Work and Travel: el sueño de la argentina que viajó a EEUU como niñera de una familia y terminó en pesadilla

Nacional 30/05/2022
Work and Travel

María Emilia Miño tenía un sueño. Recién licenciada en Turismo, esta mendocina de 26 años quería perfeccionar su inglés y tener una experiencia cultural en otro país y para eso eligió el camino que muchísimos jóvenes siguen en Argentina y todo el mundo: trabajar y viajar (work and travel) en Estados Unidos.

No es el clásico plan donde los jóvenes tienen empleos temporarios en hoteles o centros de esquí y viven todos juntos en alguna casa. Ella prefirió el programa AuPair, que supuestamente le aseguraba mayor contención, dado que se alojaría con una familia para cuidar a sus niños por unas horas y aprender inglés en su tiempo libre y también viajar.

El programa Au Pair (“a la par”) se originó en Europa, tiene décadas de antigüedad y es implementado por varias agencias en Argentina y otros países que llevan a Estados Unidos a miles de jóvenes de entre 18 y 26 años de manera exitosa.

Pero hay excepciones: la historia de Emilia, que aterrizó en enero en Washington con la ilusión de vivir la mejor experiencia de su vida, terminó convirtiéndose en una película de terror.

Una vez recibida, Emilia comenzó a buscar distintos programas que ofrecían estos viajes y encontró una agencia que estaba reglamentada, que tenía el auspicio de la Agencia Internacional de Au Pair (IAPA) y que tenía años de experiencia.

Ella analizó más de 30 propuestas de hogares para vivir (a través de la agencia se hace una especie de “match” con familias interesadas en recibir a una Au Pair) y finalmente eligió a un matrimonio estadounidense que ofreció pagarle 197 dólares por por 25 horas de trabajo semanales, más un teléfono de última generación.

El supuestamente era el vicedirector de un banco, ella trabajaba en una farmacéutica. Tenían sólo un niño de 6 años.

Emilia había gastado sus ahorros previamente al pagar 250.000 pesos a la agencia argentina (no se consigna el nombre porque ella tuvo que firmar antes de viajar un acuerdo de confidencialidad) para inscribirse en el programa. La agencia le facilitaba la elección de la familia, cubría los pasajes, seguro de salud y supuestamente se encargaba de solucionar cualquier problema que pudiera surgir.

Cargada de ilusiones, visa en mano, Emilia aterrizó el 6 de enero en un aeropuerto en los alrededores de Washington, donde la familia la estaba esperando.

Esa misma noche la invitaron a cenar a un restaurante para agasajarla. “Ahí fue la primera señal de alerta. El hombre se tomó dos litros de Margarita y luego salió manejando a más de 140 kilómetros por hora. Me dio mucho miedo, pero no quise hacerme la cabeza”, cuenta Emilia.

A los pocos días comenzó la pesadilla.

Con toda la ilusión. Emilia denunció que la familia que le tocó la maltrataba: "El clima en la casa era violento, él no trabajaba y tomaba todo el día".


Emilia se sintió mal, le faltaba el oxígeno, en plena ola de Omicron. Y entonces el matrimonio le dijo que tenía Covid. No le habían avisado antes y andaban sin barbijo porque no creían en la enfermedad. “Así empieza mi odisea de terror. Tenía que trabajar igual, me hostigaban diciendo que yo era débil. Yo les pedía que me dieran un termómetro y ellos me decían que todo lo que me pasaba era psicológico. Me faltaba el oxígeno y tenía fiebre. Había perdido el gusto y el olfato. Yo me sentía muy mal y encima empezaron a agregarme horas de trabajo. Ellos se enojaron porque me enfermé”, relata.

Hubo otros problemas. “Luego me di cuenta de que el niño necesitaba cuidados especiales. Le pegaba al perro y me pegaba a mí. Me pedían que le diera una medicación y yo no quería tener esa responsabilidad”, añade.

El clima en la casa era violento, él no trabajaba y tomaba todo el día, había gritos entre el matrimonio y “comentarios racistas” para con Emilia lo que llevó a la mendocina a llamar a la encargada de la agencia y pedir un cambio de familia.

La respuesta no fue la que esperaba: le dijeron que seguramente se trataba de un “shock cultural”. La agencia no solo no la cambió de casa sino que le contó a la familia el malestar de Emilia. La situación empeoró. “Me agregaron más horas de trabajo, no me daban de comer, ponían candados en las alacenas y me apagaban la calefacción a la noche, con temperaturas bajo cero”.

Entonces la agencia le pidió sorpresivamente más exámenes de inglés, a pesar de que ya había aprobado uno antes de viajar. Tuvo que rendir otros 4. Los pasó.

La situación llegó al límite una noche, cuando Emilia le dijo al dueño de casa que había aprobado los exámenes y él comenzó a gritarle en la cara. “Estaba con los ojos totalmente desorbitados. Yo no sé si era ira, o había tomado demasiado alcohol. Me quedé temblando. Estaba el nene adelante y casi se larga a llorar. Empezó a chasquear los dedos y me dijo: “Agarrá tus cosas y ándate de mi casa. En ese momento pensé que me mataba”.

Después el hombre le exigió que le devolviera el teléfono que le habían regalado, donde tenía el dinero que ya le habían pagado en una billetera virtual.

Aterrorizada, Emilia se encerró con llave en su cuarto. Era un jueves a las 11 de la noche, nevaba y quería irse de allí. No tenía teléfono ni plata. Llamó a la línea de emergencia de la agencia y no le contestaban. Luego de una hora le dijeron que tuviera paciencia, que ya le iban a encontrar a otra familia.

Emilia: "No me daban de comer y me apagaban la calefacción a la noche, con temperaturas bajo cero".

“No sabía que hacer. Con mi teléfono argentino escribí en un grupo de WhatsApp de otras Au Pairs de la zona y una chica se ofreció a pasar a buscarme”, cuenta Emilia. Se fue llorando de allí.

Pasó la noche en la casa donde vivía la persona que la rescató y a la mañana siguiente, con vergüenza de contarle a su familia en Mendoza y sin saber muy bien qué hacer, fue a pedir ayuda al consulado argentino en Washington.

“Estuve cinco horas contándole a la cónsul (Georgina Fernández Destéfano) todos los detalles. Ella fue mi salvadora en ese momento porque después de tantos malos tratos fue muy humana”, destaca Emilia.

La funcionaria se comunicó con la agencia y a partir de ese momento el trato cambió. La mandaron a un hotel, le intentaron buscar otra familia, pero siempre fracasaba porque la agencia le daba el teléfono de la anterior para las referencias y hablaban pestes sobre ella. Además, el matrimonio la hostigaba por redes sociales e incluso le llegaban mensajes pornográficos por WhatsApp.

Apenas habían pasado 15 días de haber aterrizado en Estados Unidos. Triste, desilusionada y con una sensación de fracaso, su sueño estaba destruido. Decidió volverse a la Argentina.

Desde el consulado confirmaron a esta corresponsal la historia de Emilia. Clarín consultó con IAPA, que es la asociación global que nuclea a más de 170 organizaciones Au Pair en 45 países y a la cual está adscripta la agencia que eligió la mendocina.

Solo 15 días. Eso fue lo que duró la experiencia de Emilia en los Estados Unidos.

Patricia Brunner, managing director de IAPA, dijo a Clarín que “esperamos que las agencias ofrezcan apoyo y ayuda para resolver los problemas que surjan. Por ejemplo, en EE.UU. deben tener un representante a una distancia accesible para poder reaccionar en caso de que necesiten mediar o interferir”.

Explican que “dependiendo de la naturaleza del problema, la intervención puede ir desde simplemente hablar con la Au Pair, escucharla y darle consejos, si atraviesan un shock cultural o extrañan, o tener una charla de mediación con ambas partes. Si no funciona se busca otra familia”.

Si bien hay miles de casos exitosos, el de Emilia claramente no funcionó. Al principio ella se echaba la culpa, creía que había fracasado, pero meses después decidió contar su historia porque “las malas experiencias con estas agencias no se cuentan por miedo. Por miedo a que te hagan algo legal ya que firmás un contrato de confidencialidad que te lo impide. Pero no quiero que esto le pase a otra chica. Por lo menos que la que vaya sepa los riesgos que puede correr”. /Clarín

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