Pareciera que siempre faltaba alguien. Estaba la pelota siempre dispuesta. Ya sea de papel, de goma, de lana, de cuero. Estaban las ganas y los sueños. Ante la soledad, tirábamos la esfera a la calle y buscábamos ese compañero en algún borde.
En la pared, en los bordes de las sillas. Buscábamos ese cómplice. Compañero. Amigo. Para tocar el balón, aguardar esa devolución, el pase.
Mientras tanto el relato de la jugada. Mientras la gambeta iniciaba en la mente antes que en las piernas , se nombraba en voz baja a los ídolos. Con decir que todos decíamos el mismo nombre o apellido. Tal vez todos quisimos ser zurdos o al menos parecernos.
No hubo nadie, sexo masculino, argentino de nación, futbolero de pasión, que no haya querido ser Diego. Porque siempre fue nuestro cordón. Cuando no había nada ni nadie, estaba allí. En nuestra cabeza, en los pies, en la sangre, en la piel.
Más argentino que nadie. Por erróneo, pícaro, controvertido. Por falible, tramposo y pecador. Es el cordón de cada mujer al parir un varón. Es la pelota, el arte, el fútbol, la vida y mi sombra. Ese tipo que cuando estaba solo, con hambre y sed, con anhelos, aún huérfano,se convertía en mi hermano, en mi aliado, disfrazado de asfalto, de piedras, de cordón.
Ídolo. Leyenda. Mito. Genio. Me quedaré con las imágenes con sus padres. Más humano que nadie, con los pies abajo del suelo, por el barro. Que lo juzgue solo Dios o quien, alguna vez haya sido en lo suyo, el mejor. QEPD. (Maradona, Diego Armando 1960-2020)