Como se ve hoy Miramar, el pueblo cordobés sumergido que volvió a asomarse tras la brutal sequía

Nacional 25/07/2023
miramar
PUEBLO FANTASMA. Eso parecen los restos de Miramar.

Lidia Castellino tenía apenas 15 años cuando el avance del agua amenazó su hogar. Recuerda su lenta pero incesante progresión, mientras su familia luchaba por resistir hasta diciembre de 1977. Finalmente, tuvieron que rendirse ante la histórica inundación de Mar Chiquita, que sumergió el 60% de Miramar, una localidad cordobesa en Argentina, ubicada a orillas de esta laguna salada conocida también como mar.

"Era insostenible permanecer allí", reflexiona Castellino, hoy de 60 años. "Siempre albergamos la esperanza de volver. Pero cuando el agua cubrió completamente la casa, nunca volvimos", cuenta.

Mar Chiquita es una cuenca endorreica, es decir, sin desembocadura al mar, que recibe agua de tres ríos y solo se desagua por evaporación. La laguna, a menudo referida como Mar de Ansenuza, experimenta fluctuaciones de nivel relacionadas con el cambio climático. Actualmente se encuentra en uno de sus puntos más bajos debido a la escasez de lluvias y al desvío de agua del río Dulce, su principal fuente, para su uso en la irrigación.

Sorprendentemente, su superficie es tan extensa que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires podría caber en ella diez veces (25 veces cuando está en su nivel máximo). Se trata de la laguna salada más grande de Sudamérica y la quinta en el mundo, con una densidad de sal de 82 gramos por litro, triplicando la del océano, y otros minerales que le confieren a su agua y lodo propiedades terapéuticas similares a las del Mar Muerto.

Estas características propiciaron la fundación de Miramar a finales del siglo XIX, cuando inmigrantes europeos se asentaron en la cuenca de la laguna durante un período de sequía.

El nivel de agua comenzó a bajar en 2017 y actualmente está seis metros por debajo de su cota máxima. Esta situación ha provocado la reaparición del pueblo que se sumergió hace 45 años. Enrique Bucher, biólogo, profesor emérito de la Universidad Nacional de Córdoba, investigador del Conicet y director del equipo encargado de gestionar el Parque Nacional Ansenuza, explica que este fenómeno se debe a dos factores: la notable disminución de lluvias en la región, relacionada con los recientes cambios climáticos, y la extracción cada vez mayor de agua para riego en la cuenca superior del río Dulce.

"Mar Chiquita se encuentra seriamente amenazada por esta extracción de agua para riego, que es bastante significativa y va en aumento", sostiene. Actualmente, menciona, una empresa china está desarrollando sistemas de irrigación para decenas de miles de hectáreas.

Matías Michelutti, miembro del Grupo de Conservación del Flamenco Alto Andino (GCFA) y guía turístico, indica que la laguna abarca actualmente alrededor de 300.000 hectáreas. Cuando está en su caudal máximo, alcanza las 600.000 hectáreas. "En 2003 llegó a un millón de hectáreas", precisa Michelutti.

La laguna está protegida por el reciente Parque Nacional Ansenuza. Este parque, junto con los Bañados del Río Dulce, forma un gran humedal esencial para la conservación de la biodiversidad.

Es hogar del 66% de todas las aves migratorias y costeras registradas en Argentina, albergando a 350 especies y es un paraíso para los flamencos australes. Según el último censo realizado en 2022 por el GCFA, en la laguna y sus alrededores se encontraron 350.000 ejemplares. Desde 2007, la población ha estado en constante crecimiento. "Es el lugar con la mayor concentración de flamencos en América", aclara Michelutti.

Juan Bergia, de 74 años, y su familia, perdieron su hogar y un negocio en la inundaciones. Recuerda como las aguas se tragaron más de 100 metros del Camping Los Sanavirones, a pesar de sus esfuerzos por frenar su avance. Bergia aún se pasea por el antiguo pueblo, que albergaba el 90% de la infraestructura turística de la región, que fue devorada por la laguna, y afirma que no le guarda rencor. Aunque se llevó 37 manzanas de terreno, 102 hoteles y hosterías, 198 viviendas, 65 negocios, un complejo termal, un casino y un anfiteatro, no se cobró ninguna vida.

Según Bergia, las inundaciones llevaron y trajeron tanto buenos como malos momentos. A pesar de tener oportunidades de mudarse y trabajar en otros lugares, eligió quedarse en el pueblo, donde aún reside. Muchos otros no tomaron la misma decisión; la inundación desencadenó un éxodo que redujo la población en un 70%. Daniel Fontana, ahora propietario del Hotel Miramar, lamenta el impacto económico en la industria del turismo, paralizada durante tres décadas.

Miramar, en los años 70 y 80, también fue el centro de la industria peletera, que exportaba pieles a Rusia. Egidio León, dueño de uno de los dos criaderos restantes, recuerda con nostalgia las 200 peleterías y cinco curtiembres que antes existían.

Mirta Bianciotti, otra residente que decidió quedarse, recuerda la inundación que llenó su casa recién construida con 70 centímetros de agua. Como muchos otros, esperaba que el agua se retirara pronto, pero la realidad fue diferente. Sin embargo, no se arrepiente de su decisión de quedarse, y en los años 90, comenzó a construir alojamientos para turistas en previsión del renacimiento de Miramar.

La ciudad sumergida fue demolida en 1992 por razones de seguridad, lo que representó un final simbólico para ese triste capítulo. Pero la sequía reciente ha hecho emerger los restos de la antigua Miramar, que fueron dinamitados por el Ejército. La iglesia Virgen del Valle también fue demolida, y el sacerdote de la época fue el encargado de activar el detonador.

La historiadora Mariana Zapata ve en la demolición un paso necesario hacia el renacimiento de la ciudad. Sin embargo, la vista de las casas emergiendo de las aguas fue un recordatorio constante de las vidas que antes se llevaban en ellas.

Pese a la inundación en 2003, que causó daños menos severos pero llevó al establecimiento de una cota máxima para el nivel de la laguna y a la ordenación de la edificación para prevenir futuras catástrofes, Miramar ha resurgido una vez más como destino turístico, con 219 hoteles y alojamientos de diversas categorías, y capaz de recibir a más de 10.000 visitantes en verano. 

Entre los testigos de su historia pasada se encuentra el Gran Hotel Viena, ahora un museo, construido por una familia alemana-austríaca entre 1940 y 1945, y presuntamente utilizado como refugio para líderes nazis después de la Segunda Guerra Mundial.
 

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