Salir a comer con desconocidos: cuánto sale y cómo es la experiencia que propone “combatir la soledad”
“Todos los miércoles, registrate para cenar con un grupo de cinco desconocidos”, decía un flyer con el que me crucé en redes sociales y, sin duda, la propuesta fue atractiva y misteriosa.
La intriga me ganó y decidí registrarme para ver de qué se trataba. Completé un cuestionario que el algoritmo usó luego para matchearme con personas que tenían un perfil similar al mío.
Timeleft nació en Lisboa en mayo del 2023 y se expandió rápidamente. Ahora funciona en 120 regiones de 33 países con la idea de “combatir la soledad en las grandes ciudades”. En la Argentina apareció por primera vez el 10 de abril de este año.
Cuál es mi cita ideal en una noche, si soy introvertida o si me interesan los deportes, eran algunas de las preguntas que figuraban a la hora de crear el usuario. También había consultas sobre lo que te gustaría comer, qué preferencias tenía -si vegetariano, vegano, celíaco- y qué zona de las dos habilitadas en Buenos Aires te queda mejor. Elegí la opción que abarcaba Palermo, Villa Crespo y Recoleta por la cercanía.
Una vez completo el perfil -incluyendo edad y nacionalidad-, el siguiente paso era la suscripción. La aplicación permite elegir varias opciones: una cena cuesta US$8 (esto, al valor del dólar tarjeta, son alrededor de $12.000); pero también hay servicios mensuales que van desde los US$11,49 hasta los casi US$37.
La aplicación nació en Lisboa en mayo del 2023 y se expandió rápidamente hasta llegar a la Argentina en abril de este año. (Foto: Timeleft/Rodrigo Ruiz Ciancia)
“Tu asiento está confirmado”, decía el mensaje. Y en ese momento aparecieron varios ítems que se fueron desbloqueando a medida que se acercaba el evento. El martes, día anterior a la cena y a modo de incentivo, llegaron algunos detalles de las personas con las que iba a compartir la reunión, como el rubro en el que trabajan, su nacionalidad, el signo del zodíaco y su idioma principal.
Llegó el día y bien temprano confirmaron la dirección del bar que la aplicación eligió para nosotros, además del número de mesa que estaba reservado. A partir de ahí, el plan empezó a tomar forma.
Cuando estaba yendo al lugar, inevitablemente se me pasaron un sinfín de preguntas por la mente. ¿Con quién me voy a encontrar? ¿Serán buena onda? ¿Se dará fácil la charla? ¿Qué pasa si me aburro? ¿Cómo se divide la cuenta al pagar?
Entre sonrisas y timidez: la primera reacción
Nueve en punto. Pregunto por la mesa indicada y veo que ya había dos personas sentadas hablando. Mientras avanzaba hacia ellos, no sabía bien cómo presentarme o qué decir. “¡Hola! ¿Ustedes vienen por la aplicación?”, me salió y hubo un tímido saludo.
El primer intercambio fue obvio. Una breve presentación para romper el hielo: nombre, edad y profesión, ya que por la tonada se notaba que éramos todos argentinos. Le siguieron unos chistes para relajar y generar un buen clima. Minutos más tarde, llegó el cuarto invitado y la secuencia se repitió.
Con el menú en mano, debatimos si pedir algo para compartir o cada uno lo suyo. Si salís con alguien que conocés, la decisión suele ser rápida, pero al no saber sobre los gustos del otro, la discusión sobre el pedido se estiró bastante, aunque sirvió para profundizar la charla.
¿Pedir algo para compartir o de manera individual? El debate que surgió a la hora de ordenar la comida. (Foto: Timeleft/Rodrigo Ruiz Ciancia)
Hablamos sobre hobbies, lectura, series y deportes. La situación se asemeja bastante a cuando vas a un cumpleaños donde no conocés a nadie más que al agasajado y te unís a la conversación para pasar el rato.
Mientras comíamos surgió la pregunta: ¿por qué viniste? “No hay lugares para buscar amigos. Quizás querés hacer un plan un miércoles y nadie puede. Me anoté porque es un plan diferente, conocés gente y me gusta”, dijo uno. En coincidencia, la chica habló sobre forjar nuevos vínculos y experimentar cosas nuevas.
En cambio, otro de los chicos contó que llegó a Buenos Aires hace ocho años desde el sur para estudiar, pero que no logró consolidar un grupo de amigos y fue su psicóloga la que le sugirió que empezara a salir un poco más: “Es un ejercicio de sociabilización, de abrirme a una experiencia nueva. Vos no sabés quién va a estar, si vas a conectar o no con los otros o si algo va a salir mal”, expresó.
Cuando terminamos de comer llegó el quinto integrante, un chico venezolano que se acopló enseguida y completó el cupo. Para él, que vive hace varios años en el país, es difícil formar un grupo porque trabaja todo el día de manera virtual y tiene poca familia acá, lo que lo llevó a probar esta propuesta. De los cinco que estábamos en esa mesa, tres ya habían participado varias veces de estos encuentros. De hecho, dos de ellos habían compartido una cena semanas atrás y contaron detalles de cómo había sido aquella vez.
Alrededor de las 23, acordamos ir juntos al after party -cuya ubicación se reveló durante la cena- y seguir conociéndonos. Pedimos la cuenta, que llegó en tickets separados, pagamos y caminamos hasta el segundo bar.
After party: la segunda parte que completa la experiencia con desconocidos
La caminata sirvió para oxigenar la conversación que se había estancado un poco y seguir indagando al otro. ¿Conocés este lugar? ¿Te gusta esta zona? ¿Por dónde te gusta salir? ¿Sos más de ir a un bar, a un boliche o al teatro?
El after partyo el último trago es la segunda parte de la experiencia que no es obligatoria, pero sí complementaria. La plataforma elige otra locación para reunir a todos los grupos que se juntaron a cenar esa noche. Si hubo conexión y todos quedaron con ganas de charlar más, ese es el momento.
Fuimos de los primeros en llegar, pero con el pasar de los minutos, se fueron acercando más personas. La mesa que en principio era para cinco se agrandó y ya éramos 15. A ese nivel, se formaron subgrupos. También hubo reencuentros, ya que muchos habían acudido a varias cenas. Media hora después, había más de 100 personas en el salón.
La diferencia de edades en esta parte se hizo notar. En mi mesa todos rondábamos entre los 21 y los 27, pero ahora había personas de hasta 60 años. Según las estadísticas que maneja Timeleft, la franja etaria que más concurre es de 30 a 50 años: “La gente de más de 50 años que se copa para hacer algo tan innovador nos resulta interesante y nos da la pauta de que estamos en un buen camino”.
El after party o último trago, la segunda parte de la experiencia con desconocidos. (Foto: Timeleft/Rodrigo Ruiz Ciancia)
“¿Es la primera vez que venís? ¿Por qué te anotaste?”, era lo que más se escuchaba. Ahí las historias florecían y todos argumentaban su presencia esa noche. “¿Yo? Es la décima vez que vengo. Me encanta la dinámica y la realidad es que sí me hice un grupo con el que salgo. Incluso mañana tenemos una salida”, destacó un treintañero. Un hombre de unos 50 años contaba que se había divorciado hacía poco tiempo y necesitaba nuevos aires. Una mujer de 45, en cambio, dijo que ella no buscaba “chonguear” ni le gustaban las apps de cita, solo quería conocer otra gente fuera de su círculo.
En ese sentido, Leiferman lo definió como “una cena que se convierte en una aventura social, una invitación a salir de la rutina y generar conexiones humanas genuinas”. “Aunque puedas tener cosas en común, siempre va a haber diferencias y esto está bueno”, agregó.
En un rincón, había cuatro mujeres de más de 40 brindando y parecía que se conocían de toda la vida. La buena energía me llevó hacia ahí, donde se mostraban contentas de haberse encontrado y ya planificaban una fiesta para el fin de semana siguiente. “¿Qué te trajo hasta acá?”, le pregunté a una de ellas antes de irme y contestó: “A esta edad no es fácil hacer amigas, pero una viene acá con una sonrisa, predispuesta a que sucedan cosas lindas”.
Fuente: TN