera hacia el dinero y la posición elevada. Como sociedad, estamos permitiendo que las nuevas generaciones crean que los principios que los libros enseñan no son más que falsedades, que la realidad social es una jungla en la que hay que utilizar todas las armas disponibles para evitar que nos destruyan; que ascender es pisar, pasar sobre otros sin detenerse para alcanzar las metas. En su prefacio a las poesías de Louis Bouilhet, Gustave Flaubert escribía: ¡Mirad cómo el desierto se extiende! Un aliento de estupidez, una tromba de vulgaridad, nos envuelven, prestos a recubrir cualquier elevación, cualquier delicadeza. Se sienten felices de no respetar a los grandes hombres...

Una sociedad que olvida el por qué se rememora lo que las fechas desde un frío almanaque intentan evocar, que ni siquiera desde los altares revisionistas critica los principios porque ya prácticamente no existen, y apela a quedarse con la humanidad que iguala a los héroes en lo que a vicios actuales refieren, no puede ir más que camino a su autodestrucción.

Un día como hoy, hombres como nosotros, con aciertos y errores, pero embebidos de los principios de una sociedad que sabía lo que quería, fueron tras sus objetivos de grandeza y libertad. Valientes granaderos, curas y civiles que iniciaron el camino hace doscientos años para ya nunca más ser un pueblo sometido. Tenemos la libertad, y el ejemplo de las virtudes y principios que nos hicieron una Nación, que nos permitieron superar airosos el escabroso camino del acecho colonialista, preguntémonos, ¿A quién queremos hoy emular?

Por: Lic. Ma. Florencia Barcos, exclusivo para InformateSalta