Caprichos de Salta: Tinta Roja

Salta está llena de caprichos, todos ellos recorren cada uno de los rincones de nuestra ciudad para algunos de manera inadvertida y para otros no. No te pierdas una nueva entrega de la ficción de Javier Camps en InformateSalta.

Cultura 02/05/2019
sangre

Un par de botellas vacías tiradas contra la cama, una botella de whisky y alguna ropa amontonada. Las sábanas huelen a dolor. Las nubes apenas dejan pasar la luz del sol. La mañana es insoportable. Suena la radio como si trabajara a reglamento. Empieza la última semana. Hay que acomodar, no sea cosa de que después digan que uno es un descuidado. Una cosa es abandonarse por dentro y otra abandonarse por fuera. Todavía no hay demasiado veneno en sangre, se puede hacer una vida digna básica sin levantar demasiado polvo. No es lo mismo ir corriendo a lo loco hacia el final del día, eso es poco elegante, que salir caminando como si nada hubiese pasado. Cuando el sol termina de hacerse dueño del cielo, la cosa se pone un poco peor. Voy en busca del Ciego Jorge.

Camino lentamente, como si no quisiera llegar. Un espeso silencio se hace terrorífico. Un silencio rancio, viejo. Un silencio lleno de palabras no dichas; una estantería de frases aplazadas, cargada e insostenible. Pedazos de momentos inconclusos  e imposibilidades inquietantes. Llamados que no se hicieron. Perdones no pedidos. Besos que murieron en los labios resecos y caricias que se murieron en las manos. Una colección de inhabilidades e indecisiones. Una absurda y antigua quietud inquebrantable. Me explota la cabeza, me duelen los ojos. Tengo el llanto agarrado con uñas y dientes en la garganta. El pecho me quema. Camino como queriendo salir de un lugar que llevo puesto. Un andar inútil. Eso soy, un andar inútil.

Llego a la casa. No golpeo. Abro la puerta y entro. Veo un escenario parecido al que dejé. Botellas vacías, ropa y una radio de fondo que nadie parece escuchar. Una brisa fresca se mete por una ventana que ha quedado abierta. Está todo muy limpio. Recorro cada habitación. Todo parece en su lugar. Me queda revisar la última estancia. Vuelvo a la cocina. Me sirvo un poco de agua, prendo un cigarrillo. Estoy parado en el medio del lugar. Estoy paralizado. Apago el cigarrillo, enjuago el vaso. No quiero modificar el escenario. De repente tomo conciencia del ruido callejero.

El mundo sigue andando. Encuentro un libro de Thomas Wolfe, La mirada del ángel. Lo ojeo. Me angustio. No hay nada peor que la angustia súbita. Sobre todo cuando alrededor gira todo como si nada, ese acuerdo tácito de ignorar el olor a tierra mojada o el ruido que hace la leña al arder. Volví a tomar agua. Ya son las catorce horas. Avanzo hasta el último dormitorio. Ahí está. Tendido en el suelo. Un charco de sangre lo contiene. Está de recostado sobre su lado izquierdo. Como si se hubiese arrancado una parte de su ser. Como si hubiese perdido la mitad de su existencia o, más aun, como si hubiera perdido su razón más importante. Parece dormido. Abandonado. Apuesto cualquier cosa que antes de morir, estuvo llorando.

Cuando se acaba la magia, se acaba la vida.

Te puede interesar
Lo más visto

Recibí en tu mail los títulos de cada día