La historia del albañil que ganó un juicio de filiación: “Tengo un apellido caro, pero sigo siendo pobre”
Nacional16/04/2023“Mis compañeros y los arquitectos que dirigen las obras en las que trabajo me cargan. Me dicen que soy el albañil millonario. Yo me río. Están un poco locos, ¿no?”. Su cara recorría las pantallas hace exactamente un año. Entonces, Marcelo Urbano Lapania (59) daba a conocer una historia -la suya- que parecía salida de una novela. La Justicia había confirmado lo que él sospechaba desde que era un adolescente. Antes de morir, mamá enfrentó a Marcelo y le contó que su padre era un importante empresario bodeguero.
El origen se remonta a la Navidad de 1962. Marta Nieves Urbano, empleada doméstica en la finca de la familia Lapania en La Falda -Córdoba-, recogió los platos y se retiró a su dormitorio. Según consta en la causa a cargo del Juzgado Civil 84, allí fue víctima de un abuso sexual por parte de uno de los hijos de sus patrones.
“Soy Marcelo Urbano Lapania, eso dice mi DNI”
Eduardo Lapania (86), propietario de Bodega San Cristóbal, nunca reconoció a Marcelo como su propio hijo. El albañil, que vive en la localidad Villa de Soto -departamento de Cruz del Eje-, se realizó dos cotejos de ADN que le dieron la razón: arrojaron que es hijo biológico del empresario en un 99.7% y un 99.9%, respectivamente.
Con las evidencias sobre la mesa, y al no tener respuestas de Lapania, Urbano le inició al empresario un juicio civil por daño moral y falta de oportunidades. El reclamo, efectuado en paralelo con la demanda por la herencia, asciende a unos 100 millones de pesos.
“Todo esto viene atrasado. Así es la Justicia argentina, ¿vio? El mes pasado tendría que haber salido la conciliación obligatoria. Todavía estoy esperando”, cuenta el albañil en charla con TN.
Marcelo Urbano Lapania, dice el DNI actualizado que el albañil porta a regañadientes. “Lamentablemente tuve que tramitarlo. Si no lo hacía, cuando el señor Lapania muera, yo quedo afuera de la olla”, resalta, y sigue: “A mí no me interesa. Yo ya tengo una vida hecha, pero a mis hijos les puede servir”.
“Algunos de mis hijos quieren cambiar el apellido, porque van a tener doble nacionalidad, o porque el apellido va a pasar también a sus hijos. Ellos miran más hacia el futuro. Yo no”, plantea.
Marcelo sobrevive haciendo changas y suele viajar a la ciudad de Córdoba, a unos 160 kilómetros de su pueblo natal. “Vivo el día a día y no sueño tan en grande, le soy honesto. Hago trabajos de albañilería, techos. Justo llovió y perdí un día de trabajo, que para nosotros vale oro. Colocás una membrana, llovió y se pierde todo”, dice, y retrata: “Tengo un apellido caro, pero sigo siendo pobre. Es así”.
“Crecí entre la pobreza, no tenía luz ni agua y mi mamá no estaba preparada para criarme”
“Manifestó (el demandante) que su madre se retiró a su cuarto a descansar y que, de forma sorpresiva, el demandado irrumpió en su habitación y la sometió sexualmente contra su voluntad, habiendo quedado embarazada como producto de ese lamentable episodio”, se lee en el expediente.
Cuenta Urbano que su mamá nunca pudo denunciar lo sucedido y siguió trabajando en la casa de los Lapania, pero a los pocos meses el embarazo se hizo indisimulable. La mujer, entonces, les contó la verdad a sus patrones. La respuesta de ellos fue presionarla para que se sometiera a un aborto y echarla de su trabajo, según declaró el albañil en la causa.
Marta Urbano decidió seguir adelante con el embarazo y en septiembre de 1963 nació Marcelo. Ante las dificultades de la madre para criarlo, el nene quedó al cuidado de su abuela, que vivía en Paso Viejo, un paraje rural de Cruz del Eje.
“Yo crecí entre la pobreza, en el medio del monte. No tenía luz ni agua. Mi mamá no estaba preparada para criarme, pero igualmente crecí con amor”, cuenta Marcelo hoy.
“Mi papá me dijo que yo lo buscaba por la plata”
Los años fueron trascurriendo, Urbano recuperó el contacto con su madre y surgieron las preguntas: ¿De dónde vengo? ¿Quién es mi papá? “Ella nunca me mintió. Hasta en sus últimos días, ya agonizando, me repetía que yo era hijo de esta persona. A mí me costaba creerlo. Me parecía una fantasía”.
En 1987, mucho antes que dos cotejos de ADN seguidos de un fallo judicial le dieran la razón, Marcelo viajó a Buenos Aires y cuenta que logró reunirse con Lapania en un café de Recoleta. “Le dije que era hijo suyo, pero él negó todo. Me dijo que yo lo buscaba por la plata y que él no sabía quién era mi mamá. Se levantó y se fue”, recuerda.
Con el tiempo, Marcelo Urbano formó una familia. Se casó con María y tuvieron a Ayelén, Marcela, Jonathan, Rodrigo y Florencia. Sus cinco hijos fueron creciendo y también comenzaron las preguntas: ¿quién es mi abuelo? “Mi familia me insistió para que iniciara el reclamo”, dice.
En 2019, finalmente, Urbano acudió a la Justicia, que resolvió dirimir el caso a través de la comparación del material genético. La primera prueba fue efectuada en el Laboratorio de Inmunogenética y Diagnóstico Molecular (LIDMO), y la segunda -a pedido del demandado- se realizó en el Centro de Excelencia en Productos y Procesos de Córdoba (CEPROCOR).
En el expediente, Eduardo Lapania declaró que nunca fue informado del nacimiento de Marcelo Urbano, y que en agosto de 1964 viajó a estudiar a Europa. Volvió 10 años después, en julio de 1974.
En 1997, compró una finca en la provincia de Mendoza y, dos años después, creó la firma que actualmente exporta vinos a más de 20 países. Se recibió de doctor en Ciencias Geológicas en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fue investigador científico, trabajó en la función pública y se desempeñó como titular de una empresa internacional vinculada al desarrollo de yacimientos de petróleo y gas. Desde 2013 es cónsul honorario de Bélgica en Mendoza, San Juan, San Luis, La Pampa y Neuquén.
Nunca más volvió a tener contacto con Marcelo Urbano. “A esta altura de la vida, ya no me molesta -concluye-. Tampoco me molesta que mis hermanos, los hijos del señor Lapania, nunca hayan accedido a una comunicación conmigo. Están cortados por la misma tijera”. /TN