Una historia de vida. En Salta, hay tantos personajes peculiares como bellezas naturales. Es una necesidad saber de ellos, es una obligación contar cada una de esas huellas.
Es pequeño, pero en el brinco parece tan inmenso que suele simular un gigante del norte. La pelota es un cometa entre las nubes y de repente Sebastian “Suncho” González se eleva entre los cerros y cabecea sin una pizca de temor.
Hablar de fútbol para mi es ir al amateurismo. Al potrero. Y entre tantos barrios, es ir a Castañares. Se huelen cordones tocando paredes, rabonas entre piedras y pisadas de gambetas entre humos de cigarros, hasta el anochecer.
Un 29 de Noviembre del año 81’, nacía uno de los niños pródigos del barrio. Fruto del amor entre Nilda Cruz y Don Eulogio Gonzalez, ya saltaba a una y dos piernas un petiso que esbozaba una sonrisa al ver un sonajero redondo. O lo que fuese esférico. Como una prioridad, una sinergia inevitable que a todo hombre nos lleva a un bendito e imaginario balón.
En sus inicios futboleros, pasó por Los Carasucias, Gallitos, equipos infantiles que captaban los futuros talentos y luego a clubes cómo Comercio, Central Norte y Gimnasia y Tiro. Su llegada al profesionalismo sería tan inminente que sorprendió por completo al gran “Suncho”. Con mucha emoción recuerda que quizás, junto al nacimiento de su hija, fue el momento más feliz de su vida.
En sus ojos reboza esa alegría que poseen los seres alivianados. Sin muchas posesiones ni exóticas ambiciones. Agradece a Marcelo Herrera como también a Carlos Gómez como sus formadores predilectos. Recuerdo al zurdo Walter Reyna como destacados entre compañeros a la par de su compadre, “Bocha” Rodriguez y de su hermano “Dani”, tipo ejemplar. Habla de Gimnasia y Tiro como su mejor momento profesional. Tan así que fue tentado por Banfield para irse pero nunca hubo acuerdo dirigencial. Nombra a “Manzana” Villagra cómo un querido colaborador del club.
En sentado intenta saltar. En su cabeza tiene piques cortos para rechazar lo que fuese. Cómo barriendo las calles, con la casaca de la Agrotécnica Fueguina, sin que se le caiga la cinta de capitán, así también limpia y ordena por su vida todo lo que ve a su alrededor. Brota carácter y a la vez humildad. Es modesto y en el campo una fiera competitiva.
Se aproxima el fin de semanas y Virrey Fc lo aguarda en sus filas. Lejos del jugar por dinero, se reencuentra con la felicidad entre amigos. Del jugar solo por pasión. Agradece a Gustavo “Choco” Medina como líder de una familia futbolera.
En todo momento, y en cada relato mira de reojo a su madre. Si no está cerca, la mira en fotos que lleva consigo. Se frota las piernas como todo futbolista. Entre lágrimas explica a su madre. Sintetiza que es todo. Amor. Todo. Le preocupa que suele perderse en sus pensamientos. Con días de incongruencias. A su avanzada edad, supone aproximarse un Alzheimer. Entre médicos la abraza sin pretender soltar. Vaya amor de mujer que con poca vista y agitada memoria acompaña a su hijo a ver cabecear aviones y ovnis, a la fecha. A pisar el verde cesped y ser cómplice de su felicidad.
Tiene mucha gratitud con su mujer, su hija, sus fieles y anónimas compañeras de vida. Sigue abrazando a sus padres como esos trofeos para toda la vida. Fue líder, fue capitán, fue el ídolo de aquellos niños que pensaron que la pinta era lo de más. Lo de más, es lo que se aleja de la razón. Como del “Suncho”, su resorte y su corazón.