Adictos a tranquilizantes: los argentinos toman 10 millones de pastillas por día

Afirman que el consumo se duplicó en la última década y que el 20% de las pastillas se compra ilegalmente. Advierten que no se evalúan los efectos adversos ni la adicción que generan.

Salud 13/03/2017

Sólo el año pasado se prescribieron casi 100 millones de recetas para comprar 120 millones de envases de 30 comprimidos cada uno, lo que da diez millones de pastillas al día. Estamos hablando de tranquilizantes, de medicamentos que fueron pensados para trastornos mentales, pero que hoy ocho millones de argentinos consumen diariamente como paliativos para causas dispares como dormir, calmar la ansiedad, bajar el estrés o disimular una angustia. Los especialistas aseguran que se toman tranquilizantes como si fueran aspirinas, que nadie tiene en cuenta sus efectos adversos ni en la adicción que generan. Así las cosas, muchos psiquiatras hoy centran sus terapias en tratar de que sus pacientes dejen los tranquilizantes en vez de recetarlos.

En el primerísimo puesto aparece el clonazepam (el más conocido es el Rivotril, pero la droga tiene como veinte marcas distintas), que además está en el top ten de los diez medicamentos más vendidos en el país. Los argentinos toman un millón de estas pastillitas por día. Su consumo creció el 130% en la última década, incluso más que el promedio de los tranquilizantes en general que, según Marcelo Peretta, al frente del Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos, se duplicó del 2006 a hoy.

Peretta habla del “uso recreativo” de los tranquilizantes. Esto es, además de usarse para combatir ataques de pánico o cuadros de esquizofrenia, para dar algunos ejemplos, se usa para muchas otras situaciones: “La gente los toma para relajarse, para descansar, para pasarla bien, y esto es algo que supera a los médicos y los farmacéuticos”. Peretta compara estas pastillas con las aspirinas: “Los tranquilizantes se están usando como las aspirinas, nunca faltan en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, aunque más en la carteras de las damas, ya que ellas consumen más”. La relación, dice, es 55% a 45%.

“El consumo de tranquilizantes crece por varios factores. Uno de ellos es que estamos viviendo en una sociedad que exige cada vez mayor rendimiento y máxima exigencia en todos los aspectos de la vida, no solo en el laboral. Si a esto le sumamos que existen tiempos dedicados al descanso cada vez más cortos o casi inexistentes, pareciera que la formula más fácil para afrontar esa realidad sería tomar una pastilla. Lo que se busca de esta manera es la píldora mágica que aunque sea nos dé un bienestar momentáneo artificial”, explica Alberto Trimboli, miembro de la Comisión Directiva de la Asociación Argentina de Salud Mental y coordinador del sector de Adicciones del Hospital Alvarez.

Otro factor, agrega Trimboli, es patologizar muchos problemas normales de la vida cotidiana: “Hay una tendencia a diagnosticar como enfermedad, y medicar, ciertos sentimientos y emociones naturales y esperables de la vida cotidiana, como la tristeza transitoria producida por la pérdida de un ser querido o el estado de ansiedad que puede provocar un examen. El problema es que se ha naturalizado que médicos de cualquier especialidad prescriban ansiolíticos ante cualquier inquietud o solicitud de un paciente, cuando en realidad es el psiquiatra el que está preparado para prescribir, luego de un exhaustivo análisis, si una persona debe tomar un tranquilizante”.

Federico Pavlovsky explica que históricamente los jóvenes usan sustancias para enfrentar hechos sociales, habla de los efectos de desinhibición y euforia, y que eso no es nuevo. Pero hoy se suma también el “todo ya”: “No hay estructura de la demora. Y esta es la propuesta para todos, y los tranquilizantes ofrecen una respuesta muy rápida, bajan la ansiedad y la angusta en cinco minutos, es “la banalización de la psicofarmacología”, dice el médico psiquiatra.

Al igual que sus colegas, Pavlovsky también asegura que mucha gente se automedica, con todos los riesgos que eso implica, y que más del 20% de los tranquilizantes se consiguen sin receta. Por Internet, en kioscos o en plena calle.


"La automedicación es alarmante. El tranquilizante se convirtió en el objeto que no puede faltar en el botiquín familiar de muchos hogares -asegura Trimboli-. En mi experiencia, el tratamiento de la adicción a los tranquilizantes es mucho más difícil de tratar que la adicción a otras sustancias, inclusive a aquellas que peor prensa tienen".

Más demanda en las farmacias: "La gente viene porque no puede dormir"


Todos los días llegan mujeres y hombres a las puertas de las farmacias a pedir tranquilizantes. En una recorrida que e hizo por barrios porteños, los farmacéuticos coinciden en que crece el uso y abuso de estas pastillas.

“Principalmente es la gente mayor que viene con recetas de tranquilizantes porque la ansiedad y los nervios les juegan en contra de la presión y muchos otros porque no pueden dormir”, cuenta Liliana Szkutnik (45) de la farmacia SZ de Almagro. “Los tratamientos deberían ser temporales y lograr que el paciente vuelva a su estado normal, pero en Argentina la gente mayor queda recetada de por vida”, reconoce.

Gisela Bustamante (21) trabaja hace tres años en Farma Vital de Barracas y afirma que es más la cantidad de mujeres que de hombres la que se acerca en busca de tranquilizantes. En general, todos mayores de 50 años. “Los que vienen siempre, vienen cada vez más seguido”, explica. Entre ellos recuerda a una mujer que el lunes pasado se llevó una caja de 100 comprimidos y a la semana volvió a pedir más. “Eso ya es abuso”, exclama la empleada que se negó a vendérsela y se valió de que la mujer no traía receta.

Jorge Segal tiene 79 años, es farmacéutico en la Farmacia Social 1402 de Boedo y esta en contra de las pastillas tranquilizantes. “Los motivos para consumirlas sobran”, afirma Jorge y describe un panorama explosivo: la “publicidad inmoral” que alienta su demanda, la “automedicación terrible” que hace el argentino y la adicción que generan los psicotrópicos. “Las consecuencias se ven en la gente mayor que se extralimita por el hábito y en los jóvenes inducidos por el vicio y la drogadicción”, aclara.


Los jóvenes son una figura repetida en las farmacias que se consultó. “Ayer vino un chico, se bajó de la moto y me pidió un jarabe con codeína que es un derivado de la morfina. Le dije que no. Se fue y vino otro que estaba con él: ‘¿Me vendes Alprazolam?’ No, no te vendo, le dije”. Así describe Bibiana Sanzón (62) de la farmacia Oggi sobre Juan de Garay y Urquiza la situación que viven a diario. El problema aparece cuando consiguen las recetas falsas. “Ahí no te podes poner a discutir con ellos porque te rompen algo o te pegan un tiro porque es gente que viene drogada”, agrega.

“Vienen chicos con recetas membretadas de hospitales públicos en busca de clonazepam y son los mismos que después veo consumiendo en el barrio”, manifiesta. “Roban el recetario, se hacen un sello y son ’médicos’”, explica y critica el no poseer herramientas para chequear la legitimidad. Como ella, muchos farmacéuticos repiten “No tengo” en un intento de proteger a quienes abusan de los tranquilizantes.

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