Un pueblo salteño impresiona a todo el país por sus emprendedores y rituales

Turismo05/07/2023
olacapato

Sin lugar a dudas, Salta es linda, por donde  se la mire. Sorprende con sus paisajes, sus emprendedores, el amor a su tierra, los rituales, el cielo reflejado, su calidez y por su gente. Es por eso y mucho más que Infobae le dedicó un extenso texto a Olacapato:

En la provincia de Salta, a 4100 metros de altura, se encuentra Olacapato, una pequeña localidad del departamento de Los Andes. La población ronda los 250 habitantes, pero cuando los visitan trabajadores golondrina alcanzan las 300 personas. La actividad minera es la principal fuente de trabajo, pero la comunidad también se caracteriza por el espíritu emprendedor, y por eso hace 50 años empezaron a construir los primeros hospedajes y comedores para quienes están de paso.

Aunque no hay turismo, han recibido a geólogos y empleados de distintas partes del mundo, con la hospitalidad y el don de gente que los define. En diálogo con Infobae, el testimonio de Juanito Quipildor, actual delegado municipal e hijo de uno de los fundadores del pueblo, y de Ema Choque, que brinda alojamiento y servicio de catering, tal como hacía su madre cuando ella era chica.

La entrada es por la ruta 51, en dirección a Abra de los Chorrillos, pero quienes viven allí aseguran que rara vez ingresa algún turista. “No entran, pasan para Tolar Grande o en verano para Chile -el Paso Internacional Sico está a 50 kilómetros-, salvo algunos ciclistas que han llegado, pero eso pasa como máximo cuatro veces en el año”, cuenta Ema, que brinda todos sus conocimientos desde el corazón. “Yo no quiero perderme de mi pueblo, siempre estoy en las reuniones de la comunidad, las asambleas, reuniones de capacitación de mesa de trabajo; me gusta estar para aprender, seguir adelante y sobre todo quiero que nuestro pueblo siga creciendo en todo”, expresa.

Con emoción revela que en los últimos años lograron varios progresos, y hoy tienen todos los servicios básicos: gas natural, electricidad, internet, y agua corriente. “Antes teníamos solo 12 horas de luz, ahora tenemos las 24 horas, y todas las casas tienen conectividad, aunque algunas veces por el viento no anda tan bien, pero así es la fuerza de la naturaleza, y tenemos la escuela, la iglesia, nuestra plaza, está completito ahora”, comenta. Por las bajas temperaturas, que en estos días invernales es de -5° centígrados por las noches, e incluso más bajas, los alumnos están de vacaciones. “Los chicos van a estudiar a la mañana hasta las tres de la tarde, pero el ciclo lectivo es de septiembre a mayo, por el viento y la helada, que no se aguanta el frío”, indica.

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Ema llegó a Olacapato junto a sus padres cuando era una niña, y heredó el legado de su madre, que ya partió de este mundo. “Mi mamá era de Cachi, pero vino aquí porque mi papá trabajaba en el ferrocarril, que hoy todavía están las vías rumbo a Socompa, y cuando éramos chicos se separaron y mi padre se fue, dejando a mi mamá sola con mis cinco hermanos”, relata. En medio de la necesidad surgió el emprendimiento que medio siglo después conserva la misma esencia. “A ella se le ocurrió usar una pieza como hospedaje, y siempre hacía de comer, empanaditas, rosquetes, para los trabajadores mineros, y así siguió hasta que se compró su casita, y más adelante empezó con el servicio de catering”, narra.

En temporadas de mucho trabajo pone una larga mesa en el comedor y los clientes degustan sus especialidades, que le dicen “alimentan alma y espíritu”: estofados, locro, empanadas, pan casero y anchi de postre. Su día comienza a las 4 de la mañana, para tener listas las viandas que pasan a buscar los empleados de las minas, y hasta las 8 de la noche no para, porque también recibe otra tanda de gente para la cena. Su marido y uno de sus hijos también son mineros, y reconoce que dependen de la actividad para que la localidad crezca, pero cuando surgen desacuerdos, en el pueblo el respeto por la Tierra y la Pachamama está por encima de todo.

“Hay gente que puede estar disconforme con algunas grandes empresas, más cuando nos dejan de lado, porque son nuestras tierras las que están usando, y nos piden permiso para usarlas, a nosotros, los originarios, se las brindamos, y colaboramos. Siempre y cuando sea responsable, se respeten nuestras creencias y no contaminen, porque aquí ni siquiera usamos descartables para la comida. No queremos perjudicar el medio ambiente ni de nuestra provincia ni de la Nación”, sentencia. Es la única de su familia que eligió quedarse en Olacapato, para no abandonar la herencia, y aunque implica mucho sacrificio, en cada frase denota la felicidad que siente al repuntar la vivienda que dejó su mamá.

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“Son muchos recuerdos lindos, muchas anécdotas, hemos recibido gente de todo el mundo: chinos, japoneses, italianos, alemanes, mucha gente de Hungría, y es un día a día, porque vienen geólogos para estudiar el suelo, después empieza la exploración, el campamento, y después otra vez Olacapato queda en silencio”, expresa conmovida. Algunos proyectos duran seis meses, con muchos rostros nuevos que pasan por el hospedaje Ema Choque y su comedor, al que llamó “La Estrella”, y cuando concluyen, comienza la incertidumbre de cuándo llegará la próxima temporada.

“En este último tiempo están viniendo más seguido, pero en pandemia estuvimos sin trabajo, sin nada. Por eso yo aplico lo que me aconsejó una vez un geólogo, que si quiero ser emprendedora no tengo que gastar en lo que no me va a hacer falta, y tengo que dedicarme a mejorar lo mío cuando tengo ingresos, para ofrecer cada vez un mejor servicio; y así hago, siempre con algún arreglito”, cuenta. La otra guía infalible son las palabras de su madre, que siempre le dijo que hay dos valores que deben ser intocables: la voluntad y la honestidad.

“Sin eso no se construye la confianza, y ella siempre nos decía que no hay pobreza mientras uno mantenga eso y encare el trabajo con muchas ganas”, manifiesta. La capital salteña está a cuatro horas de viaje, y suele ir seguido porque también tiene familia ahí.

“A los pocos días extraño Olacapato y quiero volver porque me gusta estar en el hospedaje, pero cuando uno llega a cierta edad, a veces ordenan los hijos”, cuenta, y entre risas dice que “ya no es una jovencita”. Tiene 63 años, pero asegura que aunque el tiempo avance, hay deseos que la van a acompañar toda la vida. “Yo le digo a mis hijos que tienen que estudiar algo que les guste, y también algo beneficioso para nuestro pueblo, para que la gente no se vaya del todo y queden siempre personas, porque es lindo retribuir al lugar del que uno es”, sostiene.

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