Caprichos de Salta: Jerry Lee Corimayo

Salta está llena de caprichos, todos ellos recorren cada uno de los rincones de nuestra ciudad para algunos de manera inadvertida y para otros no. No te pierdas una nueva entrega de la ficción de Javier Camps en InformateSalta.

Cultura 11/07/2019
jem777

No es una historia cualquiera, aquella, la que forjó Jerry Lee Corimayo, rockero salteño. Un habitante de la localidad de Chicoana, gaucho de sombrero aludo que, según él, le daba una onda Steve Ray Vaughan y un facón cruzado en la cintura que, también decía, lo emparentaba con Jack, el destripador; Si, usted va a decir que Jack no fue músico de rock pero, para él, fue el primer artista de heavy metal, el padre de Ozzy Osbourne y el abuelo de Blackie Lawless.  Jerry Lee era hijo de una grouppie que en los años ‘80 que participó de las giras de Riff y V8. Dicen las malas lenguas que el chango era hijo de Michelle Peyronel porque le salió alto y medio rubión.

La madre después de dar vueltas y vueltas, se fue del país; se fue a vivir a Surinam con un cirujano plástico brasileño  que le hizo la cara de Donna Summer con un toque de Debbie Harris; le quedó como el culo; angustiada, se fue a vivir a la selva amazónica. De ahí el mito de los reptilianos; una llorona misturada con el hombre verde, casi una lagartija en dos patas. El muchacho tuvo una vida difícil  por sus costumbres y gustos musicales; discriminado por folkloristas y cumbieros tuvo que pelearse en cada esquina para hacerse respetar y el cura de la iglesia lo tildó de satanista y degenerado.

Su gusto por el Bourbon en detrimento del vino en cajita, sin mencionar que los pantalones chupines y las Topper Botitas de lona eran un insulto a las bombachas gauchas y las botas salteñas; no coqueaba, mascaba chicle. Nunca dijo “meta” solo un lacónico “okey” y en lugar de “¿has visto? metía un irritante ¿you know? Jerry tenía una colección de remeras de Iron Maiden, Judas Priest y Pantera. Cuando iba a ver a alguna muchacha se calzaba la de Steve Vai o Whitesnake, esas le daba prestancia. Tuvo una incursión por el glam rock que desestimó al poco tiempo: Un gaucho con los pelos batidos y los labios pintados generaba demasiadas controversias y el colectivo LGBT  ya intentaba tomarlo como referente por su popularidad y rebeldía.      

Jerry Lee creció con su abuela, una vieja chusma que se dedicó a la baguala creando algo así como un informativo cantado de las conductas pecaminosas y perversas de todo el pueblo. Pronto, la vieja, armó una industria de la extorsión por la cual levantaba guita en pala; fue así que pudo comprarle al chico su primera guitarra: una Ibanez Jem 777 con palanca Floyd Rose,  un Marshall de 100 watts  y veinticinco pedales de efectos.

Antes de los veinte años, Jerry hizo muy evidente su talento musical. Tocaba muchas horas por día y tenía un oído prodigioso. Sacaba los solos de Yngwie Malsmteen a primera orejeada  y su técnica era bastante peculiar. El quilombo se le armaba en las juntadas,  metía mucha rosca con distorsión cuando zapaba canciones de Los Chalchaleros. El Cuchi Leguizamón lo hubiese amado. Con el tiempo dejó de decir “yock” para decir “rock”. Practicó con un amigo porteño durante horas hasta lograrlo.

Un día, fue invitado a hacer una suplencia en el grupo folklórico más famoso del lugar “Los Tamales de Chicoana”. Su primer guitarrista había caído internado a causa de la ingesta desmedida de un blend de Animaná blanco, Michell Torino berreta y Parrales blanco avinagrado. No ensayó. Les dijo a los changos: “Ustedes arranquen, yo los sigo”

En medio de “Sapo Cancionero” hizo el solo de Highway To Hell y en medio de la “López Pereyra” clavó el solo de Stairway to Heaven. Rompió la guitarra, la quemó y pateó el Marshall. Hizo “la gran Jimmy Hendrix”. La gente se agolpó en la salida, víctimas del pánico, lo que propició otra “trágica puerta 12”, pero chicoanense: cuatro rengos fueron pisoteados por la multitud, muriendo en el acto. El cura, que estaba presente, encontró razones para justificar la sospecha de posesión satánica. Sin dudar, sacó su 38 y le pegó un tiro en el pecho. La bala era de plata…

El epitafio de su lápida reza:

“Si Johnny Tunder hubiese nacido en Chicoana se hubiera llamado Jerry Lee Corimayo”

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