Justicia22/12/2023

Cárceles de Salta: Con dinero, se consigue de todo, celulares, TV y hasta una “Pelopincho”

El contrabando interno en las cárceles salteñas es una historia de nunca acabar, sino, basta con recordar la pileta que hizo ingresar un doble homicida, los asados y otros lujos de un empresario que mandó matar a su abogado y cómo, algunos capos narcos, dirigían sus negocios mejor que afuera.

Desde el 6 de diciembre pasado, la sociedad se vio impactada con los vericuetos de una causa penal iniciada en torno a ciertos beneficios que algunos presos del penal de Villa Las Rosas habría estado recibiendo a cambio de dádivas pactadas con sus carceleros.

Si bien el caso causó conmoción, en especial por los 36 allanamientos que la fiscalía pidió para desenmascarar a los 14 responsables, el asunto no es nada novedoso. Es que, desde hace varias décadas, el contrabando interno en las cárceles salteñas es prácticamente moneda corriente, tanto adentro como afuera del penal. Y para ello, hay varios botones de muestras. 

Uno de los más conocidos lo encarna uno de los asesinos más peligros albergado en la “redonda”: Marcelo Torrico. Preso por los crímenes de los hermanos Melanie y Octavio Leguina, de 9 y 7 años, hecho ocurrido el 3 de mayo de 1998.

Ocho años después, lapso que la justicia demoró en su captura, procesamiento, juicio y condena, Torrico llegó al penal junto a José Luis Brandán, su cómplice en los homicidios de los niños Leguina, considerado el hecho criminal más despiadado ocurrido en Salta.

Con un poder de convencimiento y una agilidad mental aún mayor, Torrico no tardó en meterse a los guardias en el bolsillo. Dinero de por medio, y no en grandes cantidades, este sagaz asesino comenzó a cosechar favores de sus carceleros, lujos que incluyeron equipos de música, una TV y teléfonos celulares, algo que en esos años era imposible de imaginar dentro de la cárcel.

Foto: El Tribuno

Incluso llegó a meter una pileta “Pelopincho” dentro del penal, preparándose para el verano del año 2006. Así, con los celadores creídos de que tenían la vaca atada, Torrico, en realidad, preparó un camino de migajas que corone el 1 de enero de ese año, cuando, luego de encargarse de la cena de fin de año, incluida la bebida, para los guardias, se escapó de la cárcel, lo que derivó en el descabezamiento de toda la cúpula carcelaria.

Ese día, a la madrugada, salió por la puerta delantera seguido por Diego Enriquez, un cómplice de turno, que cayó a los dos días. Al ser detenido, contó con lujo de detalles el contrabando interno instaurado por su compañero de fuga, quien fue detenido quince días después, en Buenos Aires, cuando intentó robar un celular en la estación de Once.

Cuando volvió, y mientras una docena de guardias y jefes eran imputados, tuvo el desparpajo de reclamar, escrito mediante, que le devuelvan la “Pelopincho”. Unos años más tarde, en marzo de 2016, Torrico, alojado en otro pabellón, de supuesta máxima seguridad, volvió a escena.

Esta vez lo hizo acompañado de Gustavo Lasi, otro doble homicida, condenado a prisión perpetua por los crímenes de las turistas francesas, Cassandre Bouvier y Houria Moumni. El rubilingo asesino de niños había vuelto a engatusar a los guardias, quienes -otra vez por unos cuantos pesos- cedieron al contrabando.

En una de esas fiestas internas, Torrico y Lasi se vistieron con el uniforme de los guardias y se tomaron fotografías, las que luego salieron a luz en una causa iniciada por el mismo doble homicida, cuando se vio en apuros, al ser delatado por otros presos.


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Después de un tiempo, todos se olvidaron de estas andanzas, incluso de la suerte de los guardias y jefes, quienes nunca fueron presos, pero Torrico volvió a ser noticia. Fue el 21 de septiembre de 2015, cuando salió a luz que había intentado sacar de su calabozo un reproductor de DVD, aparato que más allá de centrar el interés de por qué se quería desprender del mismo, lo que sorprendió es cómo hizo para que le permitan tenerlo.

Pero no todo pasó por Torrico, pues había otros reos que lograron favores dentro del penal. Uno de ellos, fue el empresario Pedro Marcilese, quien, si bien nunca buscó escapar, pero con un gran poder económico, se encargó de que su estadía fuera lo más parecida a la que llevaba antes de ser condenado por el asesinato de su abogado, Miguel De Escalada, el 24 de noviembre de 1998.


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En su caso, nunca se armó ninguna causa ni tampoco fue denuncia, aunque sí se conocieron muchos datos extraoficiales de la generosidad de su mano, en especial cuando, por ejemplo, quería comer un asado o alguno que otro lujo de los que estaba acostumbrado.  Obviamente, lo de Marcilese era otro nivel, más cercano a las novelas de El Padrino, con ciertos códigos que los guardias supieron guardar.

En otro rango, en tanto, están ciertos capo narcos que, desde la cárcel, manejaron sus negocios, incluso mejor que si estuvieran afuera. Para ello, siempre contaron con la ayuda de los guardias, único medio para el ingreso ilegal de teléfonos celulares.

Al respecto, se puede mencionar el caso de Sebastián Policarpio Flores, un narco conocido en la Unidad Carcelaria de Orán, donde estaba detenido, aunque ello no le impidió seguir con su actividad dentro del narcotráfico, hecho por el cual el 30 de junio del 2021, fue condenado a 8 años de prisión por el Tribunal Oral Federal 1 de Salta.

En el alegato de la fiscalía, el fiscal Eduardo Villalba pintó de pies a cabeza a este capo narco y, sobretodo, llamó la atención su referencia al excesivo control que ejercía una vez que impartía órdenes. “Flores, como lo dijeron varios testigos, no paraba de hablar por teléfono; lo hacía con su pareja, con su hijo menor y siempre para verificar si sus órdenes se cumplían como él mandaba”, sostuvo el fiscal.

Previo a la última operación de tráfico, su pareja debió acudir a una “curandera”, algo que Flores siempre hacía antes de cada operación. “En esta ocasión, y luego de que Diego la pusiera en contacto telefónico, la consultó para saber si la compradora de la droga iba a cumplir con un dinero que debía”.

En esa charla, se excedió y le aseguró a la curandera que “manejaba todo desde la cárcel” sin problemas. Y ello se debió a la funcionalidad de los guardias, que a cambio tenían “piedra libre” en un comercio ubicado frente al penal, de donde sacaban todo tipo de mercadería, incluso carne para el asado. “Todo lo pagaba Flores, quien enviaba semanalmente a Diego a cancelar la cuenta con el comerciante”, indicó el representante del MPF.

También se comprobó que Flores cambió de teléfono a través de un guardia que fue a buscar el aparato a la casa de un cómplice para luego pasarlo oculto en un paquete de galletas. A cambio, recibió un pago de mil pesos.

Si se quiere mayores pruebas, basta con nombrar a otro capo narco como Raúl “Coya” Rojas, quien se valió de la connivencia de los guardias para hacerse de teléfonos celulares y, mediante los mismos, coordinar varios asesinatos por encargo, hechos por los cuales luego fue juzgado y condenado por el Tribunal de Juicio de Orán.

En resumen, el contrabando interno, esta institucionalizado, lo que no significa que no sea imposible de erradicar y mucho que sea una práctica legal o aceptable, sino que será de difícil erradicación, ya sea por parte de la justicia o de algún director que intente poner mano dura dentro del penal.