


Caprichos de Salta: Dignidad racinguista
Salta está llena de caprichos, todos ellos recorren cada uno de los rincones de nuestra ciudad para algunos de manera inadvertida y para otros no. No te pierdas una nueva entrega de la ficción de Javier Camps en InformateSalta.
Cultura04/04/2019
Siempre me llamó la atención la sonrisa de Nick. Se me ocurrió, una vez, en un cruce casual que tuve con él en la verdulería del pueblo, pensar que los gringos desconocen el don de la sonrisa. Se ríen como haciendo fuerza. Exageran el gesto como temiendo ser descubiertos en esa cruel discapacidad que los condenaría al gesto adusto eterno. La sonrisa de Nick era, para mí, una expresión de locura. Sus ojos celestes se clavaban en un punto y arrugaba los pómulos para mostrar los dientes como si fuese un perro rabioso. El castellano de Nick era muy precario, de acentuación violenta.
Casi como que escupía las palabras; como si le molestaran las palabras en su boca. Mi pueblo descansa en la naciente del valle de Lerma, Salta, rodeado de selva y violentos ríos de montaña que en verano rugen amenazantes. Imaginen a un alemán de casi dos metros rodeado de gente con una estatura que apenas le supera su ombligo… pero que si saben sonreír. El gigante casi no se relacionaba con los lugareños. Vivía en una hermosa casa muy vieja de dos plantas de estilo Victoriano, una rareza por estos lados. Una casa que estuvo mucho tiempo abandonada.
La compró y la refaccionó. Su parque lucía una vegetación frondosa y en el fondo, casi contra el río, tenía un corral con algunos animales y una huerta. Vivía solo y tenía una rutina simple: caminar por los cerros y comprar algunas cosas en los comercios locales. No hace falta decir que se decían miles de cosas acerca de él. Todas tan incomprobables como canallescas. Se decía que hacía sacrificios, que comía carne humana, que era nazi, científico loco y gay. Incluso, había una vieja lenguda, la peluquera, que andaba diciendo que no era humano, que era extraterrestre. La cuestión es que la incógnita les carcomía la vida. Ustedes saben que en todo pueblo esos rumores, todos malintencionados, son el ejercicio preferido desde que rajaron a Adán y Eva del Edén por andar desnudos y comer manzanas robadas.
Una tarde, dos horas antes de la caída del sol, salí a caminar. Jugaba Racing y un poco por cábala y otro poco por recomendación de mi cardiólogo, no quise escucharlo. El destino me llevó a pasar por la vereda de enfrente de la casa de Nick. Escuché un estallido de vidrios y un alarido que me sonó a ¡goooooool! Todo sucedió en un segundo. Un televisor, de esos viejos con caja grande, de 21” salió disparado desde una de las ventanas del primer piso y se incrustó en el pecho de un muchacho que pasaba en bicicleta.
El alemán se asomó por la ventana con las manos ensangrentadas gritando ¡gooooool ¡La conchei de sou matre!!! ¡¡¡Goooool de Reicing!!! ¡Puteees!. Tenía la camiseta del 2001, con el pecho lleno de sangre y de Racing. En ese momento y a pesar del dramatismo del suceso, grité gol. Lo grité con todo el volumen posible. Levantamos los brazos juntos y sentí que ese gringo era mi hermano. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Me quedé clavado en el lugar y perdí noción del tiempo. Llegó la cana, la ambulancia y se llenó de gente. El changuito estaba hecho bolsa pero vivo; mas asustado que lastimado.
Acto seguido, se llevan preso a Nick por tentativa de homicidio. Sale esposado gritando ¡La Acadé, La acadé! No le importaba nada. Había ganado Racing 3-0. Un policía me pidió que saliera de testigo; era el único que lo había visto todo. Declaré a favor del gringo. Fue un accidente, dije. No se haga el boludo, me dijo el taquero, mientras me cantaba su prontuario. El tipo tenía varias causas por riñas callejeras. Una de ellas, fue en un shopping; había tomado un empleo temporario de papá Noel para la semana de navidad… al segundo día cambió el gorro colorado tradicional por una galera celeste y blanca y se envolvió en una bandera de Racing.
El gerente trató de convencerlo de que desistiera de la herejía y como no hubo caso, lo puteó; acto seguido: el alemán le puso un castañazo y le bajó tres dientes. Le había mandado una carta a la conducción de Partido Comunista donde les instaba a cambiar el color del escudo o se desafiliaría, todo salpicado con subidas amenazas de muerte e insultos variopintos. En un Halloween, mientras vivió en Buenos Aires, corrió a un pibito vestido de diablo y le robó los caramelos…después les pidió disculpas a los padres del chico y, mostrando buena voluntad y arrepentimiento, les regaló una caja de alfajores de fruta. Fue expulsado de Francia por graffitear el Moulín Rouge de París ¿Qué escribió? “Racing y vino”. En la senda peatonal de Abey Road, la de Los Beatles, escribió “Racing o Nada”… lo rajaron también de Inglaterra… y así… era larga la lista de excesos.
Hablé con “unos amigos” que me dieron una mano. Llamaron al cobani mayor y suavizaron el asunto. Le conseguí un abogado implacable y volví, al día siguiente, a negociar con la autoridad, la libertad de germano. El taquero me dijo que estaba todo bien pero había que pagar la fianza. Le pedí que me dejara hablar con Nick para resolver el pago y accedió.
El mismo comisario me acompañó hasta la celda y también se encargó de abrir la puerta. Me miraba fijo mientras se acomodaba el acullico. Entonces me dijo:
- Me llamó el ministro… esto es inexplicable. Mi hermano también es de Racing… es como ustedes… el ministro… usted… y este tonto enorme… todos enfermos.
-Proceda, comisario… acá existe una urgencia… en el marco de los Derechos Humanos… no sé si soy claro…
-¡No me joda!... le estoy siguiendo la corriente… estoy siendo bueno… si me provoca, lo encierro a usted también.
-Pruebe, un día, dormir sin la gorra… jefe… un poco de aire en la redonda da otra perspectiva…
Empujé la puerta, ya abierta, y dejé al rati en el pasillo luchando con la palabra “perspectiva” en un combate sangriento y desigual.
Entré a la leonera y el gigante me abrazó, se puso a llorar, le acaricié el balero como si fuese mi hijo. El gringo grandote se dio maña para hacerse chiquito y dejarse contener; entonces dialogamos.
Claro está, que los dichos de Nick están “traducidos” porque el cocoliche teutón original era más hostil que él.
-Ya sé, no me digas nada… soy un animal. No me retes.
-Nick, quédate tranca. Está todo bajo control.
-Necesito una cerveza… ¡No! Mejor vodka… una botella de vodka.
-Te voy a sacar de acá y vas tomar todo el vodka que quieras. Hay que pagar la fianza y listo ¡Volves a casa!
-Entonces… NO quiero –me dijo intransigente, muy serio y con tono de triste enojo-
-Boludo tenés que volver a tu casa. Yo te pago la fianza… después resolvemos el resto… pero TENES QUE VOLVER A TU CASA!
Entonces me miró fijo y me dijo sin dudar:
-Yo tengo dignidad. Sé que he cometido muchas estupideces… y estoy dispuesto a pedir disculpas… pero prefiero quedarme acá.
-No seas boludo, querés... ¿Por qué no querés volver a tu casa?
- Te agradezco todo lo que hiciste por mí. Pero tenés que entender que yo tengo dignidad… sabés… yo… yo nunca pagaría para volver…
Ese día aprendí algo. Aprendí el verdadero significado de la dignidad… la dignidad racinguista.
Este relato ganó el II Concurso de Cuentos Racinguistas organizado por el Racing Club de Avellaneda en el año 2018. El corrector de este texto fue del popular Marcelo Iconomidis. El cuento está ambientado en La Caldera, Salta. Está dedicado a los Chicos y chicas de “Racing o Nada” y a la memoria de Nicolás Pacheco. Quiero abrazar en esta a historia a todos los hinchas salteños del Glorioso Racing Club.






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