Ahora que lo pienso: Sobre discursos “binaries”, lenguajes “exclusivos” y movimientos reactivos

En tiempos de seudo-revoluciones y miramientos románticos al pasado, debemos decir que no hay nada de novedoso en el autoproclamado 8M.

Opinión08/03/2019
Marcha Día de la Mujer
Marcha Día de la Mujer

En 1975, movimientos feministas de Islandia, conformados por trabajadoras remuneradas y amas de casa, decidieron parar el 24 de octubre en señal de protesta por la brecha salarial entre hombres y mujeres. El siglo XXI sumó reclamos y voces otrora impensados, en un deslizamiento que por momentos mira fijo al abismo en un intento infructuoso por desexorcizarlo. Atestado de ismos, los colectivos de mujeres, lesbianas, trans y travestis erigen, en un lenguaje que de tan artificioso resulta difícil comprender, un movimiento de autolesión discursiva que no solo echa por tierra todo intento serio de disrupción sino que torna poco probable la mentada inclusión. Si de barreras simbólicas y materiales hemos de hablar, es innegable la mención primera al lenguaje. Este es la arena donde se revuelcan las facciones que buscan detentar el poder, concepto recuperado por quienes gustan colocar X, e, u otros símbolos olvidando, en la irreflexión del impulso, los efectos colaterales de esta lucha. No es necesario ser experto en comunicación para colocar allí, en el centro de la escena el carácter excluyente de un código compartido. En el afán de ir por todo, faltan a la regla original ahogándose en un lodazal de reacciones deconstructivas sin horizonte.

Con consignas como “eso que llaman amor es trabajo no pago”, frase que no resiste análisis de diván, el feminismo no puede salir del pensamiento dicotómico que pretende anular, reproduciendo las condiciones que lo eternizan: la separación tajante entre unos y otros, ellos –los hombres- y el resto, no cualquier resto, sino ese que se opone irrefrenablemente a lo que no es. La enumeración extensa como amplia de negaciones opera de igual manera, pues se instituye como un bloque necesariamente absolutista: estar contra el patriarcado, (término que de tan empleado y poco analizado se tornó fantástico y de uso chic) es sinónimo de defender a la mujer de la violencia machista, cuyo último reducto sería la familia heteropatriarcal que favorece el confinamiento doméstico y posiciones de poder consumadas en abusos sexuales, femicidios, travesticidios, etc. Y como ocurre con las famosas listas sábana, en el medio de lo conocidamente reprochable introducen causas constriñendo vínculos, llevando la lucha a terrenos que violentan la individualidad, la multiplicidad, la libertad de creencia y conciencia, la vida misma de otras congéneres. Es la eterna historia de los extremismos, que enarbolan banderas de inclusión mientras sacan de sus filas a codazos a quienes las matizan, humanizándolas.

Este 8M no nos encuentra emponderados, sino aislados, incapaces de descubrirnos en el diálogo por esencia constructivo, atados a un concepto dicotómico y obturador de la subjetividad, inconscientes de los daños colaterales que esta tendencia pendular está generando. Parar contra las estructuras es frenar toda violencia, la deshumanización perpetrada sin distinción de género, es ir al hueso de la cosificación del cuerpo y el entumecimiento del alma, es reconocerse en el otro como parte constitutiva de uno, es entender que el racismo y el fanatismo no es propiedad de unos pocos sino una tentación constante de creernos sabedores y poseedores de la verdad con mayúscula. El día de la mujer debería ser destituido, pues si de igualdad hablamos, y por ella peleamos, contar con un día, cupos o beneficios por el solo hecho de ser mujeres, lejos está de contribuir a la causa. Quizá se trate de celebrar la igualdad en la diferencia, sin aires de superioridad, sin autoproclamaciones de autenticidad consignataria; de pensarnos ya no desde la diferencia, marcada lingüísticamente con el uso del “contra” sino definiéndonos desde la afirmación del “por”. Es posible y decible construir un día de la mujer sin mención, ni literal ni figurada de enemigos, tendiendo puentes comunicacionales que nos unan tras lo que deberían ser luchas humanitarias, esas que tienen por medio el respeto irrenunciable y por horizonte el desarrollo de la persona en toda su complejidad.

Por Lic María Florencia Barcos para InformateSalta

 

 

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