La osadía de Jorge y su perrita Lola, recorrieron de Salta a Ushuaia en bicicleta

Sociedad 02/02/2022 InformateSalta InformateSalta
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El santiagueño Jorge Gómez (57 años) emprendió una aventura inolvidable con una firme filosofía: "Que las excusas no sean más fuertes que tu sueño". Padre de cuatro hijos y abuelo de tres nietos, medallista panamericano de Taekwondo, personal trainer, viajó por todo el país en bicicleta.

Una noche, Jorge le dijo a "Pachi" su mujer, que empezaba una nueva aventura, le dio un beso y un abrazo en el departamento a dos cuadras del Congreso en Buenos Aires y partió. Le encaró hacia el norte, pasó por su Weisburd natal en Santiago del Estero y después enfiló hacia el oeste para bajar por la 40 desde La Quiaca.

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 Un año y 20 días después llevaba más de 13 mil kilómetros pedaleados y Google le informaba que había recorrido casi el 30 % de la circunferencia del planeta sobre ruedas. A pesar de ese enemigo tenaz que anuncia la polvareda, el viento. Con sol, con frío, con nieve, con lluvia, con ripio y piedras. Con una única certeza: “Para hacer esto tenés que ponerle el pecho y pedalear, hermano, tenés que pedalear. No hay otra».

Pero esa madrugada daba vueltas y vueltas: estaba a punto de cumplir su sueño, solo le faltaba ese tramo por la ruta 3 que sabía que lo exigiría al máximo. Ya no estaba solo: lo acompañaba Lola, esa entrañable compañera que se subió a la bici en Salta, con 45 días y 800 gramos, la cachorra que al principio asomaba la cabeza desde un bolso apoyado en el manubrio y en el fin del mundo desde el carrito que le construyó Jorge, con una tela como cobertor para protegerla del sol. Ya pesaba 20 kilos.

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Con la lluvia se veía poco en la ruta 3, era peligroso y tuvo que tirarse a la banquina, pero ahí había barro y ripio, todo se hacía más lento y el riesgo de pinchar como tantas otras veces, más grande. Sentía cómo el agua se le metía entre la ropa, pero al menos podía moverse para entrar en calor. En cambio, Lola no podía así que le reforzó la cobertura del carrito para que no se mojara.

“Otro día hubiera buscado un lugar protegido para armar la carpa y esperar tranquilo que pasara el vendaval. Pero ese día no. Ese día quería llegar”, cuenta Jorge.

Y llegó. Lo esperaban Pachi y un grupo de amigos que le dio el camino, seguidores de sus andanzas por las redes. Apenas pasó las columnas del portal de Ushuaia, se tiró a un costado. «¡Vamos Jorge!», escuchaba entre aplausos.

Apoyó la cabeza en el manubrio. Y lloró. Lo abrazó fuerte Pachi y lloraron juntos. Con un par de ladridos Lola recordó que estaba ahí. “¡Llegamos Lola!” gritó Jorge y la alzó a upa para festejar. Ya eran cerca de las ocho de la noche, todavía había algo de luz natural, su sonrisa ya era enorme.

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