Lo único constante es el cambio

Opinión29/12/2022 Roberto Dib Ashur
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Estamos a fines de 2022 en la prestigiosa Universidad de YALE escuchando a profesores, analistas y funcionarios con altas responsabilidades globales. En las alocuciones surgía de manera recurrente la enorme preocupación acerca del contexto global y la profundización de las asimetrías y potenciales consecuencias en la reconfiguración de las hegemonías mundiales. 

Ya sostenía hace más de 2500 años Heráclito (filósofo griego presocrático), que lo único constante era el cambio. Y así fue, lo único invariable que queda, a pesar de los siglos, es, paradójicamente, esa afirmación.

Sabemos que los cambios se vienen produciendo de manera potente y profunda, pero lo que se ponía en duda era si la nueva configuración global sería mejor a la actual. Una vez más, el mundo preocupado por los cambios a los que el futuro -o en rigor de los hechos, el presente- nos enfrenta. 

En las exposiciones de prestigiosos pensadores, políticos, académicos y personalidades de renombre en las que pudimos participar, surgió como primera cuestión, la bipolaridad que se manifiesta, cada vez más profunda, entre Estados Unidos y China, con cierta centralidad y preocupación dentro del análisis, relacionada a los cambios que ello supone en el contexto internacional y el futuro del planeta.

Estados Unidos representa cerca del 24% del GDP, es decir casi 1 de cada 4 dólares que produce el mundo lo genera el país del norte. China, por su parte, muestra desde hace cuatro décadas un crecimiento acelerado en su participación global. Antes de la reforma de Deng Xiaoping de 1980, la economía china representaba el 3% del producto mundial, hoy se calcula que participa con el 18%. Escuchamos decir también que esa contribución podría ser mayor y lo ubicarían con un nivel cercano ya al de Estados Unidos. El tema central es que continúa con un crecimiento constante y a tasas increíblemente altas y una expansión económica que pone en discusión la viabilidad de nuestro propio modelo de desarrollo y ha convertido a China en un gran consumidor de recursos naturales.

Si consideramos el planeta como un todo, se vislumbra que el crecimiento está produciéndose en la parte oriental. China aporta un gran mercado y mucha tecnología, al igual que Corea del Sur, Japón y sus vecinos del sudeste asiático. India con un tamaño y una población capaz de producir y traccionar cualquier economía y Rusia, el país más extenso con incontables reservas naturales. 

Por otra parte, occidente no exhibe gran dinamismo, arroja crecimientos más austeros, poblaciones envejecidas en lugares como Europa y donde, en comparación, resulta más caro vivir.

El tema central giraba en torno a qué país se transformaría en el nuevo hegemón y cómo se daría la configuración geopolítica del globo y, en cualquier caso, si ello procuraba un mejor o peor escenario internacional. Lo que es claro será otro, y se moverá a un ritmo acelerado.

En este diálogo se presentó un tema de central importancia: el futuro del planeta en materia ambiental y energética. Sabemos, y somos conscientes, que como humanidad estamos afectando severamente al planeta, avanzamos en las emisiones de carbono y el consumo de los recursos naturales por encima de su capacidad de regeneración y no logramos que los acuerdos internacionales tengan el suficiente impacto para detener esta auto aniquilación. El planeta da señales claras, emite alertas, lo sabemos, lo vemos y no logramos resolverlo. Las miradas ya no son a una o dos décadas o lustros, sino que hablamos de presente y de años venideros.

Y en este tema, cabe un análisis muy pertinente, dadas las dimensiones del “gigante asiático” y la velocidad en el desarrollo de ese país, sumado a las tensiones ambientales globales que ya provocamos sobre todo los países occidentales, si ello no podrá ser uno de los factores que acelere aún mas el colapso ambiental del planeta. 

Asumiendo el riesgo de la generalización, se destacaban tres elementos que configuran la visión colectiva que tenemos de China: grande y poblada, expansiva de una manera casi voraz, y plagada de desafíos ambientales a la luz de una presión creciente sobre el medio. Si al tamaño y velocidad de crecimiento del país se añade la relativa escasez de recursos naturales de que dispone para hacer frente a su creciente demanda, no es casual que deba acudir al mercado mundial, con la consiguiente presión sobre la demanda y la consecuente visión de avidez por esos recursos. La economía China es a la vez admirada, necesitada y temida, generando voces de alarma sobre su fragilidad estructural, los riesgos de sobrecalentamiento y el efecto que podría tener como desencadenante o contribuidor a una recesión mundial.

Porque hoy, más que nunca, debemos pensar de forma global. Lo que sucede en cualquier parte del mundo afecta nuestras economías y en definitiva nuestras vidas. El mundo está mucho más interconectado y dependiente entre sí.

La guerra entre Rusia y Ucrania por ejemplo, el primer conflicto en Europa después de 70 años, dejó en evidencia que ante cualquier circunstancia extraordinaria como ésta, se exteriorizan las interdependencias poniendo en jaque a las naciones o a los bloques económicos. Los precios de la energía, del petróleo y del gas subieron, los alimentos tuvieron un efecto alcista muy importante y todo esto colaboró con la aparición de una inflación global. 

Por la guerra también la actividad económica disminuyó, el comercio internacional se vio afectado, la pobreza volvió a crecer, las tensiones sociales aumentaron provocando el doble de manifestaciones que un año atrás, los gobiernos se debilitaron aún más porque venían arrastrando una pandemia. El mercado financiero aumentó sus tasas, los capitales migraron a lugares más seguros.

En materia comercial el juego ha cambiado. Las relaciones comerciales se están debilitando. Los países tienen más dificultades para proteger sus industrias, en algún caso sus habitantes les piden mayor nacionalismo a sus gobernantes y las posturas políticas suelen mostrarse más radicalizadas, mientras por otro lado esas mismas personas compran lo que quieren por internet y las mercancías de origen oriental inundan los mercados.

Se discuten los sistemas de gobierno. El capitalismo genera riqueza pero no resuelve el problema de la desigualdad. Con lo cual el capitalismo tiene sus problemas redistributivos y el socialismo tampoco los resuelve. Por lo tanto, aquellos que les interesa seguir viviendo en un mundo capitalista advierten que si no resuelven el problema de la desigualdad lo pueden pagar caro como sistema.

El uso de la tecnología, en los negocios, en las comunicaciones, en el avance de la ciencia complejiza aún más el contexto. Es más, a los adultos nos cuesta entender a nuestros jóvenes. No sabemos cómo será la forma de hacer negocios en el futuro y no entendemos a quienes los manejarán. Nos cuesta proyectar y planificar aún más un mundo cuya única constante es el cambio. 

Por lo tanto, en un mundo con gran dinamismo, con amenazas ambientales en cierne, con hegemonías en desequilibrio, con guerras modernas, con tecnologías que atraviesan nuestras formas de vida; innovar y adaptarse es, al estilo Darwinista, la clave para sobrevivir. Es por ahí.

Roberto Dib Ashur – Mgr. en Economía

Moira Jakoniuk – Dra. en Comunicaciones Sociales

 

 

 

 

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