


Caprichos de Salta: El Tesoro
Salta está llena de caprichos, todos ellos recorren cada uno de los rincones de nuestra ciudad para algunos de manera inadvertida y para otros no. No te pierdas una nueva entrega de la ficción de Javier Camps en InformateSalta.
Cultura21/02/2019
La búsqueda del tesoro es una constante en el mundo en el que vivimos. Uno se hace a la idea, desde chico, de que el hallazgo de un tesoro es una salvación, o algo así, a todas las penurias financieras… pero en realidad, un tesoro no es un rescate prodigioso. Un tesoro es algo acumulado y escondido por mezquindad que, a su vez, es buscado por codicia. Los relatos que han hecho trascender el mito del tesoro a través de la historia son todos trágicos. Lo son en su génesis o en su final épico poco recomendable por ser victorias pírricas. El costo- beneficio de la búsqueda del tesoro no nos deja un capital recomendable. Una característica fundamental del tesoro es que es esquivo, es lejano, es hipnótico y lesivo a las mejores áreas del corazón humano. El precio por verlo o tocarlo es dejar el alma o parte de ella. Pero no se desanimen, el tesoro tiene una utilidad: Por ser algo tangible y escondido puesto en superlativa valoración saca las miserias más profundas de las personas o sea, todo aquello que no se ve ni se toca y mucho menos se busca. Es un imán para los hijos de puta desesperados por sí mismos, por su pobreza de espíritu.
Bajo la ciudad de Salta, dicen, hay más de un depósito de joyas y monedas de oro. Estas sospechas que hoy no son frecuentadas por la gente que charla a las cafeterías del centro ni en los almacenes de los barrios, en otros tiempos eran especulaciones que le quitaban el sueño a más de uno. Mapas, textos y manuscritos de dudosa fábrica por su descuidada acumulación de datos, más fantásticos que serios, supieron movilizar a un hombre que pasaba mucho tiempo solo, tan solo que ni siquiera se miraba al espejo. Un sujeto que si hubiese visto una foto de sí mismo no se hubiera reconocido: Odiseo Medina Bello, un hombre de pocas palabras habladas pero de muchas palabras escritas y leídas. Alguien que poco dormía y comía por culpa de una obsesión: el oro. Odiseo fue un viejo alquimista que ante el fracaso de crear oro quedó prisionero de su fascinación por él. Lo llamaba “el sudor del sol” o “El excremento de los dioses”. Lo buscó con ahínco. Compraba alianzas matrimoniales, cadenitas con medallitas, gemelos, trabas para corbatas, pulseritas y lapiceras y todo lo que sea de aquel brillante metal; durante un tiempo hasta supo hacerse punguista para procurárselo. Pero su mayor cruzada estaba centrada en el hallazgo de uno de esos magníficos tesoros que, se suponía, guardaba en sus entrañas la Ciudad de Salta. Durante veinte años buscó El tesoro.
Dicen que lo encontró. Lo que cuentan, es necesario aclarar, es tan dudoso como la existencia del tesoro. Parece que Medina Bello, hurgando el sótano de una casa que se caía a pedazos, dio con la entrada a una galería subterránea que lo llevó a una bóveda, atestada de objetos de oro, del tamaño de una cancha de fútbol cinco. Nunca salió. Se quedó allí para siempre. Algunas personas afirman que en ese lugar había tantos cadáveres como oro. Todos los que han entrado allí, se quedaron. Se amontonaron, a través del tiempo, tantos esqueletos como monedas y objetos dorados. Ese lugar es llamado la tumba de los miserables. Aunque yo sospecho que la mayoría de esos restos son de tipos que tenían problemas más serios que la codicia…






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