Una esquina mágica en Salta: El Café del Tiempo

Pareciera ser que siempre estuvo. Se abren su puertas  y las dimensiones se extienden de tal manera que se aprecian ríos y mares, valles y montañas, cielos, soles, lunas. Me da la sensación que no es un café, es un universo anclado en medio de otro.

Sociedad 01/09/2018
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Hay sitios que están destinados a permanecer. Nacieron para la eternidad, se arraigan, se sostienen, tienden a volar pero son de aquí. De Salta, de mi ciudad. Hay mosaicos, carteles, calles, hay personas que viven, que duermen, que bailan, que cantan, trabajan. Están los más dichosos, clientes que se sientan y flotan.

Un poco de hierro, otro tanto de madera, hay ladrillos a la vista, pinturas, recuerdos, nostalgia, mesas y sillas, luces, sombras, escenario, instrumentos, música. Empieza a sonar la melodía y toda la orquesta de Café del tiempo parece coordinar tan perfectamente que todo fluye. Hay energías positivas, hay clima de bohemia, hay artistas dando vuelta, hay aroma a oliva y se percibe la uva calchaquí esparcida levemente por las copas que toman color, y una casona que vibra calor.

Tiene mística. Esa magia que el dinero ni la voluntad pueden crear. Sucede que tiende a detenerse el tiempo. Los relojes dejan de funcionar  y las paredes cobijan a los presentes de tal manera que cada uno lo toma como propio. Es un hogar, de esos que amamos volver y nos cuesta dejar.

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Un día de marzo de 2001, cuando los pronósticos económicos y sociales nos ahorcaban un poco más de lo habitual, dentro de un carnaval llamado Argentina, en la ciudad de Salta, en la zona de la estación, en una calle Balcarce abandonada y escondida, por audacia y visión de un señor bendecido desde Sarandí, se abrió este inmenso monumento. Luego extendido por Paseo Güemes. No existe en esto nada de exageración. Que se reúna en un mismo sitio la cultura, el deporte, el arte en general, que nos represente, nos cobije, nos de referencias y nos alimente el alma nos obliga al elogio, a su alabanza, a la gratitud pública.  

Ni hablar de los personajes que estuvieron allí. Ni de las inolvidables pizzas que se devoraron y las cuantas empanadas que se presumieron. Debiera ser un paso obligado para visitantes y turistas. Un recreo necesario, un sitio inolvidable, una esquina de las que debieran reproducirse por todos lados. Un reflejo de lo que somos, un espejo de lo que fuimos. A la familia Urtasun y su genio, por semejante atrevimiento, por la suma de riesgos, por tener la rebeldía de los diferentes, por cambiar el mundo en una esquina, y por hacer de nuestra esquina, un mundo.

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