“No quiero ser cómplice del sistema, dejando más basura bajo la alfombra”
Con su característica pluma, el escritor salteño Nicolás Cortés analiza el escenario actual. “Se respira ese humo de incendio, de injusticia, de avaricia, de desidia, de codicia, de soberbia”, expresó.
Opinión21/09/2020Nunca pensé en que la salida hubiese sido la huida. Escapar en mis principios naturales, sin tener en cuenta la educación, ni el tipo de religión, ni el entorno social o familiar nunca fue una opción. Ni en los peores momentos, ni cuando la lanza presiona el cuello y la espalda sostiene la pared.
Decía mi abuelo con sabiduría y conocimiento, que eso de escabullirse le pertenecía a los roedores que deambulaban por las cloacas y salían a espiar por algún alimento durante las noches. Como esos ratones que cabeza abajo especulan con alguna migaja que cae desde los rascacielos de las mesas, con suficiencia, sin proyectos ni misiones.
Es inminente el deseo de volar. Como nunca antes, como nunca jamás. He sentido el anhelo intenso de saltar el barro que tanto amaba. Esa mezcla de tierra con agua, de musgo, de yuyos entre la brea y algún trozo de asfalto. Desconozco si un ciudadano nace amando su país, pero es inevitable aferrarse, abrazarse a su suelo. Identificarse con su bandera, con la idiosincrasia. Pues siempre estuvimos en las malas, pero sin maldad.
Toda mi vida, casi llegando a la cuarta década, empezamos el partido en desventaja, con la cancha en subida, con hombres de menos, pero aun así había un goce interno que me hacía sentir que el partido debía jugarse a como dé lugar y con la esperanza de embocar un gol, de jugar noblemente, con lealtad y sin perder la belleza.
Ni que hablar si en el fondo del campito se huele madera quemada, con pedazos de carne asada. Oír la fritura de una milanesa o empalagarse el paladar con una cucharada de dulce de leche. Las guitarras y los bombos en ecos sin cesar. Los amigos, esos hermanos elegidos tocando la puerta para salir a jugar. Luego para ir a algún baile, y seguir jugando. Luego para conocerse con los hijos y sus esposas y seguir jugando.
Aguardar el domingo para ver a los primos, la comida de mamá, la mesa, el mantel blanco y el pan caliente como en un altar. Parece que fuera ayer pero el tiempo pasa. Así pasan los funcionarios, los gobiernos, como pasa la vida, pasan los abuelos, los padres, los hijos, los nietos. Pasa mi país como un viento que vuela cada más bajo, más pesado y toxico. Seguramente escribo por muchos, pero deberán sentir un aire espeso como granulado. Se respira ese humo de incendio, de injusticia, de avaricia, de desidia, de codicia, de soberbia.
Me dijeron que ARGENTINA era un granero universal. Que el tiempo pasado era bello y celestial. Prospero, inmenso, rico. Pero nunca dejo de ser pasado y lo que dejaron los responsables del pasado fue este presente. Y no quiero ser cómplice del sistema dejando más basura bajo la alfombra. Rechazo para mis hijos, para mis nietos estos beneficios del residuo y sus regalías ajenas. Colapsa mi hastío. Es despotismo el socialismo. Te cortan las piernas, te dan las muletas y solicitan reverencias y gratitud.
Esto del ventajismo, de la necesidad de la adversidad, de la violencia ante el desacuerdo, del soborno, de la corrupción, del rico versus el pobre, del blanco versus el negro, del engaño, del populismo. No es más que ambición de poder, beneficios personales, puro y maldito egoísmo.
En proceso de la huida uno tiende a despedirse. Despojar los afectos. Cada día la mente se aleja un poco más del territorio. Hay una tendencia a imaginarse en esos lugares donde la cercanía al sentido común, al orden, es posible. El cuerpo comienza a ceder. Se anestesia la memoria, y los sentidos pierden sentidos. La vista no reconoce colores ni el olfato aquellos olores. Solo quedan destellos de sensaciones táctiles. Como si una manada de mamíferos atropellaron tu hogar, tus bienes, tu historia, tu vida y la violaron a diestra y siniestra. Al tacto, se siente violación cuando las paredes de los pocos lúcidos dicen: “¡sálvense, quien pueda!”
Como desnudo transito los días. Ya poco queda por perder. Pero me aferro a que lo queda es lo invaluable. Aun sostengo bajo mis brazos sueños, dignidad, valentía, prudencia, humildad, nobleza, capacidad. Quizás en otro sitio de la tierra, mi semilla germine. Tal vez en una vereda extranjera, ajena, sin ser profeta, al menos se pueda caminar o respirar…
“A los niños, a los jóvenes, les invito a pensar y reflexionar. Les ruego que piensen por sí mismos, elijan y exijan un mundo mejor. En lo posible, huyan”