Conocé la historia de una veterinaria salteña que cambió el quirófano por la selva

Sociedad 11/03/2022 InformateSalta InformateSalta
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En el “mejor momento” de su carrera, Ana Carolina Rosas, de 33 años, y oriunda de la ciudad de Salta, cambió la bata y el quirófano por noches de vigilia en la naturaleza con dardos tranquilizantes. Con una beca para realizar un doctorado, debió enfrentar un contratiempo que le abrió las puertas a un universo desconocido.

Ocurrió en un contexto personal y laboral bastante difícil. Fruto de su esfuerzo y compromiso, mientras se desempeñaba como docente en la cátedra de Cirugía y Anestesiología de la Universidad Nacional del Nordeste, en la provincia de Corrientes, recibió una oferta que no pensaba rechazar.

Una beca para comenzar un doctorado estaba a su disposición y lista para ponerla a prueba una vez más. Sin embargo, un contratiempo frenó sus planes. Justo antes de dar comienzo a la propuesta, su mentora y directora falleció. Eso la dejó desnuda frente de un gran escenario donde la incertidumbre se presentó como absoluta protagonista de lo que estaba viviendo.

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Nació en plena ciudad de Salta. Sin embargo, ya desde los primeros años de vida, supo que debía seguir su instinto y mantenerse conectada a aquello que la hacía feliz. Conejos, tortugas, peces, hámsters e infinidad de gatos y perros pasaron por su hogar. Allí estaba su razón de ser y el motivo por el que, años más tarde, la balanza de su vida se inclinaría en esa dirección.

“Algo que siempre recuerdo es la vuelta del colegio. Mi casa quedaba cerca y volvíamos caminando. En el trayecto pasábamos por la plaza principal y en la esquina de la peatonal todos los días veíamos a un hombre con una caja de cartón llena de perros y otra con gatos. Cada día la misma historia: yo apresuraba el paso a tal punto que las medias me quedaban a la altura de los tobillos para llegar hasta ese lugar y pasar horas arrodillada alrededor de esas cajas. Llegaba a casa con pulgas, garrapatas y el guardapolvo completamente sucio”, recuerda Ana Carolina Rosas (33).

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Criada en el seno de una familia de comunicadores sociales, periodistas, abogados y artistas, aprendió a mirar el mundo desde las ciencias sociales. Sin embargo, impulsada por el cariño de sus padres y hermanos -y además con la firme convicción de seguir sus instintos- decidió aventurarse, seguir su vocación y explorar el mundo de la biología y las ciencias naturales. “En casa siempre tuvimos muchos libros, muchos de verdad. Y en la biblioteca había uno, el más preciado para mí, de dos tomos y tapa dura. Por ese libro me escabullía para tenerlo siempre cerca: era de animales salvajes, ballenas, leones, leopardos y mil más que aparecían en sus páginas”.

El siguiente paso, de alguna manera, ya estaba trazado en su inconsciente. Finalizada la etapa escolar, eligió la carrera de veterinaria porque combinaba todo lo que la apasionaba por aquellos años de descubrimiento personal y profesional. La medicina, el desafío de tratar a una especie distinta y diferente cada vez que se cambiaba de paciente, el campo con su naturaleza y encanto y esa sensación de que siempre se podía ir un poco más allá, que había algo nuevo por descubrir, por mejorar, por cambiar, por intentar, por crear.

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Cada vez estaba más cerca de lograr su sueño: ponerse la bata blanca y desplegar todo lo que había aprendido en el quirófano. Ana Carolina pudo completar sus estudios gracias a una serie de becas que, además, la habían llevado a instalarse en la provincia de Corrientes. Allí cumplió las horas reglamentarias en el área de cirugía y anestesiología. Contó con la ayuda de muchos profesionales y colegas que le abrieron las puertas para comenzar a trabajar en ese mismo servicio en el hospital de clínicas de la Universidad Nacional del Nordeste. En esa casa de estudios también fue docente en la cátedra de cirugía y anestesiología.

“Al poquito tiempo de llegar a Corrientes, empecé a colaborar en una veterinaria de pequeños animales muy prestigiosa en la provincia. Aunque, en realidad, sería mas correcto decir que ellos colaboraban conmigo. Aprendí muchísimo de mis jefes y colegas, ellos me guiaron en mi aprendizaje y, por sobre todo, me impulsaron a tener un pensamiento crítico, desafiante de la medicina siempre pensando que lo que se aprende tiene que después poder ser usado para preservar y mejorar la vida. Les debo la motivación e inspiración además de todas las lecciones recibidas”.

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Fue en ese contexto que le llegó la oportunidad de realizar un doctorado. Sin embargo, a poco de dar comienzo a ese nuevo proyecto, una inesperada noticia golpeó su puerta. Su mentora y directora había fallecido. Ana Carolina quedó entonces en la situación de tener que dar un volantazo y barajar de nuevo las cartas de su destino.

 “La temática de mi doctorado era sobre la enfermedad de Chagas y su vínculo con los animales domésticos, principalmente el perro. Pero resultó que los osos hormigueros también pueden contraer la enfermedad. Lo supe por un veterinario de la Fundación Rewilding Argentina que en ese momento se acercó a la universidad buscando poder chequearlos. La Fundación nuclea a conservacionistas y activistas unidos por el compromiso de recuperar los ecosistemas naturales, el respeto por el valor de todas las especies y el sueño de establecer modelos de desarrollo para las comunidades rurales en un contexto de coexistencia con la naturaleza. Nunca había oído hablar de un proyecto de reintroducción, ni mucho menos se me ocurría pensar que fuese algo pragmático y que estuviera sucediendo en ese mismo momento en Corrientes. ¡Magia inesperada!”.

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El intercambio con aquel colega a cargo de los osos hormigueros la llevó a interiorizarse en el trabajo que hacían en ese lugar. Cada vez más apasionada por conocer y formar parte del proyecto, cuando supo que había una oportunidad para integrarse al equipo no lo dudó. Dejó la bata blanca de lado, se despidió de las largas jornadas en el quirófano y la sala de anestesias para aventurarse en un nuevo mundo.

Su travesía inició como con pasos de bebé justamente con un proyecto que involucraba a los osos hormigueros. Recibía individuos huérfanos, en su mayoría productos del tráfico ilegal, para rehabilitarlos y ser parte en una segunda etapa de una población incipiente que se estaba desarrollando en Iberá. Más tarde su experiencia se puso a prueba con los pecaríes de collar, sus enfermedades y chequeos, las cuarentenas. También estuvo dedicada a la tarea de lograr mover animales completamente silvestres de una zona donde la población se había mantenido hacia otra en la que había desaparecido. Así llegaron las translocaciones de venados de las Pampas, grandes campañas en las que se capturaban animales salvajes, se los colocaba bajo anestesia y de esa manera en una avioneta o helicóptero se los trasladaba al área de recolonización. Aguará guazú, ocelotes, ciervo de los pantanos, tapires y huemules siguieron en la lista. Sumaron color la llegada de los predadores tope como la nutria gigante y el yaguareté.

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Ahora, los días “típicos en la oficina” se habían transformado en largas caminatas bajo el sol siguiendo la dirección del “bip” que emite el collar de telemetría colocado en un animal reintroducido para ir a su encuentro por una herida o simplemente porque todavía le costaba su etapa de adaptación a la vida en libertad. Hay noches de vigilia, revisando a cada hora las trampas colocadas para capturar un tapir o un jaguar. Con la adrenalina como estandarte, minuto a minuto se repasa cada parte del plan. O bien subir y bajar en la montaña con los pies enterrados en la nieve de la Patagonia tras de las huellas de algún animal, con la mochila a cuestas hasta que como designio divino se presente ante los expertos.

 “Lo más difícil en este nuevo rol como veterinaria ha sido entender el objetivo máximo y cambiar la perspectiva. El entrenamiento veterinario clásico está abocado a dirigir todos los esfuerzos en preservar vidas individuales. A los veterinarios clínicos nos enseñan todo tipo de información y destrezas para contrarrestar la enfermedad en nuestros pacientes. Tuve que dejar de pensar en individuos y empezar a pensar en especies y sus poblaciones. Ya no se trataba únicamente de salvar a un animal, sino también de darle la oportunidad de expresar todo su potencial, de cumplir su rol ecológico y que su vida sea trascendente. No solo estamos curando heridas, translocando animales, combatiendo parásitos y bacterias, reintroduciendo especies, estamos curando a un planeta enfermo”.

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