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Por Carlos Raimundi
En estos días, ante la acumulación de escenas distópicas como el mensaje con que Trump inició su gobierno o su propia gestualidad, el saludo nazi de Elon Musk (como si recién nos hubiéramos dado cuenta de sus rasgos totalitarios debido al saludo, y no por las acciones políticas y culturales que jalonan su vida) y las excentricidades de Javier Milei, hasta el extremo de besar la bandera de los Estados Unidos o su amenaza de que perseguirá a las personas de izquierda adonde se encuentren, nos preguntamos ¿Por qué?, ¿Qué ha sucedido para que lleguemos a estos extremos? ¿Qué hacer frente a semejante caos informativo que algunos especialistas llaman guerra cognitiva? ¿Cómo volver a un mínimo orden lógico para reorganizar nuestra escala de valores?
No me voy a referir a Qué hará Trump una vez en el gobierno, sino que esbozaré de manera muy inicial e incompleta, algunas aproximaciones a Por qué Trump, Milei, Bolsonaro y otros liderazgos autoritarios llegaron al gobierno.
Una primera respuesta está en el tema que José Ortega y Gasset aborda en su obra de 1923, curiosamente 1923, La cuestión de nuestro tiempo. Trump en los EEUU, como Milei en Argentina, fueron capaces de interpretar y capitalizar políticamente cuál es la cuestión del tiempo que a cada una de esas sociedades nos toca vivir.
Un primer bosquejo es que en la etapa que atravesamos emerge una realidad de carácter social muy generalizado que es la frustración, el malestar, la sensación de desamparo, la impotencia, el desencanto frente a las promesas fallidas que nos formulara la política, el fracaso de los últimos gobiernos. Esto deriva en la desconfianza hacia la figura del Estado.
El sujeto frustrado, que no se sintió suficientemente reconocido, se toma revancha, no una revancha colectiva, comunitaria (como hubiera sido en los 70), sino individual. Y surge lo que Jesse Souza denomina el pobre de derecha. Quien, sumado a los que tradicionalmente profesan las ideas de derechas, constituyen una nueva mayoría.
Las mal llamadas redes sociales, por cuanto están llamadas a destruir los lazos sociales más que a fortalecerlos, acentúan este rasgo dominante de nuestras sociedades del occidente geopolítico. Su peso es enorme porque se han tornado imprescindibles para la vida cotidiana que emprenden las mayorías: a través de ellas circulan las relaciones familiares y de amistad, la educación, el trabajo, el comercio, el esparcimiento. Y, al ser relaciones que eluden la presencialidad, son individuales, no movilizan colectivamente sino que aíslan, fragmentan.
Cada vez que se produce una transformación estructural de la sociedad, es decir, cuando un rasgo saliente pasa de ser inicial o marginal a ser mayoritario, ese sujeto social en el cual se encarna el nuevo rasgo pasa a ser el sujeto dominante, y más temprano que tarde reclamará una nueva modalidad de gobierno.
Ahora bien, ese nuevo sujeto dominante puede ser activo o pasivo. La burguesía ascendente que se transformó en la clase dominante al dar lugar a la Revolución Francesa decidió gobernar. Un siglo más tarde, el proletariado en ascenso como nuevo sujeto social también decidió darse formas de organización para disputar el gobierno. En cambio, este nuevo sujeto social, el de nuestro tiempo, es mayoritario, pero no comunitario. Y en cuanto al dilema de gobernar o no, es pasivo, no es proactivo como los anteriores. Es decir, ha decidido ser gobernado, en lugar de gobernar.
Al tratarse de un sujeto social no comunitario sino mera agregación de individuos, no es solidario, sus demandas al gobierno son caóticas. No tiene otras ansias que protagonizar las relaciones inter-individuales, pero no societarias, por eso no necesita un gobierno que le demande protagonismo, sino uno en el cual delegar la autoridad, es decir, autoritario.
Al no haber lugar para todos debido al fracaso de las políticas económicas aplicadas tanto por las derechas convencionales como por quienes se presentaron como su alternativa, las figuras que encarnan los nuevos liderazgos políticos expresan el desprecio o el temor al otro, la intolerancia ante la diversidad, sea esta de identificaciones sexuales, de etnia o de nacionalidad.
Además, temas verificables y comprensibles como el cambio climático y la transición hacia las energías limpias, tampoco fueron interpretados por la política tradicional en beneficio de los pueblos, sino de los intereses financieros dominantes. No llevaron a una descolonización de la cultura dominante, la economía y la tecnología, sino todo lo contrario, a la maximización de la ganancia y la concentración descomunal de la riqueza. Por eso no tiene alto costo social la negación de la catástrofe ambiental.
De todo esto surge la frustración generalizada, como reacción que genera el caldo de cultivo para este tipo de discursos reaccionarios.
La autoridad del Estado, cooptada por las grandes corporaciones ante la debilidad y la incompetencia de la política tradicional, queda reducida para ellos a tres funciones esenciales. 1. Adaptar las normas del poder administrador, el legislativo y el judicial para garantizar a los grupos dominantes la inviolabilidad de sus bienes tangibles e intangibles, es decir, su derecho de propiedad física e intelectual. 2. Levantar las fronteras del Estado nación frente a la inmigración causada por la pobreza y las guerras. 3. Estigmatizar, criminalizar y reprimir la protesta social adicionando las fuerzas armadas a las de seguridad interna, dado que la defensa exterior queda reservada a las bases militares controladas por el complejo militar industrial trasnacional. Estado subordinado en lo económico y totalitario y represivo en lo político y social.
Aún así, creo que este tiempo individualista, xenófobo, autoritario y discriminador no está consolidado todavía. Las bases de la sociedad que remplace al neoliberalismo que se ha agotado en términos históricos, están en disputa.
La primavera geopolítica que Milei imagina a través de su relación con Trump, Musk y otros exponentes de la extrema derecha no tiene garantizado el futuro. Las bravuconadas provenientes de ese universo, el proteccionismo y el negacionismo pueden ser, antes que una señal de fortaleza, un signo del declive relativo de la hegemonía global de los Estados Unidos. Hoy, el dominio de los mares, la construcción de la infraestructura de los puertos, el control del comercio, los acuerdos de inversión, el PBI industrial, las patentes y las nuevas tecnologías, pertenece a China. Es por eso que, ante la pérdida del otrora dominio global, necesita reforzar el control sobre el continente americano y la hegemonía del anglosajón tradicional, blanco y protestante frente a la inmigración creciente del latinoamericano mestizo y católico, y de otras latitudes.
Las políticas de Trump son de internalización de su economía y no de ayuda financiera externa. Las coincidencias con Milei tienen que ver, por un lado, con su afinidad ideológica, y por otro, con la complementación económica que supone la necesidad de Trump de apropiarse de nuestros recursos estratégicos y la cipaya predisposición de Milei para entregárselos. Pero se trata de una burbuja que no tiene asegurada su perdurabilidad.
Nuestro desafío es que la cuestión de nuestro tiempo no sea entregarnos a esos valores, sino rivalizar con ellos. No sólo en los contenidos, sino también en las formas, en las actitudes, en los gestos, en los climas.
Por más cortos que sean los tiempos de tik-tok, por más veloces que sean los cambios tecnológicos, el corazón del ser humano sigue latiendo a la misma velocidad. Y no existe una persona que no haya necesitado, alguna vez en su vida, un hombro solidario donde apoyarse para calmar una adversidad. La naturaleza del ser humano no vibra al ritmo de la cultura de Los juegos del hambre, matar para que no me maten. La solidaridad, la convivencia, el espíritu comunitario, son inherentes a la persona humana.
Si alguien sufre a nuestro lado no merece que lo pisemos para hundirlo aún más sino que le tendamos la mano para que se sienta reconfortado y reconocido. Los bienes cuya utilización nos corresponde a todos y a todas, deben ser administrados con un sentido inclusivo y no excluyente, con un sentido ético y no puramente monetario y mercantil. Por una autoridad pública y no por una corporación privada.
Pero esto no debe ser mera retórica para defender al Estado y la autoridad pública a como dé lugar, sino exigencia de que sea eficiente y cumpla con sus funciones. Que no maltrate al ciudadano que lo demanda sino que lo escuche y lo incorpore.
En tiempos en que es más fácil reaccionar y agredir, debemos recuperar el valor de la conversación, del argumento. Quien sufre no merece ser expulsado sino comprendido y ayudado a que se realice.
Desde el punto de vista del plan económico, Milei nos sitúa en la cuarta edición en cuatro décadas de un modelo basado únicamente en la valorización financiera, sin producción, sin industria y por lo tanto sin puestos de trabajo de calidad. Como en las ocasiones anteriores, una vez que el sector financiero llene sus arcas a costa de la entrega del país, estallará la burbuja, la economía entrará en crisis y el movimiento nacional y popular tendrá que hacerse cargo de ella.
Que estemos viviendo un tiempo adverso no implica en absoluto una espera pasiva. El sufrimiento y el dolor de nuestra gente y el daño patrimonial a nuestra independencia económica no admiten ninguna especulación de tipo electoral o generacional.
Confluirá el hartazgo social con nuestra reorganización. En ese momento el pueblo, con nuevas necesidades pero también ávido de aquellos valores que siempre hemos sostenido, volverá a abrir sus oídos para escucharnos y su corazón para restablecer una relación que está interrumpida. De la inteligencia con que organicemos nuestro movimiento para emitir un mensaje claro y confiable, dependerá que estemos a la altura para interpretar la cuestión de ese nuevo tiempo.
Ante una ofensiva tan abarcadora como la que atravesamos, nuestra estrategia son todas las estrategias, en todos los planos. El de la argumentación, el del gesto amistoso, la escucha. En el plano simbólico de las redes sociales, que, al igual que el territorio físico tiene calles, barrios y autopistas. En el plano del arte, la música, la literatura, la historieta, el humor. En el viaje entre el sistema de ideas y la salita del hospital. Entre la geopolítica y el almacén. Y con una propuesta muy clara sobre cada una de las demandas populares.
Y con la actitud y la convicción que Martin Luther King sintetizó en aquella hermosa frase: Aún si supiera que el mundo mañana va a desaparecer, yo igual plantaría mi manzano.
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