Recuerdos de la "casa roja"
El Club Atlético Independiente de Salta, anclado entre Villa Soledad y Hernando de Lerma, fue, es y será mucho más que un club.
Como el patio de casa. Casi un cuadrado perfecto. Justo enfrente de mi hogar, como si estuviese destinado a vivir allí. Un escenario central, dos salones laterales, en el medio la cancha, un par de baños improvisados, algún ambiente de vestuario, un buffet. Piso, contrapiso, salvo el rectángulo de juego, con mosaicos pintados y recontra pintados. Con faltantes rellenados con historias de niños. Tribunas, retazos de maderas y hierros hechos tubulares. Modesto. Simple. Mágico.
Por supuesto que soñábamos. Y todavía sueño. Porque lo siento propio. Tinglado, paredes en blanco y rojo, piso de madera, balones de cuero. ¿Quién no? Desde los socios fundadores hasta los dirigentes del momento.
Aún así tenía esa tierra característica de los viejos clubes, con adobe y rastros de pirca, pero llenos de vida. Desde obras de teatro, desfiles de moda, actos, cine, boxeo, vóley, fútbol y cuantos eventos más vivimos allí.
Es inevitable recordarlo. Es un pedazo de la historia de cientos de vidas. Como el olor a mandarinas en sus veredas. Como el pan con queso y el vaso de jugo Cancún de granadina después de jugar. Aún percibo el sol de los sábados por la tarde, obvio sin techo. Con las únicas zapatillas limpiadas con algún trapo para que brillen como las que usaban los jugadores de la NBA.
Amistades infinitas. Vínculos eternos. Vivencias únicas. Formadores muy particulares. En un principio recuerdo a Carlos Ceballos. Luego Mario Aballay. Después Enrique López. Dante Cortez. Pablo Krauzas, Rene Vaca, Elsa Aguilar. Dirigentes como Tomás “Maxi” Principato, Alejandro Pérez, Eduardo Tapia. Colaboradores de siempre como los hermanos Rodríguez, Don Quelo, “Zurdo” Segovia, Sra. Astigueta, las familias Durgali, López, Papa Michael, Tejerina, Yáñez, Reyes, Rodríguez, Kiorcheff, Cortés, Flores, Storniolo, Viñuales, Visentini, Ortiz, Bernel, Rivero, Aramayo, Soto, Mirón, Morón, Tortorici, Aguilar, Carrizo, González, Pérez, Aybar, Cabeza entre tantas más.
Pareciera que estos sitios andan callados por la vida, se esconden en los barrios, laten disimuladamente como evitando que se los nombre. Tienen la grandeza de no pedir prestado, de sonrojar ante el auxilio. Pero,¡qué indispensable su existencia! Y sí, tienen todo ese aspecto de vagabundo, pues la crisis socioeconómica de varias generaciones también les afecta, pero resisten. Sobreviven. Están más allá de la misma gente, del funcionario de turno y de quien lo presida. Parecen destinados a cobijar la salud, el cuerpo y la mente de tantas personas y por cosas de Dios respiran, se reinventan. A pesar de juicios y malos tratos, de haber recibido traiciones y hurtos, siempre de pie.
No interesan los logros deportivos, ni las hazañas del pasado, ni tampoco que generación fue mejor ni quien el destacado. Porque podríamos hablar de Ramón Papa Michael, o “Tito” Tejerina, “el Gringo” Kiorcheff, “el Malevo” Ferreira, Monzón, “Humito “, de personajes como “el Cura Huaso”, “Cherro”, “el Loco” Ozuna, utileros como “Manteca” Martinez, Aldo Cortés, José Belbruno o resaltar la fábrica de bases o “unos” como lo llaman al puesto en la actualidad.
De todos modos, solo importa su existencia, su pulso permanente. Y seguramente cualquier persona que haya pisado su sitio, lo sabrá. Sentirá nostalgia, tendrá recuerdos, y de alguna manera sentirá la importancia de saber que el Club Atlético Independiente de Salta Capital, anclado entre Villa Soledad y Hernando de Lerma , más precisamente en Lavalle 760, fué , es y será su casa roja. Mucho más que un club.
Por Nicolás Cortez para InformateSalta