Hundidos por la ignorancia

No son héroes por cómo murieron, o por salir cada día a trabajar sin saber si la falta de presupuesto marcará su suerte, lo son por cómo vivieron, desde el día que eligieron servir a la patria en el mar, sufriendo en silencio los prejuicios de una parte de la sociedad que mira con despojo a sus FFAA.

Opinión 04/12/2017

Nos dijeron que ya no hay esperanzas de encontrar con vida a los 44 tripulantes del submarino ARA San Juan. Que una explosión los hundió por siempre en el silencio y la oscuridad del fondo del mar. Hablaron de culpables, de hoy y de ayer, de la red de odios y rencores que abrieron una inconmensurable grieta en la que yacen sus sueños. Vociferaron, desde demagógicos atrios, sobre lo inapropiado de la ayuda humanitaria de ciertos países. Hicieron uso y abuso del dolor de los familiares, el desconcierto y la necesidad de aferrarse a la vida y los recuerdos. Ahora comenzarán los homenajes, las placas y los discursos que no dejarán escuchar lo que aún tienen por decir.

No son héroes por cómo murieron, o por salir cada día a trabajar sin saber si la falta de presupuesto marcará su suerte, lo son por cómo vivieron, desde el día que eligieron servir a la patria en el mar, sufriendo en silencio los prejuicios de una parte de la sociedad que vive en la estupidez, al perpetuar en las nuevas generaciones de las FFAA, un juicio sumario que les es ajeno.

44 soldados de la Patria elevan desde lo profundo un alerta que insistimos desoír eternizando el ensordecedor y artificioso ruido del resentimiento, que no cesa de ahogarnos como pueblo, sumergiéndonos en la ignominia. Indolentes, damos vuelta las páginas del calendario, sumando a los días de búsqueda, un pedazo de olvido que anhela invisibilizar la responsabilidad que tenemos en el desmantelamiento moral y material que propiciamos o amparamos desde el retorno de la democracia.

El revanchismo nunca debió ser el camino, pues nada tiene que ver con la justicia, si por ella entendemos el juzgamiento legal de los delitos. Nos ganaron el dolor y la bronca, y naufragamos en el irracionalismo. El “nunca más” a la violencia, mutó al “nunca más” a una dictadura, para finalmente cristalizar en el “nunca más” a todo aquello que tuviera algún vínculo con el “mundo militar”. 

Un devenir que no resiste lógica alguna, que nos quitó la posibilidad de construir un futuro diferente, alejando de todo fanatismo, que nos dejó huérfanos de altruismo y vocación de servicio, con fronteras permeables, inconscientes de la infinidad de escenarios probables de conflicto, en un mundo que lanza misiles con la facilidad que nuestros hijos sueltan un globo en la plaza. Nos creemos libres de culpa e inmunes. Somos como niños que creen que su solo deseo hará que el globo retorne a sus manos, contra todo lo que diga la física. “Nosotros no fuimos, fueron ellos”, una tercera persona del plural que desborda inmoralidad, fuerza la averiguación de responsables con tanto o más énfasis que la de señales que traigan a flote el honor de nuestros hombres de mar. Ni siquiera fuimos lo suficientemente humanos para resguardar los medios que nos permitieran salvarlos.

La búsqueda de sobrevivientes ha finalizado, las posibilidades de recuperar sus cuerpos son casi nulas con la tecnología existente; la pérdida es inmensa, el dolor inimaginable. Para quien no ha jurado vivir y morir por la Patria, la abnegación de estos hombres no puede más que ser aprehendida con la resignación de quien acepta la fuerza arrolladora de la vocación de servicio. Brotaran tantas lágrimas como porqués, por qué si saben que los materiales y herramientas con las que trabajan no están en óptimas condiciones deciden pese a ello seguir, por qué aceptan en silencio el rechazo de la sociedad sin alzar su voz dolorida por un odio que no se merecen, por qué ofrendan su vida, se alejan de sus seres queridos, viven con un sueldo miserable en pos de un país para el que solo se tornan visibles cuando la muerte o la desgracia los sorprende.

Nos dejaron con preguntas que solo ellos pueden responder, un ellos que excede a los 44 argentinos que hoy duermen en el recóndito azul, abrigados con sus quimeras, protegidos por la mirada expectante y consternada de un mundo que se tornaba un poco más humano con cada suave respiro. Antes que el título de héroes, una bandera a media asta, o jornadas de duelo nacional, les debemos respeto a su entrega, que es la de quienes hoy forman las filas de nuestras FFAA.

Lejos de este llanto que hoy empapa nuestra bandera, cerca del silencio que nos interpela hay un porvenir que demanda que despertemos de este sueño que nos hizo perder el rumbo. Démosle la espalda a nuestros prejuicios y miremos de frente a estos hombres y mujeres que visten su uniforme con un orgullo que les enciende el alma, que enarbolan la bandera con la bravura de quien se sabe guardián de un tesoro. Allí están, son nuestros soldados de la Patria, esperando que los rescatemos de la indiferencia y que los dejemos cumplir el sueño por el que están dispuestos a vivir pero si fuese necesario morir, el sueño de defender el país por agua, cielo o tierra, sin importar sus grietas.

Por Lic. María Florencia Barcos

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