Graciela Quipildor: Una historia de quiebre y libertad
Nació en una familia testigo de Jehová, se casó muy joven y vivió años de violencia, maltrato y humillaciones. Sin el apoyo de la congregación, terminó expulsada buscando su felicidad.
“Creo que todos tenemos un llamado interior que nos dice qué nos hace felices y qué no, y cuando no lo sos si podes cambiarlo hay que hacerlo”, contó Graciela Quipildor, más conocida como La Quipi, a InformateSalta. Es que ella es dueña de una historia de quiebres y superación que muestra los vejámenes y el destierro de quien es expulsado de una congregación, en este caso testigos de Jehová.
“Nací en una familia testigo de Jehová y lo fui hasta los 29 cuando me divorcié y fui excluida”. Se casó muy joven, a los 22, con alguien que profesaba la misma fe que ella. El matrimonio duró seis años y medio, terminó con un divorcio sobreexpuesto, muy desfavorable para ella, “me quedé sin nada”.
Transcurrido el primer aniversario, su marido cambió “comenzamos a tener problemas, se transformó en otra persona, se volvió un hombre violento, me maltrataba de todas las maneras posibles y cuando yo pedí ayuda a los ancianos de la congregación, que vendrían a ser el equivalente a un pastor o un cura solo me citaba un texto de la biblia que dice que la mujer sabia edifica su casa y la necia la destruye y me daban consejos para que yo no lo haga enojar”.
En medio de una crisis emocional y donde regia el secreto de sumario, La Quipi, vivió su dolor desde la más profunda intimidad. Sus intentos de salir de esa casa donde solamente le repetían: “Quien te va a querer. A dónde te vas a ir. Sos horrible. Sin mí no llegas ni a la esquina. Te vas a morir de hambre. Vas a volver arrastrándote”, fracasaban y siempre terminaba volviendo ante la ausencia de posibilidades.
Los testigos de Jehová, según su relato viven llenos de restricciones, no festejan cumpleaños, navidad, año nuevo, no fuman, no toman, no se casan con gente que no sea de su mismo credo, no tienen relaciones carnales antes del matrimonio y muchas otras reglas más. Todo eso la encadenaba a un futuro incierto, en el que se quedaría sin familia ni amigos.
“Mi primera crisis fue espiritual yo la pasaba muy mal, era una mujer muy infeliz, no encontraba una salida. El testigo de Jehová se imagina que se casa para siempre, mi familia no sabía nada, porque ellos son muy discretos”, relató.
Llena de miedos y desesperación acudió al único elemento que tuvo a mano para concretar un divorcio que se le negó por muchos años: el adulterio. “Sentí que fue la única forma de darle un golpe que le duela y que como no iba a haber vuelta atrás eso iba a terminar, me estaba protegiendo hasta de mi misma para no regresar. Hice eso y lo conseguí. Me fui de la casa sin nada”, contó.
Tras lo ocurrido su nombre estuvo en boca de toda la congregación. “Fui expulsada por adúltera, cosa que asumí y al día de ahora siento que fue una de las mejores decisiones de mi vida porque fue mi recurso para salir de ahí”, afirmó.
Esa sentencia la dejó sin amigos, sin familia, ni contención. Las únicas personas con las que habla son sus padres, “no pude ni siquiera ir al casamiento de mis hermanas porque no puedo socializar con ellos”, tampoco pueden compartir una comida, lo tienen prohibido.
Siete años le llevó rearmarse, curar sus heridas y volver a vivir. Asegura que hoy es feliz y que a pesar del miedo encontró la libertad. Si bien fue mucho lo que perdió, las ganancias fueron más gratificantes y con su historia busca dar un mensaje inspirador a todos aquellos que viven oprimidos. “Muchos vuelven a donde no son felices por miedo al destierro, yo les dijo que hay que tirarse y arriesgar”.