
Termina el atardecer y parece sentirse el rugido que trae la noche, con su elegante vestir, con su tenue lumbre, y su clásico negro. Se encienden los faroles y los adoquines presumen su brillo de antaño. La calle Balcarce que supo tener sus días de esplendor aún resiste del engaño y la traición. Parece reinventarse y resiste.