Minutos pasados de las 9, un torrencial caudal de agua y lodo procedente de las serranías del oeste invadió la ciudad de Tartagal. Era tal su magnitud y fuerza que comenzó a arrastrar árboles, los cuales redoblaron la potencia de impacto de esa avalancha mortal.
Cuanto más arrastraba, más arrasaba, a tal punto de que incluso logró llevarse consigo el viejo puente ferroviario, el cual se consideraba un hito porque por ahí llegó el tren balasto, sembrador de pueblos, hacía más de 8 décadas.
500 viviendas sepultadas, vehículos que jamás se recuperaron, vidas que se lloraron y personas que no se encontraron son sólo algunos de los incontables males que el alud llevó a la ciudad. La comida, por supuesto, desapareció junto con el barro.
Pasaron los días, y llegó la entonces presidenta Cristina Kirchner a presentar su plan de reconstrucción, con viviendas alejadas del río, para evitar que una tragedia de tal magnitud pudiera ocurrir nuevamente. Fueron los soldados quienes alimentaban a los damnificados durante más de 30 días, hasta que pudieron recuperarse mínimamente.