Opinión24/08/2018

El silencio ensordecedor de la grieta

En qué momento decidimos cruzar los límites de la razón, el legado de nuestros abuelos, y atropellar las bases de la existencia social... preguntémonos, cuándo permitimos que nos convencieran que sos un gil si no robás.

La grieta

Los problemas de nuestro país no derivan sólo de las malas acciones, de las decisiones erráticas, de la corrupción, la violencia, sino también y en mayor medida, de la actitud contemplativa de ese resto, la otra parte que se considera ajena, o peor aún, se autoexcluye por entender cuasi titánica la tarea de mirar de frente a sus miserias como para accionar ante terceras anulando toda posibilidad de análisis vinculativo entre unas y otras.

Las millonarias cifras de la corrupción, desnudada con la tinta indeleble de emblemáticos cuadernos, lejos de generar una instancia de “unión en la desgracia” recrudeció la grieta, ese socavón tan estúpido como ideológicamente funcional en el que nos ensalzamos los argentinos al son de un canto autodestructivo. Notas y contranotas, atestan los medios de difusión masiva, con el acento puesto naturalmente en la sílaba que marque la correcta separación. 

Arrepentidos, abogados, fiscales, adeptos de la primera y segunda hora, enemigos acérrimos de unos y otros, secuaces poco identificables; voces que no callan aunque la vacuidad de lo que dicen es razón más que suficiente para que lo hagan. En el país del todo vale, del que no llora no mama, en el que reina una especie de expertise generalizado y generalizante que justifica una mala praxis comunicacional normatizada, cuesta escuchar el silencio. La ausencia de voz no solo de aquellos que comienzan a bajar los brazos en esta odisea de sellar por siempre la grieta, sino también de los que se saben engañados por aquel canto de sirenas que por 10 años habló de populismo, tapando con dádivas y despilfarrando los recursos que habrían permitido al menos comenzar a entender la pobreza y sus males estructurales.

Nefasto silencio de aquellos que al visualizar los abusos de poder y la violencia demagógica decidieron taparse los oídos y seguir adelante, algunos procesando su duelo ideológico otros negándose a iniciarlo. No son pocos los silencios que aturden de uno y otro lado, pero hoy resulta casi improbable percibirlos a causa de las voces de los aún irreflexivos, por el canto quimérico, y las de aquellos que por circunstancias de la vida pululaban por otros mares alejados de aquel, sin que ello los salvara de caer en otro agujero mitológico.

Instalada la metáfora de los carpetazos, en una sociedad inmadura que solo percibe el camino de la violencia material o simbólica como lenguaje relacional dominante, resultaba obvio imaginar la popularización de la metáfora reducida a chicanas y memes del tamaño y tenor de cuadernos de primaria. En el medio de la convulsión, de la verborragia descalificativa, y la ignorancia vestida de falsa sapiencia; allí, cabizbajos, junto a los bancos o debajo de ellos, esperando huir de la escena al toque de queda del timbre del recreo, están los que reniegan de la biblia y el calefón, quienes ansían aprender para crecer, egresar y construir un nuevo camino. Aunque ensimismados, son conscientes de que “el siempre ha habido chorros” oculta el nivel de insolencia existente que sin dudarlo supera cualquier ficción. Entendedores de ese merengue en el que nos revolcamos, vislumbran como una epifanía, la facilidad con la que el dulzor deja a algunos en coma, convenciéndolos de que vivimos en un mundo de valores grises en el que cualquier nivel de desvío es susceptible de ser justificado por la exponencialidad real o posible del mismo. Asusta, desconcierta, arremete contra toda razón, el mutismo de quienes se resignan a creer que todo da igual, renunciando a pelear contra esta lógica instalada y endiosada subyacente a tal mismidad, base constitutiva de aquel socavón empeñado en llegar al núcleo de nuestro ser nacional y generar su implosión.


Quizá el instinto de supervivencia emocional, fue el que generó la afonía, es inconmensurable el peso del sufrimiento emocional sobre el ser humano. Démosle a estos colectivos taciturnos el beneficio de la duda, pero sobre todo permitámonos construir un espacio para sanar. Time out, argentinos, para alejarnos de los atrios desde donde unos y otros se regocijan por la destrucción tramada, como si alguien pudiera ganar en un juego de muerte. En qué momento decidimos cruzar los límites de la razón, el legado de nuestros abuelos, y atropellar las bases de la existencia social. Ejercitemos el arte de preguntar, ese que nos dejaron de enseñar porque molesta y nos impide aprender el cántico de turno, y preguntémonos, cuándo permitimos que nos convencieran que sos un gil si no robás, que si aprecias el orden y la disciplina sos autoritario, o si considerás que el único camino válido para avanzar es el esfuerzo y el mérito que nace de él, sos gorila. Cuándo mezclamos la Biblia con el calefón, horadando nuestra capacidad de analizar y aprehender la realidad lejos de simplificaciones y generalizaciones automutilantes.

Cómo permitimos convertir el país en una vidriera escandalosa, un cambalache, un no espacio de permutas non santas del que participamos por acción u omisión. Todos somos animadores de esta tragedia, algunos ocupando los lugares más preponderantes de la marquesina, por ser autores o cómplices materiales de los delitos denunciados por los cuadernos, paradojas de lo existente, unos y otros finalmente acaban embarrados en el lodazal tribunalicio de los arrepentidos. Aunque quisiéramos, allí no termina la nómina de actores de esta obra macabra.  También debemos mencionar a los que niegan los hechos, contundentes en sus afirmaciones pese a llegar al punto del pero, ese que anuncia un condicionante que obtura, aunque lo ignoren, la negación anterior, volviéndola una afirmación seguida de una justificación o aval. Artimañas del discurso, lo propio encuentra su resguardo en lo otro, los delitos que este gobierno cometió, comete o cometerá en su mandato. Una especie de billetera mata galán pero en versión librería, cuaderno mata carpeta o espiral. El inventario no acaba, y como tal, el orden no altera el producto. Cómo no citar a quienes rehúsan hablar de los hechos porque las cifras del hambre, el desempleo, los intereses de la deuda, el aumento de tarifas, y la ausencia de flan en la lista de gustos del Presidente, entre otros tantos datos susceptibles de enunciar, se erigen como una realidad omnipresente que no admite análisis, carente de vínculo con los hechos aludidos, y ameritan no volver la mirada al pasado, ese que cuando era presente tampoco fue observado.

Los obsecuentes, salpicados o no por el negocio, y los enajenados al ritmo de una seudo ideología que mata al capitalismo desde sus obscenas trincheras de oro, nos obsequian un silencio de tumba tan lúgubre y nefasto como el que quizá reina en el sarcófago donde -en principio- estaría el ex presidente, el líder señalado por quienes hoy hacen surcos en tribunales. Podemos seguir enumerando las voces y los silencios ad infinitum, al igual que agruparlas y operar un reduccionismo del que ya tuvimos dosis letales, o intentar escucharlos entre líneas, analizando lo no dicho y reembolsándolo a ese abismo comunicacional que supimos conseguir. Lo que abunda a veces daña, y mucho. Es tiempo de madurar, nadie va a tocar el timbre por nosotros, no sirve, porque ni siquiera es factible, hacernos a un lado o huir.

Hay un “entre” que está atestado, no es un vacío, son los grises que enriquecen, los que nutren, esos que aprehenden la necesidad de construir puentes discursivos pero fundamentalmente de miradas. Enfrentados como estamos, lograremos, si queremos, ver lo que hay detrás del otro, y si aún nos queda algo de dignidad, veremos que allí, detrás, están las paredes tambaleantes que construyeron nuestros antecesores, las mismas que nos dieron cobijo,  que cimentaron lo que fuimos, y lo que podemos llegar a ser como sociedad, pero sobre todo, en tanto Nación. Silencio, respeto, orden, se acabó el recreo, se acabó el reinado del “piedra libre para todos mis compañeros”, es hora de sentarnos, dejar de revolear cuadernos parados desde viejos pupitres, gritándonos consignas arcaicas dictadas por terceros maliciosos, interpelar el pasado y entender qué nos pasó, unirnos  y acordar qué límites no debemos volver a cruzar. Si llegamos a ese punto, solo resta tomar una hoja en blanco y escribir con el fuego sagrado que da el consenso en los valores a dónde soñamos llegar.

 Por Lic. María Florencia Barcos