Raúl Alfonsín, el renacer de la esperanza

Símbolo de la transición democrática, el ex presidente radical fallecía un 31 de marzo de 2009 a los 82 años. Parece que fue ayer, y sin embargo forma parte de la historia aquel momento en que las palmas de Raúl Alfonsín, apretadas en alto, se eternizaron como el símbolo del regreso a la democracia.

Sociedad31/03/2017

Un hombre que supo unir a un pueblo desmembrado, una nación ensimismada por el temor, desconfiada del futuro, atada a un pasado que supo sumar años de interrupciones a la voluntad popular. Aquel que el día de su asunción, desde los emblemáticos balcones del Cabildo, infundido de una profunda y sincera fe en la reconciliación, exhortó a sus compatriotas “Iniciamos todos hoy una etapa nueva de la Argentina. Iniciamos una etapa que sin duda será difícil, porque tenemos todos la enorme responsabilidad de asegurar hoy y para los tiempos, la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en la tierra argentina".

Nacido el 12 de marzo de 1927 en la localidad bonaerense de Chascomús, fue el mayor de los seis hijos de Raúl Serafín, un comerciante minorista de origen español, y de Ana María Foulkes, descendiente de alemanes. Estudió en la Escuela Normal Regional de dicha localidad y en el Liceo Militar General San Martín, donde tuvo como compañeros de clase a los futuros dictadores Jorge Rafael Videla y Leopoldo Fortunato Galtieri. Abogado, padre de seis hijos, en 1954 fue electo concejal por Chascomús, puesto que solo ocupó un año hasta que la Revolución Libertadora lo metió preso. Durante los mandatos de los presidentes radicales Arturo Frondizi y Arturo Umberto Illia pasó primero de diputado provincial, a diputado nacional, a Vicepresidente de bloque y terminó presidiendo el Comité bonaerense de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP). Por reabrir el comité provincial en 1966, en plena dictadura de Juan Carlos Onganía, nuevamente volvió a estar preso un breve tiempo.

Sin embargo, sólo comenzó a destacarse en política a principios de los '70, cuando creó el Movimiento de Renovación y Cambio, una línea del radicalismo apoyada por la militancia universitaria, con una propuesta socialdemocráta, nacional y popular, pero alejada del peronismo y de la violencia política. Con el aumento de la intimidación del gobierno de Perón e Isabel, fue uno de los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Desde allí, en su rol de abogado, defendió a opositores políticos perseguidos y presentó habeas corpus por los desaparecidos, poniendo en riesgo su propia vida. Fue uno de los pocos que se opuso a la Guerra de Malvinas que marcó el principio del fin de la última dictadura militar, lo cual comenzó a cimentar su popularidad permitiéndole ganar primero la interna con Fernando de la Rúa y luego, el 30 de octubre de 1983, al candidato peronista Ítalo Luder, llegando a la Presidencia de la Nación con el 51,7% de los votos contra el 40% del PJ.

RA Presidente 

Su gobierno debía enfrentar dos grandes grupos de problemas: la consolidación de la democracia, la difusión de la misma hacia todos los ámbitos de la sociedad y la relación con las Fuerzas Armadas; y la obra general de gobierno condicionada por la inflación y la crisis de la deuda externa en un contexto latinoamericano asfixiado por la política de EEUU. Movido por una férrea esperanza en la reconstrucción de una nueva ciudadanía, ordenó enjuiciar a los dirigentes de las organizaciones guerrilleras ERP y Montoneros; y procesar a las tres juntas militares que dirigieron el país desde el golpe militar del 24 de marzo de 1976 hasta la Guerra de las Malvinas. Creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), integrada por personalidades independientes como Ernesto Sábato, Magdalena Ruiz Guiñazú, Graciela Fernández Meijide, entre otros, con la misión de relevar, documentar y registrar casos y pruebas de violaciones de derechos humanos, para fundar el juicio a las juntas militares. Organismo éste, que dejaría un gran legado a las nuevas generaciones, el informe Nunca Más, testimonio del horror y de las deudas contraídas con las víctimas de la violencia imperante. Fue el punto final social y político a un pasado de odio, fanatismo, y locura sin límite; el inicio de nuevos inicios, la puerta de entrada a un futuro donde el fin no justifique los medios, y la libertad guarde en su seno el respeto indiscutible por la humanidad.

Antonio Cafiero, reconocido exponente del justicialismo, no dudó en afirmar: “Un buen político sólo lo es si tiene sueños. Alfonsín los tenía. Soñaba con la juventud, con los otros partidos políticos. Soñaba con restaurar la democracia, con convertir la UCR en un partido poderoso, en el consenso y la reflexión. Fue un predestinado que nació con una misión a cumplir. Ya no les pertenece porque, a esta altura, es de todos”.

Permanentemente amenazado por sectores de las Fuerzas Armadas que se negaban a aceptar el enjuiciamiento por violaciones a los derechos humanos durante el régimen militar anterior, en 1986 Alfonsín debió intervenir personalmente para que el Congreso sancionara la Ley de Punto Final imponiendo un plazo de 60 días para procesar a acusados de delitos de lesa humanidad cometidos durante el gobierno castrense. Sin poder militar para detener un golpe de Estado, negoció con los líderes militares “carapintadas” la garantía de que no habría nuevos juicios por violación de derechos humanos. Esas medidas se concretaron en la ley de Obediencia Debida y el reemplazo del general Héctor Ríos Ereñú por el general José Dante Caridi, al mando del Ejército argentino. Desde entonces Alfonsín debió enfrentar otras dos insurrecciones militares durante 1988 (18 de enero y 1 de diciembre) y un permanente estado de insubordinación de las Fuerzas Armadas.

Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida fueron objetos de fuertes cuestionamientos por parte de las organizaciones de derechos humanos, el movimiento estudiantil, y las fuerzas políticas progresistas, incluidos sectores internos del radicalismo como la Juventud Radical y su brazo universitario Franja Morada. Con posterioridad, ambas leyes y los indultos a los jefes militares y guerrilleros ya condenados, concedidos por el presidente Carlos Menem en 1989, fueron conocidas como las leyes de impunidad, y serían derogadas por el Congreso Nacional en 2003. El propio Alfonsín apoyó la nulidad de las leyes.

Dirá Enrique Nosiglia, ex ministro del Interior de Alfonsín “Fue el balance de lo posible en el magno proyecto de la esperanza; todas las ideas y hechos de su gobierno tienen un rango de originalidad, que se irán comprendiendo cada vez más con el análisis de las próximas generaciones. Si hay una palabra que define el mensaje histórico de Alfonsín, es ‘juntos’. Nunca perdió la intención de acordar, de persuadir: o se hacía juntos o no sería posible”.

Alfonsín comprendía el impacto de estas leyes para un pueblo atravesado por la emocionalidad del momento. Era consciente de  la enorme frustración que generaron en los argentinos. Pese a los costos que sabía traerían consigo para su gestión y persona, no concebía la posibilidad de faltar a la responsabilidad irrenunciable de construir un Estado de Derecho, al cual los poderes corporativos (FF.AA., Iglesia y Sindicatos) deberían someterse, y consolidar un sistema político que resolviera los conflictos de una manera pacífica, ordenada, transparente y equitativa.

Cientos de paros

Inmerso en la podredumbre de secretos a voces de escándalos financieros, robos, corrupción en todos los estratos de gobierno, en la incredulidad del pueblo en todo lo que viniese de arriba y como consecuencia de ello, el agravamiento de la crisis económica; frente a este pueblo sumergido en un proceso de constante vaciamiento de sentidos tan caros para el ser humano como: honor, patria y verdad, Alfonsín se aferró a la racionalidad, al análisis costo/ beneficio. Un análisis, paradójicamente, tan lleno como vacío de su humanidad, que restauró el sentido del honor, la sumisión absoluta, sin condicionantes, de los propios intereses, al del todo social. Hoy sabemos que en 1983, a la Argentina la guardó la suerte. Tuvo al presidente adecuado en su alborada democrática. No había otro. Era él. Lo sabemos ahora. Los que lo votaron y los que no. Su integridad y espíritu conciliador, ese que lo llevó a afrontar la oposición del peronismo en el Congreso, de los partidos políticos populares de entonces, incluida la Unión Cívica Radical; de la Iglesia, los sindicatos y sus casi 4.000 huelgas sectoriales  y 13 huelgas generales organizadas por la CGT; es el que emerge de cada acto de gobierno.

Espíritu que lo llevó sin dudar a cambiar su táctica de confrontación con el movimiento obrero y ofrecer el Ministerio de Trabajo a uno de los principales dirigentes sindicales del país, Carlos Alderete, secretario general de Luz y Fuerza. Como resultado de este acuerdo, el gobierno de Alfonsín elaboró una nueva Ley Sindical que fue aprobada en 1988 (Ley 23.551), con el apoyo unánime de todos los sindicatos y parlamentarios de todos los partidos políticos. Espíritu que le permitió a la Argentina acercar posiciones con Chile evitando un nuevo derramamiento de sangre, el mismo que supo vislumbrar el empoderamiento de América Latina en la unión de sus pueblos. En palabras de Julio María Sanguinetti, ex presidente de Uruguay Siempre lo destacó a Alfonsín esa predisposición para unir los intereses de la región, buscando saldar las diferencias históricas que existían”. En efecto, la preocupación del gobierno por promover mecanismos multilaterales y de integración supranacional, lo llevó también a comenzar la integración comercial entre Argentina y Brasil, uno de los casos de enfrentamiento internacional más persistentes del mundo. Quizá la iniciación de un proceso de integración económica con Brasil, Uruguay y Paraguay, que finalizará años después con el origen del Mercosur, pueda ser considerada como el legado más perdurable de toda la política económica del gobierno de Alfonsín.

El legado

No sabemos, cuántas de sus acciones recogerá la historia, si el juicio a las juntas, la integración regional, el haber terminado el mito del peronismo invencible o haberle dado la carta de ciudadanía con el Pacto de Olivos. Pero sí sabemos que en el diagnóstico de la crisis que hiciera consideró que los problemas económicos eran menos significativos que los políticos, pues lo esencial para la restauración democrática era eliminar el autoritarismo y encontrar los modos auténticos de representación de la voluntad ciudadana. Por ese camino, buscó consolidar  la libertad de expresión,  la libertad de opinión, una sociedad de participación, tolerante al pluralismo y ajena a los dogmatismos. Su mayor convicción, aquella que consideraba la persistencia del conflicto como factor de fortalecimiento del militarismo y por lo tanto una amenaza inmediata a la democracia argentina, fue la que guío sus acciones internas y externas, las mismas que violentarían su popularidad socavando poco a poco la esperanza y dando su último golpe en la salida anticipada de la presidencia. Ante el riesgo de disolución del Estado y la eventualidad de un nuevo golpe militar, Alfonsín renunció el 9 de julio de 1989 anticipando la entrega del mando a Carlos Menem.

Leopoldo Moreau, dirigente radical, ex presidente de la Cámara de Diputados, señaló que El proyecto de Alfonsín no era otro que traer paz y reconciliación a una sociedad quebrada y fracturada, crispada. Si esta actitud se prolonga en el tiempo, si así ocurre, el proyecto de Alfonsín habrá triunfado. La lucha continúa, no podemos decaer.” Cualquiera sea nuestro signo político, Raúl Alfonsín es para los argentinos el padre de la democracia.  El recatado que caminaba por la calle o se sentaba a la mesa de un restaurante como cualquiera y recibía saludos, y no agravios;  el que al ser consultado cómo cree que lo verá la historia, no dudó en responder “No sé, eso déjelo para que lo conteste la historia. Pero nunca habrá nada de qué acusarme. Estoy con la conciencia tranquila.” Alfonsín, el que supo definirse “Como un hombre que tuvo sus convicciones, sus ideales, y que fue leal a ellos. Nada más.”, a él le debemos mirar con orgullo y esperanza lo vivido.  Desde aquellos difíciles primeros años, el camino transcurrido ha sido muy grande, sin embargo, aún no hemos logrado hacer de lo político un escenario de proyectos de integración que busquen unirnos en un destino común. Allí está, en nuestro pasado, aquí y ahora en nuestro calendario para recordarnos que trascender las fronteras de los intereses personales nos coloca en el único lugar desde donde podemos mirar ilusionados al horizonte, que nos anuncia un futuro mejor.

Por: Lic. Ma. Florencia Barcos, exclusivo para InformateSalta

Te puede interesar
Lo más visto

Recibí en tu mail los títulos de cada día