Memorias olvidadas
Memoria, verdad y justicia son términos que en la Argentina remiten a una trama de conflictos abiertos en torno al pasado al tiempo que se proponen como una constelación de valores y esperanzas en la reparación de las heridas que se reactivan en el presente.
Los diversos proyectos de olvidos y “amnesia legal” fueron cediendo frente a una voluntad de rememorar una experiencia focalizada en el terrorismo de Estado y sus víctimas. Pero ello tuvo lugar en un contexto que daba cuenta de la caída de los grandes relatos, materializada en la perdida de ese horizonte de sentido que nos hacía caminar incesantemente y que en ese andar nos permitía construir una realidad un poco más justa y habitable. Cuando ya no quedan utopías los vientos vuelven nuestro rostro al pasado en pos del rescate de las víctimas, y allí es cuando la memoria se topa con el duelo.
Pese a lo precedente, habiendo transcurrido más de 40 años de aquel fatídico 24 de marzo de 1976, la comunidad aún clama por un relato; una construcción significante, que les posibilite ubicar sus experiencias en una trama compartida de duelos, desarticulando el impulso de colocar la violencia en la subhistoria, ampliamente sostenida del terrorismo de Estado, o de puros revanchismos de facciones movidas por intereses irreconciliables, y tejer una memoria común que ciertamente no podrá menos que ser conflictiva al tiempo que anudadora, pues operará tensionada entre lo recordado del horror y lo que se ha olvidado, siendo uno y otro significativo
La ausencia de relato sistemático remite, en primer lugar, a una especie de violencia estructural ligada a un discurso representacional donde el Estado y diversos sectores de la izquierda junto con los organismos de DDHH, excluyeron tangencialmente a las otras víctimas del pasado violento. Y lo fue, en la medida en que la diferencia entre los desaparecidos y el “resto” de los muertos era afirmada en su irreductible alteridad impidiendo así, la instauración oficial de una identidad común, de un compartir con los otros el carácter esencial de haber vivido en el mismo espacio afectado por la efectividad de la inoperancia de las instituciones democráticas y la escalada inhumana de violencia sin fin, sin perder relación con la realidad particular que le tocó vivir a cada uno.
Ausencia de memoria
A la violencia material vivida se le sumó entonces este otro tipo de violencia simbólica, anulatoria de la posibilidad de auspiciar desde el poder representacional una memoria común; violencia que no puede más que verse intensificada si consideramos la lucha semántica que supuso el introducir e imponer en el lenguaje cotidiano, la idea de un ”hacer memoria” en su sentido más llano, ocultando detrás de dicha praxis, la pretensión de borramiento de lo acontecido, cuestión ésta que innumerables voces han comenzado a denunciar. En efecto, la memoria plena, el discurso de verdad absoluta sobre el pasado, nunca podrá enmascarar el horror de aquellos años dado que no se le puede pedir a un pueblo herido de muerte que supere el pasado traumático mirando a un futuro incierto reducido a un “Nunca Más” cercenado en su sentido, y los “Juicios por la Verdad”, un futuro que fue arrasado por la desaparición de las promesas de Justica y Memoria.
La ausencia de un relato incluyente de la totalidad de los ciudadanos, se expresa en la imagen de una sociedad atrapada entre la retórica vacía y abusiva del discurso dominante y las voces desoídas de quienes buscan un lugar en la historia y la memoria para sus muertos. Por un lado, es preciso señalar a ciertos sectores que, atrapados en su habladuría totalizante, resultan incapaces de hacerse cargo de la complejidad de los conflictos que vive la sociedad y la envergadura sociocultural de sus demandas. Junto a esa inflación del discurso político dominante, junto a tanta vacuidad, hay señales que atestiguan la ruptura de ese silencio que da cuenta del hecho de que no todas las muertes fueron reconocidas, no tienen un relato.
Es claro que hay una problemática de la memoria, de cómo los argentinos hemos recuperado nuestra relación con la dictadura, y ello es así en tanto y en cuanto hemos reducido nuestra acción a la denuncia y búsqueda de sanción de los culpables de los crímenes llamados de “lesa humanidad”. No somos capaces aun de admitir las contradicciones y opacidades de un discurso que logro materializarse en políticas de la memoria que hablan de olvidos, de usos improcedentes del pasado y sus representaciones. Tendremos entonces que mirar el rostro visible de dichas políticas no solo a la luz de las representaciones dominantes del pasado reciente, sino también de una trama menos visible de condiciones que las sostienen.
No es posible volver sobre las representaciones impuestas de dicho pasado sin analizar las significaciones diversas de eso que quedó englobado en la figura de los “dos demonios”. Dicho concepto, plasmado en el Nunca Más, guarda una complejidad que ha sido violentamente anulada, y que es preciso recuperar desde los problemas que plantea y las limitaciones que tiene para dar cuenta del horror y sus responsables, y del conflicto entre las diversas memorias.
Pensar que el pasado violento fue condenado a cadena perpetua en el Juicio a la Juntas, o considerar que el mismo sobrevive en el presente aunque solapado, uno y otro pensamiento hablan de la ceguera que nos envuelve e impide ver de dónde venimos, donde estamos y sobre todo hacia dónde queremos ir. Ambos discursos hablan de silencios, ambas miradas muestran lo que se oculta, lo que siempre estuvo allí, el resto. Quienes deciden pararse en dicho punto para mirar hacia atrás están ciertamente más cerca de la recuperación de determinadas consignas del discurso revolucionario que de hacer memoria de cara al presente y en pos del futuro.
Nunca Más
El Nunca Más constituyó el puntapié inicial de toda una historia de producciones estéticas (literatura, artes plásticas, cine y video) concebidas como un camino posible de la justicia a través de una memoria que es capaz de recuperar una experiencia histórica desestructuradora del todo social estableciendo los fundamentos de un proceso de reparación. El Informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de Personas dejaba leer en su título, Nunca Más, su esencial compromiso entre el informe de los hechos y la toma de posición moral hacia el futuro, instaurando una significación consensual acerca de lo sucedido y de lo que debía quedar atrás. Ahora bien, esa intervención fundadora que fuera convalidada por la sociedad se gestó en nombre de los valores democráticos y contra la violencia, no solo del terrorismo estatal sino también de las organizaciones guerrilleras. Proponía así, aunque solo en su prólogo y de manera parcial, un retorno al pasado para intentar pensar las condiciones de posibilidad del horror, cómo pudo tener lugar en nuestra sociedad la irrupción de la violencia, pero desde la visión de dos males dignos de repudio.
En tanto centro de recopilación de pruebas para la intervención judicial adoptaba el punto de vista de las víctimas pues sistematizaba los relatos en primera persona de quienes habían sido participes involuntarios de la historia al ser arrojados al horror. Son los sobrevivientes quienes permitieron nombrar a los desaparecidos, darles la sustancialidad necesaria para ser lo que la realidad les había impedido. A partir de ese momento, se produce un quiebre en la representación social del terrorismo de Estado pues comenzó a girar en torno a la figura del desaparecido. Dado el eje de la investigación, resulta hasta lógico pensar que excluyera del relato referencias a la vida previa de las víctimas, puntualmente a su filiación política y, en general, la militancia en las organizaciones revolucionarias. Sin embargo, no podemos dejar de considerar las implicancias de tales omisiones en la medida que estamos frente a una narración que configuró un marco de verdad desde donde leer el pasado. La selección operada dio lugar a un proceso de despolitización que, con el tiempo, comenzó a tropezar no solo con las voces de las víctimas del terrorismo de izquierda, quienes se autoproclamaban militantes activos, entendiendo por este último concepto, participes de organizaciones armadas; sino también con el discurso de quienes buscan recuperar los valores de la militancia que los unió en la lucha armada. Paradójicamente, aquello que se excluyó del relato fue recuperado por los mismos actores devenidos en víctimas sin ideología ni armas.
Dicho silencio originario, junto con la obturación de la responsabilidad de la sociedad toda sobre el advenimiento de los años del terror, echa un manto de purificación e inocencia inmaculada sobre el pasado y ciertos actores, que escinde la memoria operada de la justicia deseada. Las representaciones materiales que surgieron a partir de las lecturas y la reescritura del Nunca Mas (2006 incorporación del Anexo II, que reúne a las Víctimas de desaparición forzada y ejecución sumaria 28/06/1966 24/03/1976) suman capítulos a la historia de olvidos e injusticia, historia cristalizada en el Museo de la Memoria de la ESMA y en los diversos monumentos a las Victimas del Terrorismo de Estado erigidos en el país.
La existencia de una fecha conmemorativa de la memoria y la justicia, debe justificarse desde la necesidad de reflexionar sobre las omisiones, los olvidos y las representaciones del pasado emergentes de ciertas formaciones culturales dominantes, que dan cuenta del desentendimiento estatal materializado en la delegación, en manos de organizaciones o entidades intermedias, de algo tan costoso para la sociedad como es la recuperación del pasado reciente. Por más importantes que éstas sean, no les corresponde definir políticas de Estado ni construir consensos, dado que representan a un sector dejando lógicamente por fuera otras demandas de memoria que pueden no ser coincidentes.
Podemos hacer de este nuevo aniversario del golpe una fecha más, salir a la calle y participar de manifestaciones que hacen a la defensa de los derechos humanos y la búsqueda de la verdad en los juicios a los militares, o podemos dar un salto, e intentar ir más allá, volver a las raíces para redoblar la apuesta del NUNCA MÁS. Es tiempo de empezar a navegar por los intersticios de la memoria reciente y preguntarnos entre tantos otros interrogantes ¿Qué llevó a obturar de la mirada del pasado el estrecho vínculo forjado a la distancia entre J. D. Perón y las organizaciones armadas de izquierda?, ¿Cómo es que pasamos de una sociedad que no dudaba en repudiar la violencia en todas sus formas a una sociedad que colocó en un pedestal a la generación armada? ¿En qué momento dejamos de pensar que nunca el fin justifica los medios, menos aún si por fin entendemos atentar contra la vida de seres humanos cualquiera sea su ideología o convicción? ¿Cuándo nos convencieron de que los 10 soldados que murieron en el ataque de Montoneros al cuartel de Formosa, acción más conocida como Operación Primicia, no eran víctimas dignas de justicia? ¿Cómo eliminamos de la historia las cuasi cortes marciales que llevaban adelante las organizaciones armadas contra sus propios miembros como un delito merecedor de condena social e institucional?,¿Por qué, durante décadas, la Argentina no revisó lo que ocurrió verdaderamente en el período previo a la dictadura militar? ¿Por qué se clausuró el debate y se trazó una frontera el 24 de marzo de 1976 para explicar la tragedia emanada de la violencia que por esos años ahogó al país? ¿Por qué se manipuló y se falseó una parte de la historia y nadie lo cuestionó? Más aún ¿cómo pudieron generarse las condiciones del olvido de tamaño pacto terrorista en el seno de un gobierno legítimamente constituido y radical?
Podríamos analizar la violencia política de los 60 y 70 desde infinidad de perspectivas. Lo que no podemos hacer, es olvidarnos de las víctimas, sean de izquierda, de derecha o de centro. Ya hemos recorrido una parte del camino con los juicios por delitos de lesa humanidad a los militares, ahora queda otro tramo, aquel en el que decidimos poner en la lista a las víctimas de las organizaciones armadas. Unos y otros, argentinos, compatriotas, que murieron en medio de una orgía de sangre que aún nos sigue salpicando desde las deudas que no hemos saldado por las injusticias pasadas.
NUNCA MAS hoy supone generar un espacio de debate sobre las políticas de la memoria y los temas que han relegado, ese resto que nos recuerda lo imperioso de pensar en la significación política y ética de la verdad y de la conciencia histórica, la acción reparadora sobre el pasado, y la transmisión de sentidos a las generaciones futuras. Se trata de asumir radicalmente la pregunta inicial sobre un pasado-presente y su futuro, de proponer un viaje que busca abrir preguntas, mundos, una apuesta a entrelazar sendas cuyo destino final es incierto pero que tiene por horizonte la justicia en tanto condición de posibilidad de la democracia por-venir.
Por: Lic. Ma. Florencia Barcos, exclusivo para InformateSalta.