"¿Y si el Presidente pide licencia?", se pregunta este domingo el periodista Eduardo van der Kooy en su columna de Clarín.
"Su trastorno de salud activó alarmas en el kirchnerismo que, con Cristina a la cabeza, intenta diferenciarse del Gobierno. Y hacerse cargo provisoriamente del PEN afectaría el plan", remarca el analista.
Un estado de posible zozobra nunca antes contemplado ha comenzado a merodear a Cristina Fernández y al kirchnerismo. No tiene relación ni con la cruzada contra la Corte Suprema ni con el horizonte turbio que se divisa en alguna de las causas por corrupción. La razón está en la llamada que la vicepresidenta hizo de apuro a Bali, Indonesia, cuando se enteró de que Alberto Fernández había sufrido un trastorno de salud.
Esa comunicación tuvo dos caras. La preocupación genuina de la dama por el incidente presidencial. También, la amenaza potencial de que el episodio pudiera obligar a modificar la estrategia política que viene desarrollando Cristina. Distanciarse de un Gobierno de cuya arquitectura política fue fundadora para ataviarse con un ropaje casi opositor. Recorrido que inició durante el primer año de gestión de Alberto, profundizó por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y ratificó en un raid que incluyó el “operativo clamor” de los actos de Pilar y La Plata.
¿Qué ocurriría si el Presidente vuelve a tener un percance en su salud? ¿Qué haría la vicepresidenta si, en algún momento, los médicos sugirieran al paciente un tiempo de descanso? Una licencia, por ejemplo. Salvando los tiempos, las circunstancias y los protagonistas, surgen analogías inevitables. En septiembre de 1975 Isabel Perón inició una licencia de poco más de un mes. Estaba abrumada por la crisis y el estrés que la causaba. El Poder Ejecutivo quedó en manos de Italo Lúder. Titular del Senado. A la postre candidato que en 1983 fue vencido por Raúl Alfonsín.
Alberto superó el inconveniente de salud durante la gira. La endoscopía de este sábado no arrojó novedades. Admitió que está sometido a los problemas infinitos de la Argentina y a las presiones. ¿Una alusión a los desafíos de Cristina y de La Cámpora? El Presidente no acostumbra ser un paciente obediente. Lo es únicamente en el tiempo que le dura el miedo. Volverá a hacerse estudios sobre la gastritis erosiva, según los consejos del médico personal.
Aquellos previsibles descuidos presidenciales hacen fruncir el ceño al kirchnerismo. Remontan además a situaciones que no son lejanas. Cristina también temió el abismo cuando en agosto detonó la renuncia del ex ministro Martín Guzmán y colocó al Gobierno casi fuera de control. Con la estampida del dólar. La debilidad objetiva de Alberto la colocó por momentos en la escena imaginaria de tener que hacerse cargo del Poder Ejecutivo. Pánico. Pareciera que los estados de fragilidad, al menos en la salvaje interna oficialista, habrían pasado a ser un activo político presidencial.
Tal impresión puede afianzarse después de las conversaciones que mantuvo con la titular del FMI, Kristalina Georgieva. La búlgara remarcó que “es muy importante” que la Argentina mantenga el rumbo “como lo ha hecho exitosamente durante los últimos meses”. Mencionó “la disciplina” que el ministro Sergio Massa y su equipo han demostrado. El ajuste que causó el portazo de Máximo Kirchner como jefe del bloque oficialista. Y la rebeldía de otros.
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Cristina se balancea ante sus fieles entre ser o no candidata a presidenta. Busca fortalecer expectativas y blindarse frente al acecho judicial. Nadie sabe cuánto padecerá su liderazgo si al final del camino desatiende el “operativo clamor” de sus devotos, señala Van der Kooy.