Arquitecta de la esperanza: la jujeña que levanta hospitales en el corazón de África
En zonas destruidas por la guerra, los debe construir en tiempo récord. "Extraño la ducha caliente", dice.
Clarín/ Agustina Jorge habla desde un lugar remoto de Bangladesh. La comunicación se corta de a ratos y la mala señal hace que tenga que repetir varias veces lo mismo. En el medio de la conversación, que suena satelital, se escuchan voces extranjeras, en inglés y en otros idiomas indescifrables. Cada tanto alguien la interrumpe o ella corta la charla para reclamarle a otra persona que falta alguna cosa o que algo no funciona. Allá son las cuatro de la tarde. Aquí, las siete de la mañana. Agustina conversa, pero íntimamente piensa en su trabajo, en los problemas cotidianos, en todo lo que tendrá que resolver a contrarreloj.
Trabaja construyendo hospitales para Médicos Sin Frontera en zonas destruidas por la guerra o por la ira de la naturaleza, como terremotos e inundaciones. Lugares extremos.
Nacida en Jujuy y de profesión Arquitecta, Agustina relata su vida desde la frontera de la civilización. Desde el caos. La dedicación a su trabajo es total. A los 33 años sabe que su vocación es el servicio a los demás, salvando la existencia de los otros... a pesar de que lo suyo es la construcción y no la medicina.
En Bangladesh, se encarga de darle servicios básicos y salas sanitarias a los 600.000 desplazados Rohingya, que escapan de la masacre y la crisis humanitaria en la vecina Birmania.
"Construimos un centro de tratamiento para difteria con madera de bambú y también salas de observaciones para los enfermos. Vamos armando las estructuras mientras los médicos la van usando. A veces tardamos un día en levantar todo, otras veces un mes", cuenta Agustina desde el centro de refugiados, donde además estuvo a cargo de realizar todo los trabajos de saneamiento y distribución del agua. "Qué es lo que más escasea en estos lugares". agrega.
Increíblemente, no suena estresada. Se la escucha fresca y segura. Enérgica. Como a alguien que es capaz de sobrevolar la tragedia y verla desde arriba para encontrar soluciones donde parece no haber.
"Las emergencias, como la de Bangladesh, son bastantes duras. Los tiempos corren muy rápido. En tres meses tenés que hacer un montón de cosas. Hay que responder en tiempo récord y sanear muchas las necesidades.", narra esta Arquitecta, que empezó a trabajar en Médicos Sin Frontera en el 2016.
Todo los días se enfrenta a desafíos enormes. Como el aprovisionamiento, conseguir los materiales o llevar agua a zonas de desastres. "Había lugares donde la única manera de llegar era a pie y eran casi cuatro horas caminando, así que se tenía que mandar todo con porteadores. Imaginemos lo que es mandar una bolsa de cemento con porteadores… muy complicado".
Lo más difícil de su trabajo es enfrentar la miseria y la pobreza de los desplazados, refugiados y damnificados.
Esta su tercera misión. Reconoce que vive en modo de alerta y con bastante tensión. "Duermo con una radio al lado como seguridad, para salir rápido si llega a pasar algo imprevisto", apunta con una ligereza sorprendente.
Y agrega: "Cuando estás en lugares como estos, y ves a la gente que pasa cosas tan injustas, pensás que te pudo haber pasado a vos". También asegura que durante las misiones "no tenés privacidad" y "tu vida sentimental pasa a un segundo plano: tener una pareja es imposible".
Agustina habla inglés y francés, conoce a centenares de personas de todo el mundo y confiesa que en estas situaciones tan extremas "uno extraña cosas tan comunes y cotidianas como la cama y una ducha caliente".
A pesar de todo, Agustina ama lo que hace. Y reconoce que recibe mucho de sus experiencias. "Trabajar en ayuda humanitaria le dio sentido a mi vida. Ves que hiciste algo en un lugar que lo necesita".