El destierro elegido

Desde que inició su papado hace poco más de cuatro años, Francisco ha representado, desde su investidura como sucesor de San Pedro, un importante factor de renovación en la Iglesia particularmente en sus formas, más cercanas a la gente, menos burocráticas y pomposas.

Opinión 15/01/2018 Por Lic. María Florencia Barros
Papa-Francisco

También supo levantar polvareda con ciertas definiciones pastorales, prefiriendo una Iglesia escabrosa por salir a la calle que inquietante por encerrarse en los templos, anestesiada, incomunicada. Hay otros temas, más mundanos si se quiere, donde el Papa Francisco desencadeno polémicas cuasi futboleras al vestir, por acción u omisión, tal o cual camiseta en un rol político que ni asume ni niega, pero con el que no cesa de coquetear. Un juego que para algunos explica lo que hoy aparece como un destierro elegido.

Visitó innumerables países. Entre los grandes, el más grande: Estados Unidos, dato no menor teniendo en cuenta sus acaloradas declaraciones contra su actual presidente Donald Trump. También recorrió Francia y países de centro, de derecha, de izquierda y otros neopopulistas que representan el oscilar mismo. Entre ellos México, Cuba, Turquía, Armenia, Uganda, Corea, Israel, Jordania, Egipto, Sri Lanka, Albania, Bosnia y algunos países de Latinoamérica. Esa que, de acuerdo a sus declaraciones, “está sufriendo los efectos […] de un sistema económico en cuyo centro está el dios dinero”, materializado en el liberalismo económico, un sistema que condenó en tanto "esta economía mata. Mata de hambre, mata de falta de cultura […]. Porque los sistemas liberales no dan posibilidades de trabajo y favorecen delincuencias." 

Claramente el dios dinero es un mal que aqueja al mundo, y no solo a estas latitudes, lo que no resulta tan evidente, y aquí sobresale el discurso de Jorge, es su relación intrínseca con el liberalismo, dejando por fuera los socialismos imperantes del siglo XXI, aquellos que tardó en intimar pese a las flagrantes violaciones a los derechos humanos básicos. Este delate no solo se evidenció con Venezuela, país en el que a diario (y desde hace un largo tiempo) mueren personas en manos de los ideales de izquierda; sino también, salvando las particularidades, con la nación que lo vio nacer, crecer y convertirse en el primer Papa latinoamericano. Argentina, el territorio que no cesa de rodear, pero sobre el que no muestra intenciones de aterrizar.

Estuvo cerca: Brasil, Bolivia, Colombia, Paraguay y Ecuador. Y en estos días, Perú y Chile. En medio de atentados mapuches, de rechazos implícitos y explícitos a su visita, el Papa decidió sobrevolar e infravalorar los problemas comunes, y hacer foco en el país vecino. Nadie sabe el por qué, ni siquiera la Iglesia Argentina parece conocer el sentido de sus actos. Se muestran cautos, esbozando respuestas políticamente correctas que gritan más de lo que callan. Es el Papa, resulta una obviedad apelar como justificación al volumen de actividades agendadas. Por otra parte, aventurarse en comparaciones odiosas entre las necesidades de los países, es claramente un insulto a la inteligencia, tanto como desestimar los gestos políticos que a la distancia, con y sin intermediarios, nos ha hecho llegar el Sumo Pontífice en estos años de papado.

Quienes lo conocen de las épocas en que era Bergoglio, el cura austero y luego el arzobispo de los discursos lacerantes, afirman que Francisco sigue muy de cerca la vida política argentina. Lee, pregunta, saluda, recibe o no recibe. Su comportamiento político es acentuado cuando se trata de su tierra. Es innegable que genera tribunas de debate hasta con el envío de un rosario, exponiendo a sus seguidores, católicos o no, ante un debate moral que no logra salir del terreno especulativo sobre un posible mensaje compasivo que se pierde ante tamaña falta de claridad comunicacional. La fe cristiana se basa en el perdón y la compasión, tanto como en el rechazo al mal en cualquiera de sus formas, que sin importar cuál sea, siempre nace de la corrupción del alma que entiende al otro como un medio y no un fin en sí mismo.  En esta Argentina, que debate sus días y vidas en una contienda sin igual entre mafias políticas y sindicales, que ha montado altares a la violencia física y simbólica, que no cesa de pisotear los valores que otrora nos identificaban en la multiculturalidad latinoamericana…en esta Nación de grietas seudoideológicas que lograron colarse en el discurso y la praxis social, y en el aberrante hundimiento de 44 héroes, parece que no hay motivos que ameriten unas horas de un día en una agenda.  Nuestro breviario está atiborrado de problemas, pero sobre todo de desencuentros, y éste parece sumarse a la lista.

Ha mediado en el enfrentamiento de Cuba con Estados Unidos y de Colombia con la guerrilla, rezado en silencio ante el Muro de los Lamentos y abrazado allí mismo a un rabino argentino y a un dirigente musulmán, también argentino. Pudo dejar de lado al Bergoglio idealista, aquel del tercermundismo clerical de los 70, y condenar, aunque con demora, la violencia del chavismo y sus herederos. Ha logrado generar instancias de diálogo donde solo había silencio y distancias tranquilizadoras, ha hecho lo que todos sus antecesores comprendieron como misión: tender puentes entre las naciones y hacia el interior de ellas. Pues como no titubeara en afirmar: “El mediador es aquel que se pone al servicio de las partes y hace que ganen las partes aunque él pierda. La diplomacia vaticana tiene que ser mediadora, no intermediaria. Si, a lo largo de la historia, la diplomacia vaticana hizo una maniobra o un encuentro y se llenó el bolsillo, pues cometió un pecado muy grave, gravísimo. El mediador hace puentes, que no son para él, son para que caminen los otros. Y no cobra peaje. Hizo el puente y se fue. Para mí esa es la imagen de la diplomacia vaticana. Mediadores y no intermediarios. Hacedores de puentes.” Por qué entonces, ha renunciado a hacerlo con los argentinos. Cuatro años de elegir el destierro seguramente tienen una explicación, sería mucho más que un gesto darla, pues lo desee o no, las teorías a las que ha dado lugar lo han colocado allí, en medio de la grieta en el mejor de los casos, de un lado de ella en el peor.

Quizá esta cercanía, los conflictos en común, la geografía por momentos digna de confusión, o el clamor de sus fieles, lo interpele a romper este silencio ensordecedor y dar el primer paso en este camino necesario que debemos transitar como pueblo de despojarnos de prejuicios para reencontrarnos en el otro.

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