De viejos himnos y plazas sucias

Opinión 14/08/2022 Por Lic. Maria Florencia Barcos
mazza alberto y cristina

Cae el sol sobre la quinta de Olivos, testigo de tantos vientos huracanados disfrazados de brisa. La radio, teñida de incredulidad, lanza al éter un grano de esperanza para el pueblo desahuciado: Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa se muestran juntos, sonrientes. Fragmentos del relato nefasto. 

La moneda, esa que se escondía en la oscuridad al fondo de la lata, fue lanzada y cayó nuevamente del lado del ego desmesurado, que lleva a la envidia insolente, y al odio sin parangón. La inseguridad no transmuta con el paso de los años. Cambian los movimientos, los entramados, pero se siguen tejiendo alianzas y traiciones con el mismo hilo, interpretándose  como un ataque o una amenaza. Pujas egoicas, que a veces se auto perciben tormentosas e indeseadas pero irrefrenables en pos de la “defensa propia” contra la “deslealtad”. Egos inflados, guardianes de una autoestima devaluada, que acentúan el cuadro recesivo que desborda los límites de lo pensable y decible.  

Los argentinos asistimos una vez más, a un espectáculo dantesco, de egos desbocados, sin memoria, actores negligentes que sea cual sea el papel que les toque, son incapaces de reconocerse parte de una narrativa que los trasciende, balbuceando torpemente las líneas que inventaron para actuar el drama o la épica que les convenga. La adaptabilidad solo al nivel del relato,  enmascarando la rigidez, el encierro en sus corazas de creencias y miradas derruidas, que solapadamente ponen en jaque la libertad. 

 alberto  cristina mazza


Los tres, más allá y más acá de los ismos en los que se revuelcan y de los que, mágicamente, salen impolutos, se presentan como dignos, respetuosos con su propia responsabilidad. Justos. Probablemente, los únicos justos.
La oposición, sus propios “compañeros”, los otros y lo otro, son apenas satélites que giran sobre sus ejes personales. No importa cuánto ni cómo, su ser egoísta avanza, sin titubeos, sobre lo que caprichosamente desean. Parados en sus pedestales de humo, inagotables en su tendencia a vanagloriarse, son adictos a la validación externa. Poco importa si ésta resulta de un fanatismo oxidado o de las dádivas empobrecidas de un tesoro nacional saqueado. 


 Parados en sus pedestales de humo, inagotables
en su tendencia a vanagloriarse, son
adictos a la validación externa. 



En medio de las tormentas autogeneradas, esas que le permiten a cualquier ego exultante aparecer como el llanero solitario o como el que asume que ya está solo ante el peligro, miran alrededor y dicen: “Pero ¿no saben quién soy?” “ Yo soy el que vine a salvarlos”.

En los momentos de exabruptos, modo constitutivo de un comunicar-se recursivo, sin el “nos”,  desenfundan y recuerdan a todos que son únicos en su clase, que lo hicieron mejor que el resto, subiéndose al púlpito para dar lecciones públicas. Se hacen oír y arman lo que perciben como una “gesta”. Y mientras los héroes de nuestra historia se retuercen, ellos se tiran hacia atrás en sus asientos, a veces despiertos, otras dormidos, pero regodeándose: “Se han enterado”. 

alberto dormido 


El Presidente, la Vice, y su nuevo Ministro, tienen un historial de episodios bastante naturales de este tipo de afecciones del ego. La visión a la que ya nos tienen cuasi acostumbrados, es la de alguien que se defiende atacando, a diestra y siniestra, desde la perspectiva de su propia verdad. El resto, eso que está del otro lado, no tiene razón, ni información, es además insidioso, y en el caso de quienes en algún momento estuvieron a su lado,  hoy lo hacen mal, y aquí están ellos para decirles cómo hay que hacerlo.

¿Acaba ahí el efecto desmesurado del ego? No, el ego es una huella similar a la del colesterol: si no haces ejercicio, aumenta, y en este caso se trata de oxigenar la mente para que en ésta entren miligramos de autocrítica.

Con una historia y cultura que supuran mesianismo, por momentos perdemos de vista que por acción u omisión, fruto de nuestras decisiones, seguimos eligiendo gobernantes egocéntricos y egoístas.  Sin perspectiva de sí y de los demás, abstraídos de la realidad, y apegados a una razón sin razones. En el fondo, no son más que personas inseguras, a las que el poder les permite canalizar fácilmente el reconocimiento de purpurina. En esa compulsión a la autorreferencialidad, desprecian a los demás -excepto a los que pueden utilizar a sus fines-, y obturan ese rasgo esencial para pensar lo social, público y privado: la empatía.

Cansados de tanta mano en alto, nos cubrimos de telarañas sin poder apreciar algo más allá de un juego que sentimos perdido. Romper el silencio, mirar el rostro de nuestros hijos, de los que aún están a nuestro lado y de aquellos que emigraron, son las piezas claves para construir nuestra barricada. Y aunque “ya nadie canta “Al Vent”, ya no hay locos ya no hay parias”, tenemos que hacer llover porque aún “sigue sucia la plaza”. 

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