(Un relato en primera persona. Un hito. El club del pueblo, llegando a la cima de la montaña, con nuestra marca. El dolor del sufrimiento y el placer de encontrar la alegría en la escasez y en la pobreza).
“Sabrán los soldados que la guerra solo se habrá de contar con detalles y objetivo realismo desde el campo de batalla. Entre el lodo y las esquirlas tiene ese misterio de adrenalina, de temor, de vértigo, de vida, de muerte. Lo supo decir quien no resistió y pudo transferir lo sucedido, mediante un ave de color oscuro e intenso.”
Dentro de un idealismo, jugarlo y contarlo sería milagroso. Utópico. Lo más cercano a relatar una epopeya futbolera es ir al estadio. En el borde del campo o en las gradas, se puede percibir esa atmósfera intensamente argentina, impulsiva, espontánea, pasional. Me dejé llevar por el instinto y por la cercanía amistosa de un poseído del fútbol. Maradoniano y cuervo, es imposible una desconexión. Me hizo la invitación sobre la marcha. No tuve opción a aceptar y a no contradecir al destino. Gabriel se llama mi amigo. Una hermandad deportiva nos une, sin necesidad de muchas palabras o de la constancia que requieren las relaciones. Pueden pasar meses sin contacto, pero cada encuentro, a nuestras formas, es visceral.
Día domingo. 06/10/2024. Juega en Catamarca, nuestro equipo. Club Atlético Central Norte. No es un partido más. No es un momento cualquiera. Esa información la proceso como resultado de mis sensaciones corporales. Sudor frío y caliente. Ansiedad. Insomnio. Hambre. Sed. Cansancio. Hiperactividad. Acidez. Tensión. Stress. Goce. Miedo.
Me enfoco en el miedo. Lo analizo desde la psicología. Tiene su parte positiva. Le veo productividad. Nace de acuerdo a la importancia del hecho. Busco las estadísticas y de acuerdo a mis números de natalicio es el juego más importante que haya vivido. De allí, todas esas sensaciones. Analizo todas las variables y me quiero concientizar que existen dos resultados posibles. Me concentro en aceptar ambos resultados pero hay una negación a la realidad. Quiero y necesito aceptar solo una posibilidad. Solo un resultado se absorbe en mi sien.
Llego a las gradas y me enfoco en la gente. Miro a los ojos, observo las expresiones corporales. Siento conexión. Hay similitudes entre la multitud. Miles de historias y de factores difieren nuestras vidas pero las pupilas en ese instante, la sangre y los latidos en ese momento, son idénticos.
El juego de tanta tensión y expectativa se hace ordinario. Vuelvo a la gente y entiendo con confirmación que el amor es sufrimiento. Veo aferrarse entre manos y abrazos a gente que no se conoce entre sí. Hay niños y niñas recién nacidos que no emiten llanto alguno como si la música del fútbol fuesen melodías para sus tímpanos. De repente concluye el juego reglamentario, paridad y definición penalizada y definitiva.
Hombres de negro, hombro a hombro. Cómo fichas de dominó, sin distancia alguna nos unimos, imantados a un mismo deseo. Es tan intensa la conexión que el contacto corporal se hace uniforme y llega desde fuera hasta dentro del campo los hombros se ensamblan uno a uno hasta llegar al arquero.
Las miradas amigas y enemigas posan en Leonardo “Cali” Rodriguez. La luna solamente alumbra sobre su ser. Increíblemente sus latidos palpitan normalmente. El hombre parece controlar sus emociones y sabe que llegó la hora de los bifes. La verdad de la milanesa. Allí, cuando queman las papas, aparecen los hombres sobre los niños.
En un penal de clase mundial, “El Cali”, se estira como un felino y ataja el penal más importante de las ultimas cuatro décadas del club. Es evidente que se desgarren músculos. Que se rompan tejidos y tendones. Es lógico que se desarme un hombro luego de semejante disparo, haciendo palanca entre impulso propio e impacto rival. Pero había muchos más hombros. Unos quince mil por dos, empujaban y suturaban todas esas heridas. Luego otro disparo y el dolor ya era una sensación placentera. ¿Y cuando el rival despeja el último penal que sigue sin aterrizar?
Por Dios. ¿Que decir? Confieso que me detuve unos segundos a esperar una confirmación. Tantas pálidas y negaciones, tantas especulaciones y dudas arbitrarias que quise aguardar que no haya ninguna rareza externa. Entre una sensación de vómito y diarrea, sigo a nuestro héroe correr junto a “Latigo”, hacia la ambulancia. No había dolor ni molestias. Era la necesidad inmediata de despegar todos esos hombros que empujaron con tanta fortaleza y que cotizaban una gloria. Tenían el peso del milagro.
Dios nos ha bendecido, nuestras ofrendas fueron hombros de honor. Todo un pueblo es gratitud, y “El Cali” con su trofeo más preciado, el eterno amor.