Así se forjan los futuros líderes del Ejército: la dura prueba del Colegio Militar de la Nación
Adaptación de la nota original del sitio defonline.com.ar
El fragor de los disparos y el estallido de explosiones rompen la noche. Entre explosiones, ruidos y órdenes, un oficial da la voz de mando: “¡Avanzar!”. Sus palabras no admiten dudas. Esa decisión —rápida, clara, firme— puede marcar la diferencia entre caos y orden. En ese momento, los soldados ya no obedecen por miedo, sino por confianza en quien los conduce. Esa es la idea central tras la “pista de liderazgo” del Colegio Militar de la Nación, donde los cadetes son puestos a prueba para ver si están listos para mandar bajo presión.
En una jornada de 24 horas, futuros oficiales deben atravesar una secuencia de pruebas físicas, mentales y emocionales, diseñadas para simular los desafíos de la guerra —y también los de la vida de mando en paz. La rutina arranca con actividades agotadoras: marchas de 8 kilómetros con peso, natación intensiva, controles de equipo, tests de reacción y sueño, todo bajo un desgaste acumulado que mide la resistencia física y psicológica.
Luego llega el momento decisivo: en patrullas de ocho jóvenes, se asigna al azar quién asumirá el rol de “líder” en cada tramo de obstáculos. Entre ellos: una rastrera bajo fuego simulado, superar barreras inesperadas, rescate de “heridos” ficticios, laberintos imposibles, barreras verticales, ejercicios de orientación y decisiones bajo presión. En cada paso, hay cámaras y psicólogos evaluando. No hay solo valor físico, sino liderazgo en medio del estrés: calma, control, empatía, estrategia, autoconocimiento.
Para los instructores, el objetivo es claro: formar un oficial completo. “El liderazgo se construye”, afirma el capitán a cargo. No se trata de imponer autoridad sino de desarrollar valores: humildad, integridad, disciplina, confianza. Quien logre avanzar no sólo demuestra su capacidad, sino entiende que un jefe no manda por mandar: guía, acompaña y asume responsabilidad.
Los efectos no son menores. Más allá de la formación técnica militar, esta experiencia sirve como test de resistencia subjetiva: cómo reacciona cada cadete frente al cansancio, la frustración, la incertidumbre, la presión de grupo. Quienes atraviesan la pista reconocen que después cambian: aprenden a valorar el trabajo colectivo, a liderar con empatía, a priorizar el respeto por su equipo.
Para el Colegio Militar, esta prueba anual es fundamental: prepara a quienes un día estarán al mando en operaciones, misiones de paz o en defensa del territorio. Pero también deja una enseñanza universal: que el liderazgo no se improvisa, se adquiere con pruebas reales, exigencia, reflexión y espíritu de servicio.
Si alguna vez te preguntaste qué distingue a un jefe de un aspirante, quizás este esfuerzo de 24 horas en El Palomar lo dice todo: un verdadero líder no se demuestra solo con títulos. Se demuestra cuando, en medio del ruido, hay quien dice “¡avanzar!” y su gente lo sigue confiada.