



“ Bendecidos por la varita mágica del Señor. Dotados de un talento único y universal. Así como dichosos, obligados a ofrecer sus recursos al resto de la humanidad . Estos personajes nacieron con lumbre propia, con un ángel celestial. Dedicados a ciudadanos ilustres, con fuego sagrado en su interior, que vinieron a hacer de nuestro mundo, un sitio mejor…”
Episodio 1: Flor de obra
Su mano parece adherirse a un pincel que se dobla en cada curva del trazo. Tiene tanta energía que de un brinco aparece abrazada a un andamio que le pertenece.
Tiene misterio y sensualidad. Es fiereza y delicadeza. La pintura le salpica en su ser y ella lo traslada a un universo que parece gris, a un desierto que parece quieto, hasta su presencia.
Es magnética. Respira arte, así cómo cocina, tan así cómo juega. Ni bien deja el pincel, enciende las hornallas y deleita a los dioses. Deja la vajilla, se calza los botines y define cruzado, al lado del palo. Si. Es multifacética, especial, diferente al resto de la gente. Artista plástica, muralista, cocinera, deportista, futbolista.
Florencia Benavente es mucho más que un rostro sugerido por la inteligencia artificial. Es madre de Benicio, Simona e Indio. Es hija de quien admira con exaltación, su madre. Ferviente creativa, vive por la vida soñando viajar para pintar y pintar para viajar.
Evita la pasividad, la pausa, el descanso. Es un vendaval que le da colores a una ciudad mística. Salta es su raíz. La recorre de día y de noche. Esta en edificios, vidrieras, habitaciones, bares. Su obra tiene principio pero parece no tener fin.
Habla con admiración, tanto de Francis Mallman, Dolly, Narda , Donato como de Martín Ron. Le brota pasión, como a todo sensible de inmenso corazón. Tiene esa convicción que provoca atención. Hay un aura que la rodea y le dibuja un vestido. De momentos se pierde, divaga, ella está en su mundo creativo. A su regreso se manifiesta agotada. Fueron horas y días navegando un océano de colores donde no existen dolores.
Tiene vida terrenal como administrativa contable. Deja el escritorio e ingresa nuevamente en su paraíso. Hay oxígeno. Su piel retoma el color, sus labios se humedecen. Siente plenitud al saber que socorre paredes y cuando se despide, entre besos y caricias, le susurran al oído con gratitud…
“Pues hay un ángel.
Sonrisa de diamantes,
tiñe ladrillos,
como ventanales.
Hace chocolates letales,
para amados y amantes,
Salva pecadores,
resucita mortales…”









