Fue peón rural, está ciego y dejó de recibir sus $ 3.900 por discapacidad
A los 63 años, después de una vida como peón rural, el señor Juan Carlos Suárez pasa el día acostado en una cama de una plaza, junto a un palo de escoba que usa de bastón.
Nacional14/06/2017Hace cinco años y medio quedó ciego. “Por la trombosis”, dice. Los médicos de la junta de Discapacidad le diagnosticaron el 94% de discapacidad, según relató su hija. Y en 2013, empezó a recibir un aporte económico del Estado Nacional.
“Mi hija me llevaba a cobrar. Y después íbamos al Mercado a tomar el café con leche y a comprar un poco carne para traer a la casa”, dice Suárez, sentado en la cama y apoyado en su bastón.
El hombre vive en el barrio Olleros, bien al sur de la ciudad, donde las calles son de tierra y las paredes del barrio están cubiertas de nombres de políticos.
Juan Carlos tuvo nueve hijos y sufrió la muerte del primero. Hoy, en una casita pegada a su habitación pero en el mismo terreno, vive su hija Carina, quien lo guía cuando se levanta de la cama.
La cama donde duerme Juan Carlos tiene un ladrillo sobre una pata. En su habitación se amontonan dos ventiladores de pie, un televisor, cajas con ropa y una heladera. A la par de la cama, tiene un tacho donde orina, al estar algunas veces solo y costarle el traslado. Y también hay una radio que enciende a la mañana para escuchar las noticias.
En enero, Juan Carlos cobró por última vez la pensión de $ 3.900. Y recién esta mañana recibió la notificación, mediante una carta, de la suspensión del aporte. Él es uno de los 350 tucumanos que han dejado de recibir este aporte por parte de la Nación.
“Dice que no le van a dar más porque mi mamá cobra el subsidio por tener más de siete hijos. Y que al estar casados, no pueden cobrar los dos. Pero ellos están separados hace nueve años, ya. Además yo me pregunto, si es así, ¿qué pasa con las parejas que los dos son discapacitados?”, comenta Carina.
“Ahora parece que tengo que ir a hacer trámites para ver si le vuelven a dar la pensión, eso es lo que andan diciendo, yo no se. Pero usted se imaginará que no es nada fácil hacer todos esos papeles. Son personas grandes y mi mamá es diabética, hipertensa e insulina dependiente”.
Durante su vida, Juan Carlos trabajó en la zafra, en Burruyacú, en la cosecha del limón, de la uva, de la manzana, en Río Negro. También fue tractorista y cuando se vino a la ciudad siempre encontró una chamba, de jardinero o albañil.
Sus hijos también son cosecheros. “Hay que trabajar siempre”, dice Juan Carlos, quien tiene las manos arrugadas, mide 1.92 y pesa unos 120 kilos. Es hincha de San Martín y de Boca. "Mis nietos vienen a cargarme por ahí, después de los partidos", dice y sonríe.
“Ahí escuché en la radio que hay una familia de Los Ralos, creo, que ninguno era discapacitado y recibía la pensión. Y no sé porqué me la quitaron a mí”, se lamenta el señor.
Lo que recibía no era mucho, agrega su hija, pero lo ayudaba a mantenerse. Se compraba la comida, algún remedio o algo de urgencia. “Algo ayudaba”, dice mientras lo acompaña a la vereda a tomar un poco de aire y el sol de la tarde tucumana empieza a esconderse en el cerro.
Por Pedro Noli