Sociedad22/09/2020

En recuerdo y homenaje a Eduardo Chañe: “Siempre voy a recordarte como un tipo creativo, diferente”

A poco de su partida al palco celestial, el escritor salteño Nico Cortés destaca su inmensa vocación de servicio para con la profesión de periodista. Y sobre todo, su don de gente. “Me fascinaron tus gestos desinteresados en medio de este mundo mercantil”

Ciudad de Salta. Esquina de calle España y Mitre. En el corazón de la tierra mística cruza un hombre no vidente tomado del brazo de un hombre diferente. Mientras caminan lentamente se percibe en ellos una conexión inmediata. Me llama mucho la atención y como cronista curioso atino a perseguir toda la situación. 

Camino tras sus pasos, cansinamente, escucho sus nombres. El hombre de baja estatura, con anteojos negros y cabello peinado al limón, se llama Domingo. Quien lo acompaña, Eduardo. Este último, de gran porte, cabeza rapada, sonrisa permanente. Se huele su buena madera. Parece sensible, le habla de sus hijas, de su mujer. 


Cuando parecían despedirse, como sin quererlo, Eduardo invita un café. Lo presentí generoso, de esos tipo bonachones, mano suelta. Logro observar su rostro, y  vislumbro una mirada familiar. Cercana. Ojos negros, voz de locutor, andar de rugbista retirado. La buena vida y el placer por la comida la refleja en sus kilos de más. Irradia carisma, convicción.

-          Muy amable señor, muchas gracias. Seguramente usted es un buen tipo. Me ahorra tiempo de ir a casa porque me había venido a laburar y me estaba picando el bagre, usted vio… 

-          No hay problemas Domingo, para mí es un placer. Siempre se me ocurren escuchar relatos, historias de vida, cosas de la gente común, historias, pesares, alegrías. Perdón el atrevimiento, pero siempre quise saber cómo mira el mundo alguien no vidente…

En el café me siento de espaldas a ellos, con la oreja más estirada que piel de vedette. Inesperadamente todos solicitamos el mismo pedido. Leche cortada con una medialuna. Pareciera que los universos de las personas, sus energías, se conectan inevitablemente. Como los enamorados eternos, esos pocos que encuentran su milagro, su felicidad, en otro ser, mutuamente. Así nos entrelazamos.

En el televisor del café hay futbol y Eduardo se paraliza ante la repetición de un golazo. Domingo observa a Eduardo esperando la devolución. Pase al pie aguardando el relato para que su imaginación tome vuelo. 

-          La agarro de volea, fuera del área, como venía de pierna derecha, seco. El arquero quedó inmóvil. Suarez, el nueve del Barcelona. ¿Domingo, te gusta el futbol? 

-          Me moviliza. Yo nací no vidente pero siento el pique de un balón y se me mueven las piernas. Y después tengo como un don, como un no sé qué…. Presiento cosas, me anticipo, ¿me entiendes? ¿Te acuerdas del gol de Diego, gambeteando  a los ingleses? Yo lo estaba escuchando por radio, en mi puesto de diarios. Justo ahí donde nos conocimos. Donde tomaste de mi brazo. Cuando Héctor Enrique le da el pase a Diego, yo me levanté de mi banquito. Siempre le cuento a mi señora. Miré la catedral, vi colores, se sintió la campana. Y a los pocos segundos gol de Argentina. 

De repente el café completo, incluidos los mozos, las máquinas, se paralizaron. Como si hubiera ocurrido alguna situación paranormal. Domingo luego de su relato percibe que todo el lugar posa su mirada sobre él. Eduardo para relajarlo le toma la mano. Le dice al oído que le cree todo. Que Diego fue el futbolista más artístico que dio la humanidad. Que esa misma vez, en ese mismo instante donde Diego galopaba como un Dios atado a un balón, por palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano un no vidente colombiano recuperó la vista. ¿Se puede creer? Ambos asienten con sus cabezas. 

-          A mí me fascina el deporte. soy periodista deportivo, veo todo el día deporte, leo, investigo, entrevisto. Conozco a todos los atletas de la ciudad, voy a ver cualquier deporte, es como una adicción. Lo haría y lo hice aún sin dinero, sin salario. Es mi vocación. Tengo el convencimiento que las personas que hacen deportes, son mejores humanos, que el deporte es la mejor enseñanza para la vida. 

Es él. Lo reconozco. Periodista deportivo. Charlamos una vez sentados por horas en las tribunas del centro vecinal Villa Soledad previo a un partido. Me hablaba como si me conociera. Tomaba sus elogios con cautela. Siempre corrompieron los halagos. Pero no lo decía cualquier tipo. Hablaba con fundamentos. Con sentido común, sin alardes. Era una noche fría y oscura. El tipo estaba allí, mirando un partido casi intrascendente. Día de semana. Invierno hostil. 

Domingo por la mañana. Partido de inferiores de futbol, sexta división. Previo al ingreso al túnel de la cancha del Club Atlético Central Norte, se me acerca un hombre y me saluda con el pulgar arriba. Es él.  Solos algunos padres, uno que otro directivo del club y él. 

Cuando los malestares físicos y reiteradas  lesiones me alejaron del deporte, siempre estuvo él, alentándome.  Cuando  me picó el bicho literario, esa pasión por decir, por contar cosas, me invitó a su página de Sportmedia  con total libertad y gentileza y me ayudó a dar mis primeros pasos, tan importantes como esenciales.

Domingo no pudo agradecerte porque no te pudo ver, ni se pudieron despedir.  Mucha gente en gratitud con vos, tampoco pude abrazarte. Te fuiste como aparecías en cada cancha, de repente. De improvisto. En nombre de ellos, también te escribo. Siempre  voy a recordarte  como tipo creativo, diferente, valiente, con esa pizca de rebeldía para innovar, provocar cambios, evitar influencias. Me fascinaron tus gestos desinteresados en medio de este mundo mercantil. Tu inmensa vocación de servicio para con la profesión de periodista.

Eduardo Chañe, en primera persona porque cada tanto estás por aquí, Dios te bendiga con mucho más deporte desde el palco celestial, y con tu ángel, sobre tu seno familiar.