Episodio 5: “Hombre en llamas“, por Nico Cortes
“Unos relatos dedicados a ellos. Esos personajes que viven por las sombras, vestidos de silencios, maquillados por la oscuridad. Generalmente, a un costado del sistema, señalados por prejuicios, subrayados con anonimato. Refugiados,
rechazados, desaprobados, sobrevivientes. Con el dolor de la guerra cotidiana, pero con la grandeza de los valientes”.
Episodio 5: “ Hombre en llamas “
“Allá por el fondo,
yace un ser escondido.
Entre carbones y leñas,
deambula el hombre más requerido.
Tiene más sombras que luces,
pues no es presumido,
aunque en sus manos dispone,
del lugar, lo más pedido.
¡Brasas, carnes, fuego!
Ha empezado el rugido…
El negocio abre apuestas,
y él es el rey del partido…”
Si habrán lugares emblemáticos en Salta, La Monumental, sin dudas, es uno de ellos. En sus inicios pizzería, luego con parrilla y ahora como un todo. Entre tantos personajes ilustres, allí destaca por su carisma, por su talento, Hugo Orlando Suarez. O más bien, “Antoniano”. O “Chumuco”.
El hombre no tiene respiro, pero se las ingenia para relatar lo vivido. Recuerda a su padre cómo gran futbolero,”Boquense” y seguidor de Gatti, por ende su nombre. Asegura trabajar con pasión porque reconoce a su oficio como como un arte.
Habla de familia y en ella está su hija Nazarena y su novia como motores diarios. Su mejor amigo es su sobrino, “El loco Pita”. Juventud Antoniana como su club de preferencia. El fútbol como una necesidad de vida.
“Chumuco” parece no tener paz. Carne vacuna, porcina, aves. Lomos, matambres, entrañas. Achuras, costillas, vacíos. Confieso sentir admiración. En los momentos más complejos, cuando más clientes llegan al lugar, y cuando la parrilla parece desbordar, el hombre no pierde la calma.
Se maneja con tanta naturalidad en su espacio, como si hubiese nacido para vivir entre llamas. Cabalga con una sola mano y le sobra pasta para calcular cada corte, cada tipo de cocción, los vuelta y vuelta.
Calza un volante por izquierda, de unas hojas de coca que no deben faltar. Viste de blanco con todos los vestigios del gran asador. Con heridas del fuego por donde y por fuera. Observo que siente un disfrute, una adrenalina especial mientras más se acerca al fuego. Visualizo una conexión ancestral.
Tiene carisma. Se percibe el respeto del lugar, para con su persona. Se relaja unos segundos y sonríe con alguna broma cuerva, de los propietarios. Me confíesa que en una apuesta futbolera perdió un fernet y al día de hoy, lo sufre. Habla de fútbol y se le ilumina el rostro. Como de Maradona, su ídolo. Le dice “Dieguito”, en presente, con emoción en sus ojos.
Se dice de Villa Lavalle con orgullo. El barrio. Su lugar. Su origen. Pinza en mano, parece ser una parte más de sus extremidades. Sus movimientos son cortos pero constantes. Heladera, mesada, parrilla. Golpea con derecha e izquierda. Parece estar acorralado en las cuerdas y de repente está en el centro del ring.
El gran “Chumuco” parece ser indispensable, pero no lo dice ni lo hace saber. Tiene esa modestia de los grandes, de silenciar sus atributos, de callar sus virtudes. Confiesa cómo sueño que le gustaría tener su propia parrilla. Mientras tanto, “pa no ser meno”, deleita en rodeo ajeno.