La localidad ubicada a 312 kilómetros de la ciudad de Salta, donde viven aproximadamente 6000 habitantes, se sitúa sobre el cauce del río Bermejo y con solo cruzarlo se llega a la ciudad boliviana, también llamada Bermejo, en el departamento de Tarija.
A la vista de todos y al mismo tiempo como en un realidad paralela, en Aguas Blanca se impone el Estado de los contrabandistas, ellos son quienes dictan las reglas. Por allí ingresa gran parte de la cocaína que se consume en el país, o que desde aquí se envía al exterior.
La propia ministra de Seguridad, Sabina Frederic, reconoce: “Hay quienes dicen que el problema es la binacionalidad, pero no es así. El problema es que Orán es la segunda ciudad de Salta y el 80% de su gente vive de distintas formas de contrabando; es una zona que nos preocupa mucho. Se ha retirado el trabajo y la subsistencia es por medio del tráfico ilegal”.
Aguas Blancas y la localidad boliviana de Bermejo se comunican mediante “chalanas”, prohibidas desde que se cerraron las fronteras. Son unas precarias embarcaciones, construidas con cuatro cámaras de rueda de camión y un bastidor de palos, llevan y traen gente de un país a otro.
La subsistencia de la mayoría del pueblo y de los habitantes de la zona depende de una sola cosa: cruzar el río y llegar a Bermejo, localidad boliviana que tiene 30.000 habitantes. Luego, descargar y cargar, según sea el caso, y regresar. De eso, y de planes sociales se vive en la frontera de Salta, uno de los lugares más complicados de las fronteras argentinas.
Tan sólo en 4 minutos se puede entrar o salir del país sin ningún tipo de control, es el tiempo que tardan los bagayeros, contrabandistas y narcotraficantes en cruzar de un país a otro sin ningún registro aduanero, ni migratorio, y sin control sanitario. Miles de personas emprenden el cruce a diario en “chalanas”.
Otro “transporte” alternativo son unas improvisadas balsas fabricadas con cuatro cámaras de cubierta de camión atadas entre sí, sobre las que se apoya un entramado de palos. Sobre esa base, una lona azul. Decenas de esos aparatos flotantes hacen fila sobre el lado argentino y se acercan a un muelle de unas pocas maderas rectas. Los pasajeros suben de a 20 a las balsas a cambio de 200 pesos cada uno. Una vez parados y amontonados sobre ese camastrón flotante, se desacopla del muelle y empieza la navegación.
En marzo murieron cuatro personas cuando se pinchó uno de los gomones en medio del río con 20 personas a bordo. Pocos días después, otra precaria embarcación también corrió la misma suerte y hubo otra muerte. Nada cambió desde entonces; el poder del contrabando y el narcotráfico impregna toda la actividad de la zona; nada lo detiene.
El contrabando y el narcotráfico están a la vista de quien quiera verlo; es imposible llegar y no darse cuenta de que el delito lubrica la gran mayoría de los movimientos.
La ruta nacional 50, que une Aguas Blancas con Orán, es el camino por donde se traslada toda la carga que entra en forma ilegal a la Argentina de contrabando. Los autos y las camionetas cargadas son una constante en ese camino. Gran parte de los textiles que se venden en las ferias proviene de esa frontera salteña.
LA NACION recorrió todo el camino y al regreso persiguió una de las camionetas afectadas al narcotráfico. Tan simple como mantenerse detrás sin levantar demasiadas sospechas, y en pocos minutos cualquier curioso llegará a uno de los lugares desde donde se dispone la carga a todo el país: la terminal norte de San Ramón de la nueva Orán.
A poco de andar, apenas se deja Aguas Blancas para tomar hacia el sur por la ruta 50, que llega a Orán, aparece, a mano izquierda, un nombre: La Carina. Hace un año, en ese lugar encontraron un hombre muerto con signos de violencia. Las muertes no sorprenden a nadie en el rincón salteño que linda con Bolivia.
A la Finca La Carina la conocen todos, aunque pocos se atreven a hablar de ella. Flota el miedo. La chacra tiene dos características: en un extremo llega al Bermejo; en el otro, a la ruta que une Aguas Blancas con Orán. Es una aduana paralela a la que no se ingresa sino mediante la complicidad.
“Propiedad privada”, grita un cartel en la tranquera de entrada. En otro, sobre un árbol, en madera pintada se lee Carina. A metros, una guardia controla que nadie traspase el lugar sagrado del narcotráfico y el contrabando. A esa ribera llega gran cantidad de carga. “Esa es una zona donde se pasa cocaína. Pero, además, es el lugar donde también ingresa gran cantidad de los textiles que se venden en La Salada, en las ferias de todo el país y en gran parte de los comercios de ropa”, cuenta Patricia Bullrich, exministra de Seguridad del gobierno de Mauricio Macri.
La Finca La Carina tiene, además, una particularidad. Por ahí, el límite se marcó casi sobre la costa argentina. En ese lugar, el cauce del río, un metro adentro del agua, es boliviano, fuera del alcance de las fuerzas de seguridad argentinas. Música para los oídos de quienes escapan de Gendarmería.
Desde ese puerto paralelo, la mercadería sale en utilitarios o camiones hasta la ruta 50. Es una parte del límite argentino donde el territorio boliviano ingresa como una V, exactamente, del otro lado del cordón de montañas que hace las veces de espaldar de la majestuosa Quebrada de Humahuaca.
Pero en el camino, en la única ruta, está el polémico y famoso puesto 28 de Gendarmería Nacional. Se trata de un galpón por el que literalmente pasa el asfalto por el medio. Algo así como 30 metros de ruta bajo techo. Ahí funciona el destacamento, único mojón de control formal; una pequeña parcela de Estado en medio de la informalidad.
En cada uno de los puntos del inicio del camino del contrabando hay dos playones de transferencias. A la vista de todos, los utilitarios cargados pasan la carga a las mulas humanas que hacen el bypass. Son verdaderas estaciones de transferencias de mercadería, ilegales e informales, pero visibles para todos. “Hemos hablado con esa gente que hace ese trabajo de cargar 80 kilos sobre la espalda. Eso lo pueden hacer por unos años, pero no hay manera de que el cuerpo aguante”, dice Frederic.
Hoy, Frederic reconoce la profundidad del desafío. “Los gendarmes están muy acostumbrados, especialmente en la zona de Aguas Blancas, donde esta circulación ilícita es muy ostensible. En ese puesto ha habido gendarmes arrollados y, también, bagayeros muertos en 2013. Esa situación se produjo por presión de un funcionario de la AFIP que llegó a este lugar. Las iniciativas de ir por un control absoluto han terminado mal”, dice la ministra.