Que el atentado a Cristina haya sido por un vendedor ambulante no entra en la lógica del relato K

En todo relato, hay un guión, un juego de roles, pero que un imbécil sea el autor de un intento de asesinato a Cristina Fernández viuda de Kirchner, sin un plan, sin un jefe ni una mega organización criminal por detrás, no entra en ningún lugar dentro de un relato que busca ser teñido de trascendente, donde cada pieza cumple un rol y tiene un por qué.

Pero algo tan mundano y chabacano como que un simple mortal, vendedor ambulante de profesión y su novia, algodonera, sean los autores intelectuales y materiales de un plan para matar a “la jefa” es muy humillante.

La situación era perfecta para alimentar más la mística e inmortalidad de un relato, algo que no estaba previsto pero que aportaba mucho hasta darle un toque de milagroso. Era la frutilla del postre, pero no.

Que quien planeara y ejecutara de manera tan torpe y burda ese atentado, sea un simple vendedor ambulante y su novia, vendedora callejera, que demostró no saber nada de armas ni que respondía a ningún plan pensado por ninguna fuerza especial, ni un país terrorista, ni una fuerza política opositora, sino un simple loco suelto duele, golpea en lo más profundo del orgullo.

Duele una realidad tan cruda y pobre, que lejos está de tener algo de especial. Simplemente demostró que cualquiera le podía llegar cerca e incluso con un arma, que Cristina no tenía seguridad ni nada que la protegiera.

El atacante de Cristina Kirchner, Fernando Sabag Montiel, no tenía conocimientos sobre el uso de armas de fuego, y el video hallado en su arma lo demuestra ya que hace todo mal.

Las imágenes de un video hallado en la tarjeta SIM del móvil demuestran que el individuo tenía el arma, pero no conocimientos sobre su uso. En la planificación actuó, en teoría, junto a su pareja, Brenda Uliarte, quien continúa detenida.

Lo cierto es que busquen por donde busquen, quien quiso matar a Cristina Fernández, vicepresidente de la Nación y líder del kirchnerismo fue Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte, ambos vendedores de algodón de azúcar en la calle. No hay nada más que eso.